“Los exiliados gallegos en Argentina no eran cualquier cosa, eran gente muy importante”

Con los años aprendió, sobre todo, a estarse callado, pero cuando se le pregunta por asuntos comprometidos de la actualidad no escurre el bulto, si acaso, titubea unos segundos, el tiempo que necesita para formarse una opinión a la hora de pronunciarse sobre el derecho al voto de los nietos de emigrantes y exiliados. Otra cosa es cuando se refiere a las exhumaciones de cadáveres de la etapa franquista. Ahí lo tiene claro. “En España había un déficit de condena de los regímenes dictatoriales”, responde, contundente, porque la sinceridad no exige vericuetos e Isaac Díaz Pardo es de los que ha visto a algunos de los suyos morir a manos de los que luego resultarían vencedores. Otros han tenido que exiliarse y consumir sus últimos días lejos de su patria, como Suárez Picallo, cuyos restos mortales fueron trasladados a Galicia el pasado octubre después de 44 años descansando en Argentina. Pero él no es el único, otros intelectuales gallegos han tenido que exiliarse para escapar de la lista de cadáveres que ahora pretende ‘resucitar’ el juez Garzón. Díaz Pardo es la memoria viva de todos ellos, porque con ellos convivió y para todos tiene palabras de respeto y admiración. Porque “esa gente no era cualquier cosa”, dice.
Llegar a viejos es un lujo porque, dicen, la experiencia es la mejor escuela. Pero, qué se aprende en ocho décadas de vida; qué ha aprendido Isaac Díaz Pardo. “Aprendí a estarme callado”, responde, de forma escueta y con una sonrisa entre pícaro y espectante al percatarse de que tiene delante a alguien que se ha desplazado cien kilómetros para entrevistarlo. “Pero yo le voy a contestar”, reacciona al instante. –¡Menos mal!–. Entonces, ¿qué tiene de bueno tanto silencio? “...Porque las cosas no tienen mucha solución”, añade, con un gesto ligeramente resignado.
Claro, esto lo dice Díaz Pardo desde su ‘atalaya’ de los 88 años, pero de joven no pensaba así; de joven, aunque disciplinado –“El hambre obliga a uno a ser disciplinado”–, también fue un poco rebelde, hasta el punto de que en sus años ‘mozos’ llegó incluso a participar en el destrozo a pedradas de la farmacia del jefe de Falange en Galicia. Eso sucedió después de que los falangistas apuñalaran a un compañero al que tuvieron que llevar herido a un hospital. “Me tuve que esconder en casa de un tío en A Coruña y estuve procesado por eso hasta el año 1945, porque me echaban toda la culpa a mí. Yo tiré piedras, claro que tiré piedras, pero todos lo hicimos”.
Cuesta, lo cierto es que cuesta imaginarse a Díaz Pardo participando en la revolución. Su imagen es la de un hombre ‘poquita cosa’ –bajito y delgado– y de carácter afable. Pero se ve que en eso de la revolución influye el “factor años”, como él mismo reconoce. “Hoy no voy a hacer ninguna revolución, pero entonces soñábamos con modificar las cosas y, de hecho, a los 16 años creíamos que íbamos a cambiar el mundo”.
Y para muestra, otra anécdota. La década de los 30 eran años convulsos en España. Díaz Pardo estaba a punto de cumplir los 16 cuando estalló la Guera Civil. En ese momento ya pertenecía a las Juventudes Unificadas –organización juvenil que se creó en marzo del 36 como resultado de la fusión de las juventudes comunistas del PCE y del PSOE– y ¡cosas también de la edad!, llegó a caer en la insolencia de llamar reaccionarios a los ‘galleguistas’, encabezados por Castelao y compañía, entre los que se encontraba su padre. “¡Coño có rapaz!”, dice que fue la reacción de Castelao al improperio.
