Opinión

“Es más fácil escribir un libro que tratar de explicarlo. En verdad, las geografías no necesitan de un prólogo para ser entendidas, y esta precaución es de rigor solamente en aquellos libros que salen un tanto del marco habitual”, afirma Benjamín Subercaseaux en su obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, 6ª edición, Santiago de Chile, abril de 1988. Obra que fue publicada originalmente por ‘Empresa Ercilla, S.A.’, 1940, siendo esta sexta edición de Editorial Universitaria correspondiente a la 19ª edición de la misma.

En su discurso, pronunciado bajo el título de ‘Elogio de la lectura y la ficción’, en el acto de recepción del premio Nobel de Literatura, en Estocolmo, 7 diciembre de 2010, sentenció que “la literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.

Cuando me encuentro a Alfredo Conde, y suele ocurrir con cierta asiduidad buscada, al menor descuido le solicito un dibujo. Lo hago desde que guardo en la memoria un bosquejo de mi rostro que me hizo a vuelapluma, al albur de un jurado de unos premios de cuentos infantiles promovidos hace ya décadas por un injustamente olvidado Enrique Beotas.

El segundo “estadio” del “Himno Gallego” –el poema ‘Os Pinos’ del bardo Eduardo Pondal– está dedicado a los hermanos de Portugal, con una mención de Luiz de Camoens, el perenne autor de Os Lusíadas, la epopeya lusitana, que él poseía entre sus amados clásicos: “Os bos fillos do Luso/ nos vosos sons, ¡oh pinos!/ len os outros destinos,/ cun ardoroso afán,/ len nos rudos acentos/ do vate lusitano,/ no verbo soberano,/ dos fillos de Breogán”. Y el tercer “estadio”, la preocupación por los emigrados, quienes “peregrinan” y que, en una versión, son “dispersos”, en la variante que solicita sean liberados de los adversos destinos: “Xuntos, ceos, sostede/ ós celtas, que, a millares,/ por terras e por mares, peregrinando van:/ facede que se cumpran/ nos fortes peregrinos,/ os futuros destinos/ da raza de Breogán”.

“Yo no sé que haya un empleo mejor de nuestras potencias que decir el terrón natal: cuando escribimos en la América con pretensiones de universalidad, suele parecerme un vagabundaje sin sentido, un desperdicio de la fuerza y un engaño infantil de nuestras vanidades criollas”, escribe la perenne poetisa y premio Nobel de Literatura (1945) Gabriela Mistral en ‘Contadores de patrias’, el prólogo del libro Chile o una loca geografía, editorial Universitaria, Santiago de Chile, 6ª edición, mes de abril, 1988, cuyo autor es Benjamín Subercaseaux. Imprescindible obra que originalmente fue publicada por ‘Empresa Ercilla, S.A.’ en 1940. Esta sexta edición de editorial Universitaria corresponde a la décimonovena edición de la misma.

El vate de Ponteceso Eduardo Pondal no deseaba escribir para el ‘Himno Galego’ una página débil y lacrimosa. Lo expresó varias veces: por una parte, “e pois eu aborrezo os vulgares propósitos”; por otra, “non lle cantes cantos brandos pra adormecer ó rapaz”. Incluso en el propio ‘Himno’ lo sostendría: “Estima non se alcanza/ cun vil xemido brando…”. Frecuentes son en sus versos caracteres de poesía civil, también hímnica. Recordemos: “Honrados e duros, e fortes galegos…”. O bien: “Boandanza, saúde, raza de Breogán”, que nos muestra un desarrollo afín al de ‘Os Pinos’, además sobre idénticos motivos.

O meu amigo Monterroso Devesa leva uns vinte anos sen pasar o inverno na Coruña, a súa cidade de nacemento, xa que prefire gozar do solleiro verán na capital da República Oriental do Uruguai. En Montevideo e perto do Parque Rodó e da praia Ramírez, ten un apartamento desde o que toma mate (sempre sen azucre) mirando ao do Río da Prata. As voltas da vida levaron a Xosé, collido da man de María Teresa Devesa Juega, ata un afastado lugar no norte uruguaio (Tacuarembó) onde naceran unha parte dos seus avós maternos. Alí cursou primaria e secundaria e logo en Montevideo fixo o bacharelato e comezou os estudos de Dereito que foron interrompidos polo seu retorno a Galicia. Aprobadas unhas oposicións ao ministerio da Facenda estivo traballando en Madrid, Cáceres, Xixón e A Coruña.

