ENTREVISTA A CALIXTO BIEITO, DIRECTOR DE FàCYL

“Adonde no se llegue con dinero se llegará con la imaginación”

De padre gallego y madre andaluza, Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) abandonó su localidad natal con quince años, cuando ascendieron a su padre en Renfe y éste decidió emigrar con toda su familia a Barcelona. Él mantiene a familiares en el municipio burgalés, pero una extenuante agenda con compromisos laborales cerrados hasta 2015 le impide visitarlo con frecuencia. La Junta le ha elegido como director invitado para las dos próximas ediciones del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León (Fàcyl)
“Adonde no se llegue con dinero se llegará con la imaginación”

De padre gallego y madre andaluza, Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) abandonó su localidad natal con quince años, cuando ascendieron a su padre en Renfe y éste decidió emigrar con toda su familia a Barcelona. Él mantiene a familiares en el municipio burgalés, pero una extenuante agenda con compromisos laborales cerrados hasta 2015 le impide visitarlo con frecuencia. La Junta le ha elegido como director invitado para las dos próximas ediciones del Festival Internacional de las Artes de Castilla y León (Fàcyl).

 

Pregunta. Su primer contacto con las tablas llegó en el colegio de los jesuitas donde estudió en Miranda. ¿Qué recuerda de aquellas primeras incursiones en el escenario?
Respuesta. Los momentos de nervios antes de salir. En los jesuitas teníamos un cine y un teatro donde habitualmente cantábamos y montábamos diversas obras. Recuerdo que durante muchos cursos no pude disfrutar del patio porque teníamos que ensayar. La primera vez que subí al escenario debía estar en primero de básica; interpretamos ‘Las cuatro estaciones’ de Vivaldi y yo hacía de invierno. Luego participé en el cine forum, con películas de arte y ensayo, y en muchas proyecciones me colaba a la cabina de proyección, y desde allí vi películas de Buñuel y otros cineastas.
P. ¿Cuándo tuvo claro que quería hacer de aquello su oficio?
R. Tardé mucho. Empecé a dirigir grandes espectáculos siendo muy joven; con 22 ó 24 años ya dirigía en el circuito profesional en Cataluña, pero me costó mucho tiempo asumir que eso iba a ser mi oficio, más que nada porque como no lo conocía bien, sentía inseguridades y no tenía claro si podría hacer lo que quería o si iba a ser capaz de llegar a donde pretendía. Siempre he sido un hombre bastante lento y tardé bastante en sentir que podía ser un director más o menos interesante. La primera vez que percibí eso fue en Milán, con 26 años, montando ‘La casa de Bernarda Alba’ para actores del Piccolo Teatro de Milán. El éxito fue tal que pensé que quizá estaba en la buena dirección.
P. ¿Qué motivaciones le llevaron a aceptar el cargo de director invitado del Fàcyl en las dos próximas ediciones?
R. Primero los antecedentes del certamen: es un festival de vanguardia dentro de un estilo que me gusta. Después, que pienso que en estos dos años le puedo dar un empuje; si mantenemos la calidad de la programación e intentamos que la sociedad cultural y la sociedad civil se involucren más, podremos conseguir que sea realmente conocido. Al hablar de sociedad cultural me refiero a otros entes culturales de Castilla y León como pueden ser la OSCyL o la compañía de Ángel Corella; tenemos que conseguir que todo encaje más y mejor, consolidando también la apuesta por los barrios. Yo tengo una agenda endiablada y lo sensato por mi parte hubiera sido decir que no, pero siempre me han gustado los retos y me he educado en festivales: he estado diez años en el de Edimburgo, dos años en el de Salzburgo, trabajo normalmente en el de Bergen... Conozco bastante bien el mecanismo interior de los festivales.
P. ¿La permanencia constante en la vanguardia no es una contradicción en sí misma?
R. Yo no tengo la sensación de estar en la vanguardia. Tengo la sensación de que me gustan ciertas cosas, y con ellas intento convencer a la gente para que también le gusten. Eso son términos que vienen después, en los que yo no pienso. Tampoco creo que deba haber cuotas de ningún tipo. Creo en el talento. Hay espectáculos de vanguardia que son buenos y otros que son malos. Me gustan mucho las exposiciones de fotografía, me gusta mucho la pintura, la literatura… Me gusta saber qué hacen las personas ahora y quizá eso es ser vanguardista, pero como decía Rimbaud, sólo puedo ser moderno, porque vivo ahora y aquí.
P. En su opinión, ¿cuál debe ser el objetivo de un certamen de estas características?
R. Un festival debe enseñarte y descubrirte cosas nuevas, estimular tu imaginación y tu curiosidad. Tiene que intentar emocionarte, hacerte reflexionar y divertirte. Ése es su deber.
P. En tiempo de vacas flacas y presupuestos escasos, ¿el reto es mayor si cabe?
R. Bueno, soy un hombre bastante malo con el dinero. Con éste, como es público, intentaré que esté bien invertido, pero con el mío soy un total desastre (Ríe resignado). Con éste tengo que tener cuidado, pero va a ser dinero invertido en cultura, y adonde no se llegue con dinero se llegará con la imaginación. Hay que echarle mucha imaginación.
P. ¿Qué legado recibe de la gestión de Guy Martini en el último lustro?