Pero, lo que no pasó de una simple anécdota de juventud todavía le remuerde en la conciencia porque, de los que estaban allí aquel día, dos de ellos fueron inmolados: su padre y Ángel Casal, –alcalde de Santiago–, y Castelao murió en el exilio. “Y yo, imbécil de mí, llamándoles reaccionarios a estos”, se lamenta.
Díaz Pardo pasó su infancia y juventud rodeado de intelectuales gallegos que, tras la Guerra Civil, optaron por el exilio como única salida para sobreponerse a la derrota por la fuerza de los valores que pretendían impulsar. Suárez Picallo, cuyos restos mortales fueron trasladados el mes pasado desde Argentina a Galicia, era uno de ellos. Lo conoció siendo joven porque era amigo de su padre y con él coincidió en su etapa en Argentina –quizá la “la más importante” de su vida, reconoce–.
A Argentina viajó Díaz Pardo por primera vez en 1955 y, una vez allí, pudo mezclarse con lo más granado de la intelectualidad gallega: Castelao, Luis Seoane, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Antonio Baltar, Blanco Amor, Luis Tobío, Vilanova, Arturo Cuadrado, Laxeiro, Neira Vilas (“el único que queda de este grupo”, dice) y Núñez Búa. A algunos de ellos ya los había tratado en Galicia antes de la guerra. Era un grupo de doce personas, todas ellas “muy preparadas” y con un hondo sentimiento de ‘galeguidade’, pero una ‘galeguidade’ distinta a la que proclamaban los emigrantes, porque, para Díaz Pardo, no se debe confundir entre emigrante y exiliado.
“Dentro de los emigrantes hay gentes excepcionales, pero, en general, va a la emigración lo peor de cada casa, y que no se ofenda nadie, pero, en general, es así”.
Sin embargo, “los intelectuales exiliados eran otra cosa –reconoce– no estaban en Argentina para hacerse ricos; estas gentes sacrificaban su vida para demostrar que no querían vivir en el país de Franco”.
Por eso, exiliados y emigrantes gallegos no se entremezclaban, más bien, llevaban vidas paralelas. Y así, mientras los primeros establecían relación entre ellos y también con intelectuales llegados de otras partes; los segundos se agrupaban en torno a las sociedades gallegas que se crearon en Argentina. Y era en esas sociedades donde “conservaban su añoranza de sus cosas, se vestían de gallegos y hacían sus fiestas típicas”.
“Cuando yo llego a Buenos Aires había 450 sociedades gallegas” en el país integradas por personas “sin cultura ninguna”, pero con “una gran conciencia” de la realidad, porque “se daban cuenta de que el no haber estudiado les impedía a ellos acceder a grandes cosas”. En cambio, los italianos, que tenían una colectividad muy importante, “mayor que la gallega y que la española, incluso, llegaban más formados” y podían aspirar a más. Y esa es la razón, apunta Díaz Pardo, por la cual la emigración gallega en América se preocupó de que hubiera escuelas rurales en Galicia y de que sus hijos y las gentes del pueblo pudieran tener otra educación. “Ahí hay un mérito”, dice, por eso, está a favor de que ahora se corresponda con ellos, porque, además, “las remesas que enviaban aquí” en su momento “eran muy importantes”, hasta el punto que un ministro de Franco reconoció que eran esas remesas lo que “estaba sosteniendo el país”. Y, “si los emigrantes estuvieron ayudando, lógicamente, si se les ayuda ahora a ellos, no se hace nada de más”, defiende.
El viaje que Díaz Pardo realizó a Argentina tenía un objetivo concreto. Allá se fue para ponerse en contacto con los exiliados intelectuales y, al mismo tiempo, montar una fábrica de cerámicas.
Pese a las distancias, la comunicación que mantenía con estos exiliados era frecuente. Incluso antes de partir ya colaboraba en la revista ‘Galicia Emigrante’, que dirigía Luis Seoane.
