Opinión

‘Peridis’ en Redondela

‘Peridis’ en Redondela

“Intentar definir el humorismo, es como pretender atravesar una mariposa, usando a manera de alfiler un poste telegráfico”. Así lo decía Enrique Jardiel Poncela, dramaturgo y novelista español, que a veces sabía muy bien lo que no quería saber.

Es, diría yo, como pretender delimitar en un sencillo ‘Peridis’ a un complejo polímata como José María Pérez González. Sería como aspirar a concretar en el caricaturista político –“political cartoonist”, en inglés americano, para que parezca algo– al arquitecto, dibujante, divulgador del patrimonio cultural y escritor, enciclopedista, y entrañable ser humano, que, siguiendo el consejo de su padre, aprendió –y recuerda, ochenta años después– los partidos judiciales de España –que recita como otro sabio, amigo suyo y mío, Santiago Amón, hacía con Berceo–. 

Aquello le enseñó a conocer palmo a palmo su país, a ser curioso y a ensanchar horizontes, a saber encontrar entre las ruinas contiguas a su casa de Aguilar de Campoo la posibilidad de un proyecto de escuelas taller que alcanzaría carácter universal y que ahora se extiende por decenas de países, devolviendo vida a las piedras calladas por el tiempo, haciendo de los monumentos abandonados aulas de belleza simpar, elevando espíritus entre los ecos de Bach donde antes solo había silencio o desentendimiento.

El señor López fue quien de trasladar a Antonio Gala al ensueño de los campos de lombardas ante una humilde capilla castellana o de procurar un proyecto de vida a miles de jóvenes dispuestos a rescatarse a sí mismos entre los escombros de vidas vacías como producto de una España rural olvidada, abandonada a sí misma. Eso es poesía, compromiso, amistad, sensibilidad, solidaridad y el resto es un rebaño de monsergas, burocracias y conflictos.

José María Pérez González ha dejado en la primavera de Redondela una lección hermosa, un brote construido con mimbres de palabras. Nos ha enseñado que desde el lugar más pequeño del mundo se puede abarcar y conquistar los sueños de muchos niños en los que se esconden gigantes o humildes campesinos, que han de saber hallar su oportunidad y, sobre todo, su esperanza, camino de la felicidad posible en algunos instantes, ilusión que también alcanza a sus mayores. Ha demostrado que desde un pueblo de 4.000 habitantes se puede concebir e impulsar la más completa enciclopedia de Románico del mundo, al tiempo que se labran los campos y se desayunan sencillas galletas, como don José Regojo o Amancio Ortega hicieron con la moda.

Cual peregrino de Liébana o Compostela, nuestro protagonista llegó a una geografía de cuya existencia sabía desde niño, la villa de los Viaductos, y confirmó que los trenes pueden volar. En realidad él ya lo sabía, lo había experimentado con las piedras rotas entre las que hizo posible escuchar de nuevo a Bach, mientras al fondo sonaba la cantinela de una multiplicación recitada entre la conjugación de verbos y esperanzas.

La familia Regojo –Alejandrina, Pedro, Gracia, Belén, Cristina... Regojo– y la Fundación Filomena Rivero Alonso, Telmo Tojeiro, Mariel Larriba, fueron los anfitriones, de la mágica transformación de ‘Peridis’ en José María Pérez González, un ser humano que mientras desayunaba con galletas veía a través de la ventana como crecían catedrales. El medievo se hizo vanguardia en tanto el viñetista y un servidor recordábamos nuestras etapas en El Cocodrilo. Las viñetas de Perdis son magistrales, pero solo son los alfileres de una biografía de un ser humano que dice llamarse José María, que también escribe enciclopedias y piensa en que los otros existen. Una lección de vida llevada con humor.

Alberto Barciela

Periodista