EMIGRANTES CASTELLANOS Y LEONESES, CáNTABROS Y ASTURIANOS MANTIENEN VIVO ESTE JUEGO EN ESTE PAíS

La ‘rana’ emigró a Bélgica

“Ahora sólo somos cinco equipos, pero en la época dorada llegamos a ser 50, con unos 500 jugadores”, explica. La época dorada de ‘la rana’ en Bruselas se vivió hacia finales de la década de los 80. Veinte años después de que la ola de inmigrantes económicos de una España deprimida se trajera entre su bagaje este juego que entretenía (y entretiene) las horas de taberna de la gente mayor, sobre todo del norte de España, en invierno en interior, y en verano afuera, en la plaza.
La ‘rana’ emigró a Bélgica
“No fue nada fácil empezar una nueva vida aquí. Como dicen, derramamos lágrimas de sangre. Pero ahora te cuento más, que me toca tirar”.
Teodoro Páramo, un ponferradino de 74 años que desde 1966 vive en Bruselas, se levanta de su silla, recoge las diez fichas de hierro esparcidas por el suelo, se coloca detrás de la línea que delimita los 3,5 metros reglamentarios de distancia y empieza a lanzarlas –haciendo juego con la muñeca y el antebrazo– con la esperanza de alguna de ellas se cuele en la boca abierta de la rana de hierro.
A su lado, sus compañeros de equipo, ‘El Picos de Europa’, le ovacionan cada vez que la ficha toca en la comisura o en el lomo del pequeño animal de hierro, o le gritan y se ríen cuando el tiro es tan poco certero que ni entra en la mesa con dos paredes laterales en la que está metida.
“Ahora sólo somos cinco equipos, pero en la época dorada llegamos a ser 50, con unos 500 jugadores”, explica. La época dorada de ‘la rana’ en Bruselas se vivió hacia finales de la década de los 80. Veinte años después de que la ola de inmigrantes económicos de una España deprimida se trajera entre su bagaje este juego que entretenía (y entretiene) las horas de taberna de la gente mayor, sobre todo del norte de España, en invierno en interior, y en verano afuera, en la plaza.
“Yo ya jugaba de pequeño en Ponferrada. Pero era distinta. Estaba completa. Tenía la rana, que valía 25 puntos, y los otros agujeros, con el molino, que valía 10, y los puentes, que valían 9”.
Hoy es la final. Su equipo ya ha ganado la copa y ahora está optando por la ‘Liga’. La partida es en una de las peñas en las que suelen reunirse los sábados para jugar, charlar y beber, un terreno alargado con un bar a la entrada, un pequeño descampado en el centro y un cobertizo al fondo donde se desarrolla el juego.
Aquí la modalidad es más simple que en España –sólo hay un agujero donde meter la ficha (el de la boca de la rana)– y las partidas enfrentan a dos equipos de cinco jugadores, cada uno de los cuales tiene 16 tiradas de 10 fichas.
Cada acierto vale uno, los puntos se anotan en una pizarra después de cada tirada y al final quien ha metido más, gana. Así de sencillo.
“Oléeeee”, se oye un vocerío de repente, cuando uno de los jugadores alcanza a meter la ficha y entre risas se marca un baile para “provocar” a los integrantes del otro equipo.
Como es la final, entre jugadores y público habrá unas 50 personas, y no falta el vino, la sidra, la barbacoa y una cadena musical que arroja música de discoteca que podría ser la de un día de fiesta mayor en cualquier pueblo de España.
Por lo bien que lo pasan, se nota que ‘la rana’ les ha servido para amenizar el difícil camino de los miles de emigrantes de una España gris, pobre, totalitaria y conservadora que en los 60 soñaba con la libertad y la calidad de vida del norte de Europa.
Procedentes sobre todo de Asturias –la mayor comunidad española en Bélgica–, Cantabria y Castilla y León, llegaron a Bélgica para trabajar en las empresas siderúrgicas de Valonia (la región del sur del país), en la construcción o en lo que fuera para salir adelante.
Teodoro Páramo, por ejemplo, trabajaba en Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) hasta que se vino aquí para trabajar en una empresa y luego “más de 30 años de joyero”.
“Yo trabajaba en las minas en León, y cuando un compañero mío se mató lo dejé todo y me vine aquí en el 77 a empezar de nuevo. Trabajé de panadero, de albañil y ahora tengo un bar”, explica Amador Fernández, también de Ponferrada.
Muchos de ellos venían sólo por un tiempo y con los años fueron cruzando décadas casi sin darse cuenta, cada vez más integrados –casados, con hijos y nietos– en un país que les ofrecía la vida cómoda que había anhelado.
Pero nunca olvidaron que su alma sigue en España. De ahí que se reúnan entre ellos para recordar el sabor de su tierra. Con la excusa de jugar a la rana.