El acto de cocinar invita a la reflexión, a quienes lo hacen con amor. Sin duda, hablar de comida es más que recetas, incluye poesía, alimentos del espíritu, cuestiones sociales, ritos propios y ajenos; se trata de recordar los primeros fuegos, especialmente aquellos que cocieron lentamente los caldos que nunca olvidamos, y la ceremonia que unía el acto de comer con la comensalidad, misa pagana en la que compartimos pan y anhelos. Hablar de comida, extender la conversación en animada y pacífica sobremesa, es recrear la esencia de lo humano, lo que diferencia el acto de comer con el engullir del resto de los animales con los que convivimos en el planeta.

Anochece y, a lo lejos, sólo podemos columbrar el nevado relieve de los tres montes tutelares: el Chachani, el Misti y el Pichu-Pichu. De repente, he aquí la Villa Hermosa de Arequipa, de enorme resonancia en toda la historia del Perú, cuyo nombre se ha coronado por las acciones de su talante, el límpido frescor de su campiña y las gracias de su envidiable clima. Mas, ¿cuáles fueron los primeros pobladores que se establecieron en este lugar? Se estima que, cuando Mayta Cápac llegó hasta aquí, no halló habitantes reunidos sino tan sólo campesinos dispersos. Él fue, pues, el primero en fundar verdaderos pueblos en la región. “A la caída del Imperio Incaico, el valle de Arequipa no perturbó la aventura de las imaginaciones de los españoles –nos revela el historiador peruano Aurelio Miró-Quesada–. Pasaron por allí aunque sin detenerse. Así parece que cruzaron (seguramente más hacia el lado del mar) los compañeros de Ruy Díaz, al naufragar su nave en Pisco y tener que seguir por tierra en su viaje hacia Chile. Por allí también pasó Diego de Almagro, al regresar de la Nueva Toledo por la noticia de la sublevación del Inca Manco”.

Quero insistir en que non debemos de esquecer aos emigrantes que loitaron activamente no mantemento da nosa identidade propia. En Montevideo temos un moi bo exemplo de compromiso coa defensa da cultura propia que se debe recoñecer con aplausos e distincións. Un programa radial, en galego, vai cumprir 75 anos de vida e non hai dúbida que o feito é histórico. O que corresponde é agradecer e parabenizar aos fundadores e continuadores da que hoxe é a máis longa e ininterrompida homenaxe a Castelao: ‘Sempre en Galicia’.

“Pascual Veiga quedou noxado, despois do certame, e dimitiu da dirección do Orfeón coruñés, e morreu no 1906, fóra da sú Terra”, escribe el admirado profesor y literato Xosé Fernando Filgueira Valverde, eximio pontevedrés, en su insoslayable estudio O Himno galego. Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, publicado por ‘Caixa de Pontevedra’, Pontevedra, 1991. En verdad que es preciso recordar cómo este músico entregó a Galicia dos de las obras más sobresalientes del siglo XIX. La realidad es que fue vilipendiado por eruditos y rivales: unos porque los temas eran escogidos de este o de aquel “gaiteiro”; otros, porque no eran del todo populares: que si su gran coral estaba inspirada en una “ladaíña” coruñesa del señor Peralta, hasta el extremo de discutir acerca de la paternidad del “Himno”.

Hay términos que resultan extraños, que semejan surgir de una etimología surrealista y que, sin embargo, están incrustados en la tradición clásica. Se me antoja que es el caso de “molicie”, del latín “mollities” y que en Diccionario de la Real Academia Española nos traslada en su primera acepción como “blandura de las cosas al tacto”, lo que en cierto modo podría asimilarse a la famosa “modernidad líquida” del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, y que viene a definir nuestro tiempo como “la fragmentación de la identidad, la inestabilidad laboral, la sobredosis de información sin filtrar, la economía del exceso y los desechos, la falta de credibilidad de los modelos educativos, el fin del compromiso mutuo y las relaciones interpersonales fugaces”.

Los aconteceres de la ciudad peruana de Puno dan comienzo en la segunda mitad del siglo XVII, cuando llegó a la región don Pedro Antonio Fernández de Castro, esto es, el célebre Conde de Lemos y Virrey del Perú, a fin de reprimir las revueltas y conjurar las insubordinaciones de los Salcedo, propietarios de las prósperas minas de Laycacota. “Hasta entonces –me comenta el señor Aurelio Miró-Quesada–, Puno era sólo un asiento pequeño, tendido, como otros tantos, en la ribera del Lago Titicaca, y cuyas modestas habitaciones se cubrían con techos altos y pesados de paja, para protegerse del viento y el frío cortante de la puna, el conocido ‘mal de altura”.

Ana María Matute confesó haber abandonado la tartamudez de su miedo interno bajo los bombardeos, quizás la gaguera de la vida la despistó entre el retumbante martilleo de la máquina de escribir, su artilugio mágico del tiempo, con el que inventaba eras, mundos, modos y vidas, una cultura del decir encabalgado de palabras, de cuentos y novelas, nacidos desde el tiempo precoz, muy niño y muy frágil, tan doloroso como las lacerantes llagas de un país herido de sí mismo, maltrecho de atraso e incultura, contuso de desentendimiento, hambriento entre heridas provocadas por hermanos, destinadas a permanecer en la memoria para siempre, a veces en la ignominia, en los cementerios, en las cunetas, en los rencores y en los usos ideológicos prolongadamente inmaduros. Pueblo bárbaro y genial, cruel hasta en lo festivo.

