Opinión

El historiador chileno Benjamín Subercaseaux explica su Geografía

“Es más fácil escribir un libro que tratar de explicarlo. En verdad, las geografías no necesitan de un prólogo para ser entendidas, y esta precaución es de rigor solamente en aquellos libros que salen un tanto del marco habitual”, afirma Benjamín Subercaseaux en su obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, 6ª edición, Santiago de Chile, abril de 1988. Obra que fue publicada originalmente por ‘Empresa Ercilla, S.A.’, 1940, siendo esta sexta edición de Editorial Universitaria correspondiente a la 19ª edición de la misma.

El historiador chileno Benjamín Subercaseaux explica su Geografía

Subercaseaux, a lo largo de su ‘Introducción’ al libro, sabe que esta ciencia fue, en sus inicios, sobre todo gráfica y matemática. Porque, en efecto, se indagaba acerca del diseño y las formas de la Tierra. Medirlas y otorgarles un nombre. Similar a ello, las Ciencias Naturales que clasificaron a todos los seres existentes, subordinándolos a una compleja nomenclatura, la Geografía halló el modo de obscurecer los mapas y de opacarlos mediante nombres e indicaciones. Este primer “estadio” desde luego que resultaba imprescindible para el estricto conocimiento del relieve y de las costas, además de los accidentes geográficos, feneció el día en que el planisferio pudo exhibir el completo dibujo de la Tierra. Mas un nuevo “estadio” debía venir después del otro: una tendencia tan vieja como el mundo, nacida de la curiosidad que el ser humano posee por todas las cosas pintorescas de la Tierra. Así, pues, la Geografía persiguió la manera de unir el mapa al paisaje, transformándose el geógrafo en explorador.

“Hasta los libros, cansados de meridianos y paralelos, cambiaron sus nombres geográficos por el de ‘Espejo del Mundo’, ‘Maravillas de la Naturaleza’ o ‘A través del África tenebrosa’ –continúa el historiador chileno Benjamín Subercaseaux–. Es la época en que triunfan las novelas de Julio Verne y en que el National Geographic Magazine hace las delicias de los aficionados a las sanas lecturas y a las horribles fotografías policromadas”. Este género de publicaciones –un tanto infantil– exprimió en seguida sus recursos, comenzando a languidecer. Si no se extinguió por completo, fue gracias a que, en la actualidad, las oficinas de turismo del mundo entero le brindaron una inesperada salvación mediante la propaganda de interés productivo.

La Geografía, empero, prosiguió su camino, evolucionando en su misión de “armonizarse” con el ser humano y su vida. Y así estudió las costumbres de los pueblos y su posible relación, más o menos constante, entre un “hecho geográfico” y las “modalidades” del vivir. Ahora bien, como toda ciencia en marcha, la Geografía –tras haber pasado por su fase matemática y su delirio descriptivo– alcanzó su definitivo asiento en la Biología y la Sociología. La Geografía Humana se constituyó en la única que resumía en sí misma todo cuanto podía ser útil a los habitantes de la Tierra.

Llegados a este punto, el profesor Subercaseaux se interroga: “¿Cuál de estas tres geografías sirvió de pauta a nuestro estudio? Pues bien, ninguna o, mejor dicho, una cuarta”. Por descontado, él no pretende competir con los textos y tratados que estudian la forma de la Tierra, sin apartarse de la estricta “verdad geográfica”. “La expresión misma de su vitalidad –agrega– se manifiesta en el placer”.