Aspectos históricos del ‘Himno Galego’
“Pascual Veiga quedou noxado, despois do certame, e dimitiu da dirección do Orfeón coruñés, e morreu no 1906, fóra da sú Terra”, escribe el admirado profesor y literato Xosé Fernando Filgueira Valverde, eximio pontevedrés, en su insoslayable estudio O Himno galego. Da “Marcha do Reino de Galicia” a “Os Pinos” de Veiga e Pondal, publicado por ‘Caixa de Pontevedra’, Pontevedra, 1991. En verdad que es preciso recordar cómo este músico entregó a Galicia dos de las obras más sobresalientes del siglo XIX. La realidad es que fue vilipendiado por eruditos y rivales: unos porque los temas eran escogidos de este o de aquel “gaiteiro”; otros, porque no eran del todo populares: que si su gran coral estaba inspirada en una “ladaíña” coruñesa del señor Peralta, hasta el extremo de discutir acerca de la paternidad del “Himno”.
Ciertamente, el “Qué din os rumorosos” durmió el “sueño de los justos”, sin que se hablara de él hasta el 31 de diciembre de 1906, esto es, el exacto año de la muerte de Veiga, cuando Xosé Fontenla Leal emprende la iniciativa de transformarlo en “Himno Galego”. Era Fontenla un ferrolano benefactor. Un modesto y pobre tipógrafo, emigrado en Cuba, a quien asimismo se debe la idea de la fundación de la “Real Academia Galega”. Allá, en tierras cubanas, formó su “Junta Protectora”. Fontenla Leal propició que –en honra de Pascual Veiga– fuese interpretado el “Himno” en el “Gran Teatro” del Centro Gallego de La Habana el 20 de diciembre de aquel 1906. Al cabo de un año, la “Junta” del mismo Centro, puesta en pie, aprueba la moción de que fuera declarado “oficial” para todos los actos de la Sociedad.
Mas todavía tardó el “Himno” en adquirir el aprecio que merecía. Al parecer, fue primeramente cantado de modo solemne en Galicia, en el transcurso de una fiesta organizada, con la cooperación de varias “masas corais”, por el “Recreo de Artesanos” de A Coruña, en 1916, a la cual asistieron diez mil personas. “Eu puiden escoitalo en Pontevedra –nos revela el siempre recordado maestro Xosé Fernando Filgueira Valverde–, no “Circo Teatro”, pola “Sociedade Artística”, na velada en honra de Rosalía de Castro, o 19 de xaneiro de 1913”. “E penso –agrega– que no 1916 xa o cantabamos os rapaces das escolas e do Instituto, e os Exploradores. No 1917, no enterro de Eduardo Pondal, houbo que repetilo, a pedimento da xente”.
Y cuando ya todos sabían que aquél era el “Himno Galego”, en 1925 se armó una discusión, para evitar que lo fuera. En aquella contienda participaron enfervorizadamente Portela Pérez y Galo Salinas, Augusto de Paiva y Rodríguez Gil, Jaime Solá y Rodríguez Elías, entre otras figuras. He ahí que la excelsa obra de Pondal y Veiga fue bien acogida por el pueblo gallego. El hecho es que la declaración “oficial” fue incorporada a la “Lei de Símbolos de Galicia”, 5/1984, 29 de mayo.
¿Y quién no conoce ya las primeras estrofas del “Himno Galego”? Claro que ahora conviene que las comprenda. La bella “aventura” intelectual será cómo nació el poema pondaliano y su verdadero rostro. Eduardo Pondal, el bardo de Ponteceso, conocía, sí, los “Himnos” de otros pueblos. Incluso él mismo había hecho una glosa de “Els Segadors” de Cataluña. Por descontado, todos los que se dedicaron a Galicia. Ello le sirvió para que no se pareciese a ninguno. Buen “parnasiano”, rehusaba caer en el tópico de algo “débil y lloroso” en sus versos.