Pero para él “fue una satisfacción conectar con esta gente” una vez llegado a Buenos Aires. “Ellos fueron las raíces del ‘Laboratorio de Formas’, que dio lugar a la recuperación de ‘Sargadelos’ y ‘Edicións do Castro”.
A todos los recuerda con especial respeto y admiración, porque “eran gente muy importante”. Y de todos, con el que más empatizó fue con Luis Seoane, del que dice: “Era un hombre completísimo, tenía una formación grande... era un hombre verdaderamente excepcional”. De él destaca su “gran concepto artístico de las cosas” y también que “era el más moderno de todos”. Dice, además, que escribía fenomenal y que este abogado de carrera “tenía un gran sentido de la historia”.
Nacido en Argentina –era hijo de emigrantes gallegos– Luis Seoane se instaló en Galicia siendo joven, porque quería conocer sus raíces, y el primer despacho laboral que hubo en Galicia lo montaron él y Suárez Picallo. Durante la Guerra Civil, pudo salvar su vida en España por ser argentino, “si no, no lo hubiese contado”.
Pero, cómo vivían estos exiliados, cuáles eran sus ocupaciones. “Cada uno hacía lo que podía. Luis Seoane llevaba la revista ‘Galicia’ del Centro Gallego, era pintor, escribía, era periodista y abogado; Rafael Dieste también escribía; Lorenzo Varela estaba en ‘La Razón’, era un periodista muy importante. Cada uno vivía como podía”.
Con todo, lo más doloroso para toda aquella gente era tener que vivir –y también morir– en el exilio, “que fue muy duro para todos ellos”, dice Díaz Pardo, quien recuerda: Con el tiempo “se iban acomodando” a vivir en esa situación, pero “nunca floreciendo demasiado, porque estaban viviendo en una patria que no era la de ellos y esto es muy heroico”.
Las reuniones de este grupo de intelectuales “se hacían de vez en cuando, en el ‘Café Tortoni’, por ejemplo, pero, a veces, en la fábrica que montamos en Magdalena, una población a 100 kilómetros de Buenos Aires”.
Toda la actividad desplegada en Argentina durante el tiempo que Díaz Pardo permaneció en el país tuvo continuidad en Galicia. “Cuando volvimos, lo primero que se hizo, en el año 1963, fue ‘Edicións do Castro’, luego, en 1970, se inauguró la planta circular de Sargadelos y el ‘Museo Carlos Maside’, y fueron ocurriendo más cosas”
Los intelectuales que se habían quedado en Galicia, como es el caso de Francisco Fernández del Riego, Otero Pedrayo, Álvaro Gil o Ramón Piñeiro, entre otros, se integraron en el proyecto argentino, que no consistía en otra cosa que en sentar las bases para recuperar la memoria histórica de Galicia, dice el artista gallego.
Qué parte del éxito de sus empresas se debió a su relación con estos intelectuales no podría calibrarlo, pero “estas empresas se hicieron todas por autofinanciación, aquí no se recibió jamás un real de la Administración. Hubo un sentido de la economía de las cosas, de realidad; si los banqueros [de hoy en día] hubiesen hecho lo mismo no hubiese pasado lo que está pasando ahora”, comenta.
Recién cumplidos los 88 años, y después de obtener importantes reconocimientos como artista y una larga trayectoria como empresario, Isaac Díaz Pardo todavía no tiene claro cuál es su verdadera vocación. No sabe si es más artista que empresario o viceversa, porque “son dos cosas que van unidas”. Lo que sí tiene claro es una cosa: “Yo me dediqué más bien a templar gaitas y a limpiar mierdas”.
También tiene claro que los proyectos hay que sacarlos adelante, y en esa lucha está inmerso. Su objetivo ahora consiste en salvar el ‘Laboratorio de Formas’. Esa es su gran batalla a estas alturas de vida, porque detrás están los que “quieren destruir todo lo que tenía un significado de recuperación de la memoria histórica de Galicia”.