Ya nadie escribe cartas. Muchos no entenderían hoy el placer de recibir el llamado del cartero, la emoción de tocar un sobre con estampillas de lugares lejanos, la utilidad de aquellos artísticos estiletes (armas de temer en las manos de algún personaje de Agahta Christie) para abrir el sobre, y la ansiedad al desdoblar el crujiente papel de ‘avión’ y leer lo que a miles de kilómetros alguien escribió, generalmente con mano temblorosa, deslizando la pluma cuidando de no manchar el papel, disponiendo el tintero a prudencial distancia para evitar accidentes fatales.

“A música do que compuxo Pérez Camino supónse do 1860 e leva verbas de M. Barros: ‘Erte, escoita, Galicia adorada/ dos teus fillos o dóce cantar’. Andrés Muruáis dou letra para dous: un de Felipe Paz Carvajal (‘Irmáns, con entusiasmo/ cantemos a Galicia’) e outro de Piñeiro, que semella feito para a Exposición de Pontevedra: ‘Coroadas de loureiro/ hoxe as testas vemos xa’. Varela Silvari fixo un con letra de Emilia Calé e outro máis sobre a poesía de Galo Salinas: ‘Ou, Galicia, erguida a túa testa/ e da groria por vredas de honor,/ conquerindo loureiros que a cingan/ xunta ás filas da soeva rexión’, que foi adoptado pola ‘Junta de Defensa de Galicia’, e que, como o de Francisco R. Núñez, do que logo falaremos, procede xa do concurso de 1890”, nos explica el inefable e ilustre profesor, siempre presente, Xosé Fernando Filgueira Valverde, en su estudio O Himno Galego. Da ‘Marcha do Reino de Galicia’ a ‘Os Pinos’ de Veiga e Pondal, publicado por ‘Caixa de Pontevedra’, Pontevedra, 1991.

El puerto de El Callao y el origen de su nombre

 

“El Callao tiene una playa pedregosa, con guijarros grises o negruzcos que golpean con ruido seco cada vez que se retiran las olas –nos recuerda el inefable historiador peruano Aurelio Miró-Quesada–. Éste es, precisamente, el origen del nombre”. Pues, en verdad, Callao no proviene de la lengua “yunga” de la costa, como nos indicó Jiménez de la Espada, siguiendo la estela del señor Montesinos, quien, a su parecer, “callao” significaba “cardero”, el que hace cardas. Tampoco procede de la lengua “quéchua”: “callu” o “callu-o”, esto es, lugar de lengua de tierra. Ni de “calla”, costa, como supuso Mideendorf. Tampoco Callao y chalaco tienen su origen en las voces “aimaras”: “challua”, costa o pescado, y “challua-haque”, es decir, hombre de costa, tal como estimó el señor Torres Saldamando. Acaso más lógica es otra derivación de la lengua “yunga” de la costa: “xllac” o “shallak-o”, que significa hombre de mar, a juicio de Benvenutto Murrieta.

“Polo que dí á garda e honores militares, no 1685, diante dos Pazos do Concello de A Coruña, rendíunos unha ‘Compañía de la Guardia’, con ‘Bandera alboreada’. Xa no 1697 consta que a bandeira se abatía tres veces. Os escribanos anotaban, con moito mimo, estas incidencias: o ano en que só se abatíu unha vez; cando, por acordo previo, non se renderan honores; cando se renderan dúas veces, e cómo os señores deputados, saúdan á bandeira ‘con la urbanidad de sacar los sombreros’ e correspondían ademáis ós saúdos dos espontóns”, leemos en las páginas de la monografía O Himno Galego. Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, Caixa de Pontevedra, 1991, escrita por el nunca olvidado Xosé Fernando Filgueira Valverde, el insigne “petrucio” –junto con Ramón Otero Pedrayo– de las Letras Galegas.

Neste ano 2025 temos que ser agradecidos cos emigrantes que en Montevideo –o 3 de setembro de 1950– fundan un programa de radio para lembrar a Castelao (falecido en xaneiro na capital arxentina) pois merecen as maiores distincións e recoñecementos. A emisión de ‘Sempre en Galicia’, nas mañás dos domingos, ten a singularidade de que se realiza enteiramente en galego. Quere dicir que milleiros de descendentes da nosa emigración aprenderon ou entenderon o significado da nosa cultura diferenciada por medio da radio e así foi como se achegaron a emotividade da terra de Rosalía de Castro.