R. El trabajo que se ha hecho hasta ahora es bueno, pero el festival es muy joven todavía y poco conocido; el festival de Edimburgo, por ejemplo, nace en 1947; el de Salzburgo, a principios de siglo… Aunque las cosas vayan muy rápidas ahora, este certamen necesita al menos diez o doce años y una voluntad política, civil y artística real, que lo convierta en un festival de referencia. Eso es fundamental e intentaré poner mi granito de arena. Un director de primera línea como yo le da un empuje, que luego recoge otra persona que lo tira más hacia delante; eso es lo que hay que hacer, porque hay muchos festivales en España pero no son tantos los que tienen una línea tan sorprendente.
P. ¿Dos ediciones serán tiempo suficiente para dejar su impronta personal?
R. No lo sé. No soy vanidoso sino ambicioso, y creo que este primer año ya se va a ver mi impronta: va a estar la OSCyL, habrá un tratamiento musical específico, crecerá el número de países que van a participar… Mi primer objetivo es conseguir que el festival sea muy conocido en el Estado español y en Europa; el segundo es traer nuevos espectáculos, que la sociedad civil salmantina se sienta orgullosa de su festival y que haya una comunión entre el certamen y la ciudad; el tercero, que haya una labor pedagógica importante con los barrios, con la gente que cree que eso es teatro muy elitista y no le va a gustar.
P. En ese último aspecto alude a la necesidad de formar espectadores.
R. Ése es un reto ya no sólo de este festival, sino de todo el país. Es preciso solucionar el problema que actualmente existe con la educación, que está fracasando estrepitosamente en España más que en ningún otro país de Europa. Hemos adoptado un modelo anglosajón de economía y de cultura, con mecanismos para la concesión de ayudas que hacen que caigan las subvenciones. Eso está muy bien, pero pongamos entonces en marcha leyes que liberalicen el ‘esponsoraje’, el patrocinio y la participación de fundaciones. El dinero que los británicos no consiguen del Estado para la cultura, lo sacan de los sponsors, pero en España es muy complicado. Además se está extendiendo esa especie de veneno que dice que si la cultura no rinde económicamente no funciona, y eso no es del todo cierto. Lo que distingue a un país civilizado es su cultura, su sanidad y su educación, y evidentemente el trabajo. De estas cuatro cosas, en trabajo estamos bastante mal, la sanidad quizá sea lo que está mejor, pero en cultura y educación estamos en precario. Esta especie de gran caos que es España, un caos formidable por su diversidad de culturas y lenguas, tan potencialmente rico en cultura, tiene que cuidar mucho más su cultura. Mucho más.
P. Danza, escena, música... ¿Tiene previsto priorizar alguna disciplina artística en la programación?
R. No. Habrá de todo, si bien como yo tengo un ascendente musical fuerte no es que vaya a priorizar la música pero sí voy a incluir propuestas que me gustan mucho, como la ópera contemporánea, por ejemplo.
P. Ha apuntado que pretende que, como Edimburgo o Salzburgo, Salamanca sea un lugar de creación. ¿Qué pasos dará para conseguirlo?
R. Voy a inventarme un par de proyectos que nacerán este año en el festival. Vamos justos pero espero llegar a tiempo. Se trata de generar proyectos dentro del festival para viajar con propuestas que surjan en Salamanca.
P. ¿Tiene previsto estrenar algún montaje propio ?
R. Traeré algún espectáculo mío no producido aquí. Creo que es mejor producir con otras personas, pero sí pueden llegar espectáculos míos que están por Europa y que no se vayan a ver en España de otra manera. Ahora mismo tengo varios por Europa, y está muy bien que Salamanca tenga la primicia de que se vean en España.
P. ¿Hay algún espejo en el cual deba mirarse Fàcyl?
R. Sí, yo creo que el de Edimburgo sería una buena guía. Escocia guarda ciertos paralelismos con Castilla y León: Glasgow sería Valladolid y Edimburgo, Salamanca; se repite un poco ese esquema. Edimburgo es una ciudad monumental y Salamanca lo tiene todo para llegar a su altura en unos años, no ahora mismo; sería un estúpido si dijera que este festival en dos años estará a su nivel, pero con la voluntad de todos, en cinco, seis o siete años, puede tener su impronta y crecer en esa dirección. Tiene una ciudad universitaria fantástica, monumental, turística, con buenos espacios, buenos servicios… Lo tiene todo. Ahora depende de la voluntad política y civil.
P. ¿Cree que es posible comprender al hombre contemporáneo sin atender a cuestiones como la violencia o sus raíces?
R. Hombre, ése es un tema muy importante dentro de la sociedad, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. En la Primera, la gente pensaba que la violencia venía dada: somos un país que atacamos a otro país y nos matamos… Hay una razón… Pero resulta que en la Segunda Guerra Mundial se produce una violencia organizada, de hecho sistematizada por el Estado; luego los comunistas hacen lo mismo en la URSS; luego aparecen todos los crímenes sin sentido que tan bien reflejó Albert Camus en ‘El extranjero’. ¿De dónde vienen esas razones atávicas de la violencia? La cultura debe servir para corregir cosas en un momento en que la religión quizá no está ocupando el lugar que ocupaba anteriormente, pero bueno, ya Wagner se planteaba esto: veía en el arte su religión. Quizá la cultura y el arte pueden ocupar espacios importantes; pienso que en la Vieja Europa sólo nos queda arte y cultura para mantenernos.