Alejandro Rodríguez es un joven leonés que trabaja todo el año como monitor de snowboard

Un invierno sin fin, de San Isidro a Chile

Alejandro Rodríguez es un joven leonés que trabaja desde hace tres años como profesor de ‘snowboard’ en San Isidro. Hasta ahí todo resulta normal si no fuera porque cuando concluye la temporada invernal en León cruza el Atlántico para poder seguir practicando y viviendo de su deporte favorito en Chile.
Un invierno sin fin, de San Isidro a Chile
 Alejandro Rodríguez, en una foto en el país sudamericano.
Alejandro Rodríguez, en una foto en el país sudamericano.
Alejandro Rodríguez es un joven leonés que trabaja desde hace tres años como profesor de ‘snowboard’ en San Isidro. Hasta ahí todo resulta normal si no fuera porque cuando concluye la temporada invernal en León cruza el Atlántico para poder seguir practicando y viviendo de su deporte favorito en Chile. Es más, como él mismo reconoce, si hoy en día es monitor es “por haber ido como turista a Chile hace tres años”.
En junio de 2005 terminó de estudiar Administración y Dirección de Empresas y, como siempre le había gustado mucho la nieve y tenía un poco de dinero ahorrado, decidió irse a la aventura. Así que cogió un avión y se fue a Santiago de Chile, sin conocer a nadie. Sólo tenía un contacto por ‘e-mail’ de una persona que vivía allí, pero no sabía nada de ella, explica.
Cuando uno se va a la aventura, lo normal es que ocurran todo tipo de imprevistos, que con el tiempo arrancan una sonrisa, pero que en el momento en que suceden ocasionan verdaderos quebraderos de cabeza. Eso es precisamente lo que relata Álex, que es como le conocen todos sus amigos, porque su entrada en Chile “fue triunfal”.
Según recuerda, nada más llegar le perdieron las maletas y tuvo que esperar por ellas dos horas, sin embargo, “la tabla y el resto del equipo llegaron tres días después”.
Lo realmente grave fue que, como iba a pasar fuera un largo periodo de tiempo, en las maletas llevaba embutido y “allí no se podía meter carne, porque es ilegal”.
Aunque él lo había declarado en un impreso, “con el lío de las maletas” lo perdió y, tras recoger el equipaje y pasar por el escáner, le retuvieron y hasta quisieron abrirle un expediente, aunque finalmente todo se arregló.
Una vez solventado ese primer percance, Álex retomó sus planes, que inicialmente eran “vivir en Santiago unos días y encontrar un piso cerca del centro de esquí, que está como a una hora de la capital”. Pero pasaron dos semanas y “seguía sin encontrar casa”, así que terminó trabajando de camarero en un bar de la estación de esquí, donde le daban alojamiento y comida.
Fue allí donde entabló sus primeras amistades en El Colorado, que es como se llama la estación en cuestión, lo que le permitió encontrar un piso compartido con varios monitores de esquí del centro y dejar “el trabajo en el bar, para ser un turista más”.
Aunque esa intención se vio pronto modificada por el azar. Así, un día estaba en la tienda de fotografía en la que trabajaba uno de sus compañeros de piso, y pasó por ella la directora de la estación buscando un profesor.
Le preguntó “si sabía hacer ‘snowboard” y al responderle afirmativamente le pidió que “le hiciera el favor de dar una clase a una turista que estaba fuera”. Aunque le dijo que nunca lo había hecho, le respondió que daba igual y que le “hiciera ese favor”.
Desde ese momento, empezó a dar clases a diario durante lo que quedaba de temporada y sacó el curso de primer nivel para ser profesor ‘de snowboard’. A partir de ahí “una cosa llevó a la otra”. Al volver a León, se puso en contacto con la gente de San Isidro y le dieron trabajo allí y al acabar aquella temporada volvió a Chile. Pero esta vez “ya con piso, trabajo y conociendo a todo el mundo”, recuerda.
Ese verano en España, invierno en Chile, sacó el nivel dos de profesor y al terminar la temporada invernal en El Colorado enlazó nuevamente con la que empezaba en San Isidro. Así que durante tres años, el único verano que ha vivido como tal fue el del año pasado, que decidió quedarse en León.
La pasión que Álex siente por la nieve le tira tanto que ahora mismo está trabajando de nuevo en San Isidro y tiene todo listo para irse a Santiago a “dar clases e intentar sacar el último nivel de profesor en cuanto se cierre aquí la temporada”. Es más, esa pasión por el deporte blanco es quizá el único nexo de unión entre dos mundos distintos, porque “la diferencia entre aquí y allí es abismal”. Así, “en León, por ejemplo, prácticamente puede subir a esquiar todo el mundo, mientras que en Santiago de Chile sólo está al alcance de la gente que tiene mucho dinero”, asegura.
Y es que, en ese país, “la distribución de la renta está muy descompensada, no hay clase media, y la gente que no es de clase alta tiene que ahorrar bastante para poder esquiar un par de días”. No en vano, “tanto la estancia como la comida y las clases son más caras que aquí, y en cambio la vida fuera de la estación es más barata que en España”.
Por lo que respecta a la estación, Álex destaca que “está realmente bien, y suele tener mucha nieve durante toda la temporada, porque su base está nada menos que a 2.600 metros de altitud, rodeada de picos de 5.000 metros y algún que otro glaciar”.
Para hacerse una idea, basta con señalar que El Colorado tiene unos 40 kilómetros de pistas, y está conectada con otras dos estaciones, Valle Nevado, que es la más conocida a nivel internacional, y La Parva”. Entre las tres “suman unos 120 kilómetros de pistas”. Sin embargo, “los medios mecánicos (remontes) son mucho peores que los de aquí, y en cambio sus precios son más altos”. Algo que se explica si se tiene en cuenta que “la mayoría de los usuarios son turistas, mayoritariamente norteamericanos y europeos. Incluso los profesores de la escuela son en su mayoría extranjeros”.
De este modo, mientras en León, al ser San Isidro propiedad de la Diputación, “se dan muchas clases a grupos de escolares entre semana, y las de turistas se centran sobre todo en los fines de semana”, en Chile “todas las clases se dan a turistas y, durante los cuatro meses de temporada, únicamente se enseña a escolares cuatro o cinco días”.
Diferencias que, aunque en menor medida, también se trasladan a los sueldos de los monitores. De tal forma que Álex ahorra dinero todos los años antes de viajar a Chile, para poder costearse los billetes de avión y el primer mes de estancia, porque lo que gana en El Colorado se lo gasta allí, tanto en pagarse el curso como en realizar algún viaje para conocer el país.