Cocina Gallega: Conejo con aceitunas verdes
Ya nadie escribe cartas. Muchos no entenderían hoy el placer de recibir el llamado del cartero, la emoción de tocar un sobre con estampillas de lugares lejanos, la utilidad de aquellos artísticos estiletes (armas de temer en las manos de algún personaje de Agahta Christie) para abrir el sobre, y la ansiedad al desdoblar el crujiente papel de ‘avión’ y leer lo que a miles de kilómetros alguien escribió, generalmente con mano temblorosa, deslizando la pluma cuidando de no manchar el papel, disponiendo el tintero a prudencial distancia para evitar accidentes fatales.
Las cartas se atesoraban, se releían, se ataban con cinta de raso y se ponían a resguardo de miradas indiscretas en pequeños baúles de caoba, o simples cajas de zapatos de charol. Algunos, como Kafka corresponsal de Milena, podían amar escribiendo cientos de cartas, afiebrarse y morir de angustia al leer las de su amada. Cartas interceptadas podían causar tragedias. Caballos, carretas, mensajeros, barcos, corrían contra el viento para que las cartas llegaran en tiempo y forma. El tiempo se hacía eterno para el/la que esperaba una carta.
Hace mucho tiempo leí por primera vez las cartas a Theo, de su hermano Vincent Van Gogh, un corpus de misivas llenas de angustia existencial, teoría del arte, y pedido de ayuda del pintor holandés. Y no hace mucho leí una vieja carta que me reveló un secreto de familia. En fin, que ningún correo electrónico se compara con una carta o un sobre que se pueda palpar, sopesar, rasgar para extraer su contenido, y hasta oler con placer o angustia.
Doy fe porque, hace un par de días, me llegó “carta de Galicia”, un sobre remitido por Pura Tejelo, irmá na poesía, desde A Coruña. En su interior, tres de sus libros: ‘As horas de Hanna’, ‘Novembro’ (Urutau editora) y ‘A elegancia do século’ (Xerais).
No leí en esta correspondencia llegada de la mano de un cartero “de carne y hueso” a las afueras de la ciudad de Buenos Aires el clásico “espero que al recibo de la presente, os encontréis bien, nosotros aquí con salud G.A.D”, pero si “Luz de tarde / pura paixón.// A flor recostada / pousando sensualidade / e madureza / arfa exhausta / tensión fatal.// Quen decide a morte da beleza?, o “A vida vén sendo a presa observada / por un león.// Esa última ollada escrutadora // lanzada sobre o pasto / e as gacelas”; también “Actualmente as miñas xornadas saben a parvas con tostas / que tomo sen vontade / en calquera praza con macetas florecidas./ Os testos tapan a pintura deslucida dunha greta./ Os viandantes pasean deslizando / os seus corpos de verán. // No recanto da terraza / cóntasme a túa última tormenta. / Eu escoito / mentres sorbo a escuma amarga dunha cerveza”.
Poesía pura. Simple, directa, comprometida con la realidad, navegando allí donde solo el ojo atento y sensible puede ver lo que suele pasar desapercibido en el devenir de esta posmodernidad que nos atropella. ¿Me unirá a la poetisa Pura Tejelo, a quien todavía no conozco personalmente, el haber respirado el mismo aire, los aromas de los montes y el valle de Quiroga, haber humedecidos los pies en las aguas del Sil? Me gusta imaginar que sí, augurando un futuro bríndis con un Godello o Mencía, un Albariño o tal vez un aguardiente de orujo.
Encantado con sus libros, releyéndolos con fruición de sibarita, me entero de la presentación de su último libro: ‘Vestidos de organdí’ (Belagua ediciones). Excelente noticia, cuando la poesía es cada vez más necesaria, esencial; gritos en el cielo y en la tierra actos, parafraseando a Celaya.
Hubo un tiempo en que Buenos Aires, México, o Montevideo, eran plazas propicias para los poetas gallegos. Muchos de ellos encontraron en la diáspora editoriales dispuestas a publicarlos, en castellano o gallego. Arturo Cuadrado en su ‘Botella al mar’, o junto a Luís Seoane en colecciones de Emecé Editorial, abrieron las puertas para que Lorenzo Varela, Blanco Amor, Rafael Dieste, Ramón Rey Baltar y Castelao, entre muchos otros, publicaran en estas latitudes. Una dedicatoria de Seoane a “Castelao Artista”, describe poéticamente el clima de una época en que publicar en España, y Galicia en particular, era casi inadmisible para los desterrados: “A Lorenzo Varela e Arturo Cuadrado, por todo/ canto fixemos xuntos en Buenos Aires, perdendo.// Por canto soñamos en Galicia dende Buenos Aires. /escribindo, pintando, loitando e perdendo. Solos”.
Solos, sin duda, también podríamos sentirnos los gallegos por nacimiento y vocación que seguimos soñando ya en el siglo XXI, a orillas del Mar Dulce, oteando el horizonte por ver si alcanzamos a ver la otra costa allende los mares, con la tierra en la piel. Soñando con que nuestras voces se unan en un canto único con las voces de los que están allí poetizando el futuro, pensando una Galicia Universal, en este año dedicado a Castelao, que incluya a quienes mantienen la llama encendida de nuestra cultura convencidos como el guieiro que Galicia non e pequena.
En fin, dejo por un momento la pluma y me voy a la cocina, recitando en voz baja otro poema de Pura Tejelo (que intuyo haría sonreír con aprobación a nuestra Rosalía): “Él vive pensando que ela lle pertence / mais amence coa incerteza / de que unha noite torne a porta / co seu calcaño metido nun zapato de cristal / tal nun conto que leran xuntos: / unha brétema vagabunda, unha carruaxe ao final da estrada / e un camino libre…// Mais goréntao o carmín aberto do seus labios”.
Conejo con aceitunas verdes
Ingredientes: 1 conejo, 2 cdas. de sal fina, 2 dl. de vino blanco, 3 cdas de aceite de oliva, 400 grs. de tomates pelados sin semilla, 100 grs. de aceitunas verdes sin carozo, 2 cdas de brandy, 1 pizca de pimienta.
Para la marinada: Jugo de 2 limones, 6 cdas de aceite de oliva, 4 dientes de ajo, 1 cda de romero,12 granos de pimienta (aplastados).
Preparación: Poner a marinar el conejo cortado en trozos pequeños 24 horas antes. Sacar luego la carne de la marinada, secar bien. Salar, y dorar en el aceite unos 10 minutos. Añadir el vino y cocinar en horno bien caliente otros 20 minutos.
Agregar los tomates muy picados, las aceitunas, el brandy y la pimienta. Echar encima la marinada y cocinar otros 20 minutos. Acompañar con papas al natural torneadas.