Tuve ocasión de disfrutar del paraíso terrenal en tres ocasiones. Aun en los albores del desastre, Venezuela como edén semejaba pervivir entonces, hace décadas, en su naturaleza, y en el alma de sus gentes -ahí pude seguir, al menos en algunos-. Pero una perversa metáfora se escribía ya en algunos de sus privilegiados lugares, ya abatía de forma silenciosa a sus pueblos y a sus culturas milenarias dispersas en una geografía exhuberante, riquísima. Todo ocurrió al hacer hueco a intereses espurios, traficantes de diamantes, pistas clandestinas para los aviones del narco... Llegó como un terremoto y se confirmó en catástrofe.