Nuestra persona –doblada sin pesadumbre a cuenta de los años– ya no viaja a lo turista, sino igual a los antiguos juglares en pos de sensaciones frescas, polvo de secano y querencias furtivas.Había, al llegar a la tierra-madre de nuestra nacencia lejana, entre los bajíos de la costa, una brisa cantarina y el aire sabía a juncia, algo así como un cansancio viejo ya muy conocido bajo la piel claveteada.