Opinión

‘Trilce’, el segundo libro del poeta peruano César Vallejo

El poeta peruano César Vallejo –a los cuatro años de publicado el libro Los Heraldos Negros, en 1918, con dedicatoria de un ejemplar enviado a sus amigos en Trujillo, en 1919– da a la imprenta Trilce acrecentando su humanidad y poesía. Presentes se hallan los dramas de su propio hogar. Apoyándose en esos manantiales de su existencia, el libro Trilce nos brinda un rosetón verbal, pleno de inéditos estadios semánticos que desembocan en las aristas de un poliedro generoso en ángulos secos y acres. He aquí una arborescente metáfora: áspero amor que, no obstante, florece.

‘Trilce’, el segundo libro del poeta peruano César Vallejo

Trilce, empero, es un libro que recibe un enorme silencio. Atisbamos ahora un novísimo lenguaje poético. El propio Vallejo da fe de su desilusión: “El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí una hasta ahora obligación sacratísima, de hombre y artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad”. El ensayista José Carlos Mariátegui expresó: “Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza”.

“Yo me busco/ en mi propio designio que debió ser obra/ mía, en vano nada alcanzo a ser libre”, testimoniando Vallejo que el Destino continúa trabando la libertad y la felicidad. Corren versos de sarcástico humor, acicateado por el dolorido sentimiento de soledad o, asimismo, por el grito, en volandas siempre, hacia la solidaridad entre los seres humanos: “A veces contra todas las contras,/ y por ratos soy el mito más negro de los ápices/ en la fatalidad de la Armonía”. Además de las pérdidas de su madre, su hermano, la destrucción del hogar, la ausencia de la amada, comienza el desasosiego económico y el combate por la vida entre la sociedad: “Todos los días amanezco a ciegas/ a trabajar para vivir y tomo el desayuno,/ un probar gota de él, todas las mañanas”.

Preciso es resaltar que –en el tráfago de un mundo cada vez más deshecho– Vallejo recoge los fragmentos de su visión de un hombre imperfecto. Así, persigue la Belleza, la Unidad, el Amor hacia todas las cosas. He ahí el poder amoroso: “La esfera terrestre del amor/ que rezagóse abajo, da vuelta/ y vuelta sin parar segundo/ y nosotros estamos condenados a sufrir/ como un centro su girar”. Metafísicamente expresa: “…Nadie sabe mi merienda suculenta de unidad:/ legión de oscuridades, amazonas de lloro”.

En medio de estelas de imágenes que nos evocan a Platón, Vallejo digamos que hace de la muerte el original y del espejo la vida. Nos susurra que los hombres no son capaces de vivir, porque están muertos. Nos indica que la vida no es tal; no puede ser ese cristal por donde pasan los hombres como el azogue: “Os digo, pues, que la vida está en el espejo,/ y que vosotros sois el original, la muerte”. Los seres llevan una vida ficticia. Después, ruega: “…o que me entierren/ mojado en el agua/ que surtiera de todos los fuegos”.