Opinión

Arequipa y la “eterna primavera”

Anochece y, a lo lejos, sólo podemos columbrar el nevado relieve de los tres montes tutelares: el Chachani, el Misti y el Pichu-Pichu. De repente, he aquí la Villa Hermosa de Arequipa, de enorme resonancia en toda la historia del Perú, cuyo nombre se ha coronado por las acciones de su talante, el límpido frescor de su campiña y las gracias de su envidiable clima. Mas, ¿cuáles fueron los primeros pobladores que se establecieron en este lugar? Se estima que, cuando Mayta Cápac llegó hasta aquí, no halló habitantes reunidos sino tan sólo campesinos dispersos. Él fue, pues, el primero en fundar verdaderos pueblos en la región. “A la caída del Imperio Incaico, el valle de Arequipa no perturbó la aventura de las imaginaciones de los españoles –nos revela el historiador peruano Aurelio Miró-Quesada–. Pasaron por allí aunque sin detenerse. Así parece que cruzaron (seguramente más hacia el lado del mar) los compañeros de Ruy Díaz, al naufragar su nave en Pisco y tener que seguir por tierra en su viaje hacia Chile. Por allí también pasó Diego de Almagro, al regresar de la Nueva Toledo por la noticia de la sublevación del Inca Manco”.

Arequipa y la “eterna primavera”

Arequipa obtuvo gran consideración a partir del 22 de septiembre de 1541, cuando Carlos V la elevó al rango de ciudad, con escudo de armas desde el 7 de octubre. El propio escritor Miguel de Cervantes, cuando habla de ella en el ‘Canto del Calíope’ de su obra La Galatea –publicada en 1585– la califica como la ciudad de la “eterna primavera”. El Inca Garcilaso alaba la fertilidad de su suelo y la templanza de su aire. Asimismo elogiado por Fray Antonio de la Calancha, Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

Entre varias hipótesis acerca de su etimología, se dice que, cuando los capitanes españoles acá llegaron, el Inca Mayta Cápac les respondió: “Ari quepay”, esto es, “Sí, quedaos”. ¡Iglesias de Arequipa, Plaza Mayor, iglesia de la Compañía de Jesús! Portadas, retablos, pinturas… “Más que en los templos y capillas, las características de la arquitectura arequipeña hay que buscarlas en las residencias particulares –nos explica el profesor Miró-Quesada–. Anchas casonas de muros altos y noble portada ornamentada, en su edificación y en su exterior ofrecen una atracción para la vista”. Desde luego, el sentimiento campesino que nos brinda alberga otra manifestación muy atractiva: los numerosos “modismos” y los vocablos tan singulares. Debido a su alcurnia, Arequipa depura su léxico tanto como su entonación musical. Recordemos esas palabras de origen europeo como “jedeque”, por niño molesto y fastidioso, que, al parecer, proviene del inglés “head-ache”, dolor de cabeza. Variaciones morfológicas con modificaciones de acento y terminación como “Si vos me querís, queréme”. Pintoresco catálogo el de Juan de Arona, quien indicaba más de sesenta “arequipeñismos” en su obra Diccionario de Peruanismos.

Siguiendo el catálogo de Juan de Arona, recordemos algunas expresiones: “caroso”, rubio rojizo; “collota”, falto del dedo meñique; “chuma”, sin gusto, desabrido; “huishui”, sucio; “paspa”, cutis rajado por el frío. También, “colonchi”, sin orejas, y “chascoso”, de pelo revuelto y desgreñado. Entre las sombras coloniales de Arequipa se presiente la figura y el halo poético de Mariano Melgar, quien con el canto del “yaraví” logró un bello mestizaje, acompañado del triste son de la andina “quena”. “Te amé, te amo y te amaré/ y, aunque me creas indigno/ de tal amor,/ yo alimentaré en mi pecho/ esa pasión que me causa/ tan cruel dolor”.