Opinión

España

España se hace grande con lo aparentemente sencillo. Entonces deja de ser una Europa periférica que arrambla con esa idea de que el continente termina en los Pirineos, para reivindicarse como la tierra conquistadora, que acobijó a todas las culturas, que se embebió de ellas y que las transmitió con generosidad.

Los españoles somos grandes cuando dejamos de ser frívolos o acomplejados. Nuestra genialidad nace de lo espontáneo, de las cosas simples, de la inspiración. Somos hijos del dejarse llevar, de la tradición, del boca a boca, más de lo popular que de lo culto, y si destacamos en lo individual, cuando nos juntamos somos guerrilleros, combativos, capaces, esforzados y ganadores.

Fuimos costa de recalada, lugar de tránsito, mina y huerta de imperios remotos; resistimos a los Romanos en Numancia y les dimos a sus mejores emperadores –Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio–; expulsamos a los judíos y nos quedamos en el corazón de los sefardíes para siempre; acogimos a Colón y conquistamos América; trajimos a El Greco y alumbramos la eternidad universal; vencimos a los poderosos ejércitos de Napoleón con aperos de labranza; olvidamos el desastre colonial culminado en el 1898 y lo cambiamos por una generación de literatos excelsos. Entre tanto, dimos a luz al diálogo más genial de la historia, el de un loco y su ambicioso criado; tejimos un Siglo de Oro; levitamos en poesía; coleccionamos cuadros, y retratamos a familias reales, cortes encabalgadas o no; esparcimos a nuestras gentes por el orbe y con ellos un idioma; compusimos zarzuelas; y acogimos a todo el mundo, con el turismo como paradigma al final de un Camino de Santiago y de un Finisterre finisecular.

Somos España, una aleación de Historia grande y de pueblos pequeños. Somos la cuna de los Reyes Católicos, Cervantes, Velázquez, Goya, Picasso, Gaudí, Dalí, Machado, Rosalía de Castro... España es lo que va en nosotros y nos lleva, con sus significaciones elevadas, con sus cumbres y sus abisales honduras. Y aquí convivimos, con el europeísmo que nos enseñó Madariaga, el saber de Ortega y Gasset, los esperpentos de Valle Inclán, los exabruptos de Cela..., corriendo delante de los toros o de los grises, o padeciendo la indescriptible banalización de lo público y de lo privado, con ese carácter latino, alegre, divertido y sufridor.

Córdoba, Granada, Madrid, Barcelona, Santiago de Compostela, lo rural o lo urbano más cosmopolita, la costa o el interior, lo isleño o lo peninsular, lo ibérico contrapuesto o unido, lo americano como propio y lo universal como destino. Lo decadente que se hace moda; los enfrentamientos, que guionizan películas; el pasodoble, bailable; la España de vivas y mueras, la que mejor entierra y la que más festeja, la estereotipada y la vanguardista, la embarrada en tópicos, desvinculada de mundos pese a las américas, lugar de aspirantes a Estados, países, regiones, provincias, pueblos, parroquias, villas y de tócame roque. De lo carpetovetónico y de lo universal, del humor de Berlanga a lo desacomplejado de Almodóvar.

España siempre, la grande, libre y maravillosa España; la de las guapas y Manolas, la de las mantillas y los abanicos, la del cante en las cuevas y el baile en el tablado, la del Senado en la taberna y el hemiciclo de sobremesa con guitarra y anís, y así hasta la de Inditex.

Quizás haya quien crea que todo eso ha pasado, pero está ahí con el jamón ibérico de bellota, el chorizo de Cantimpalo, el vino de Rioja, de la Ribera del Duero o del Ribeiro, bajo el cielo de los Michelin –Arzak, Martín Berasategui, los Roca, Dabiz Muñoz, los Torres, Eneko Atxa, Jordi Cruz, Jesús Sánchez, Quique Dacosta, Pablo Casagrande, Pedro Subijana, Ángel León,  Toño Pérez, Paco Morales, Oriol Castro, Mateu Casañas y Eduard Xatruch–, o el Grupo Nove para brindar y degustar con el recuerdo de las victorias de Nadal, de las chicas y muchachos de la Roja, de Fernando Alonso o de las Selecciones Nacionales...

Y hasta ahora no he citado a Quevedo, a Gracián, a Calderón, y no he nombrado casi nada ni a casi nadie. Hoy, los españoles seguimos siendo zaragateros, alegres como ningún otro pueblo. Y si es cierto que en algún momento pudo decirse, como Alejandro Dumas, padre, “el África comienza en los Pirineos”, o “Europa acaba en los Pirineos”, como significó Pío Baroja, es tiempo de afirmar que precisamente ahí, en la frontera con Francia, es donde empieza la mejor lección del Viejo continente, el paradigma que hace equipo, conquista, gana legalmente, ofrece espectáculo, cree en su juventud y tiene a personas como Carlos Alcaraz o los integrantes de la Selección española, fruto de una España actual, plural y multiétnica integrada, con su entrenador al frente, Luis de la Fuente, que con humildad, carácter y confianza han dado una gran lección al mundo. España debe ser así porque así somos los españoles, cuando ganamos e incluso cuando nos perdemos por los extremos.

Viva España y olé.

Alberto Barciela

Periodista