ALDO BELTROCCO REALIZA EN SALAMANCA MÁSCARAS ARTESANALES DE PERSONAJES CONOCIDOS

El emigrante argentino que hace realidad el sentirse como los famosos por unas horas

Ser la duquesa de Alba o su novio durante unas horas sólo cuesta unos 30 euros. Ese es el precio de las máscaras de látex que fabrica de manera artesanal Aldo Beltrocco, un emigrante argentino que vive desde hace 10 años en España y que está especializado en hacer realidad los sueños de aquellas personas que quieren ser otras durante una noche o en una fiesta.
El emigrante argentino que hace realidad el sentirse como los famosos por unas horas
 Aldo Beltrocco y su esposa, Adriana Baratti, con las máscaras de la Duquesa de Alba y su novio, que realizan de forma artesanal en Salamanca.
Aldo Beltrocco y su esposa, Adriana Baratti, con las máscaras de la Duquesa de Alba y su novio, que realizan de forma artesanal en Salamanca.
Ser la duquesa de Alba o su novio durante unas horas sólo cuesta unos 30 euros. Ese es el precio de las máscaras de látex que fabrica de manera artesanal Aldo Beltrocco, un emigrante argentino que vive desde hace 10 años en España y que está especializado en hacer realidad los sueños de aquellas personas que quieren ser otras durante una noche o en una fiesta. Ahora, su personaje de moda es la duquesa de Alba pero antes fueron los Príncipes de Asturias, Bin Laden, Obama, Julián Muñoz, el rey Juan Carlos, o el dios de los argentinos, el ‘pelusa’ Maradona.
Son máscaras artesanales, hechas en látex y llenas de detalles que incitan a la diversión. “En modelarlas tardamos unos tres meses. Primero estudiamos al personaje a base de muchas fotografías desde todos los planos. Después las hacemos en barro, luego a escayola, a cera, le trabajamos los matices y generamos la matriz, con látex o silicona aunque el proceso permitiría hacerlas en bronce. Después la pintamos de forma manual”, explica Aldo Beltrocco.
Este artista, que estudió Bellas Artes en Rosario, caracterización en Buenos Aires y trabajó en el taller de máscaras del Teatro Colón donde se especializó en el látex, crea “personajes conocidos porque hace muchos años que aprendí que la gente busca reírse de las cosas cotidianas. La máscara te permite ser el personaje y hacer con ella lo que nunca hiciste, pero siempre desde el respeto”, asegura.
“La gente quiere divertirse y es lo que le falta hoy a este país. Esto se parece mucho a lo que vivimos en el 2001 en Argentina. España no se va a caer como mi país, pero a la gente la veo en un momento anímico muy parecido al que vivimos allí y que nos llevó a tomar la decisión de venir para acá”, comenta.
Detrás de las máscaras de Aldo Beltrocco, que tan buenos ratos hacen pasar a la gente, se esconde una historia de dolor y superación. Aldo era un empresario, con una pequeña fábrica artesanal, que daba trabajo a doce personas, en Granadero Baigorria, en Santa Fe, que se arruinó con el ‘corralito’ argentino de 2001. Su esposa, Adriana Baratti, nieta de emigrantes salmantinos, tuvo el coraje de regresar a la tierra de sus antepasados con sólo 100 euros en el bolsillo.
Unos familiares le ceden un chalet en el pequeño pueblo de Endrinal de la Sierra, y allí, en el garaje, Aldo reinicia su actividad. “Los parientes nos dieron una mano y empecé a viajar, a hacer lo que hacía en mi país. En principio nos fue mal, las pasamos canutas como decimos los argentinos, pero siempre hay que tratar de abrir puertas, ser positivos porque tenemos una sola vida, si no lo intentamos, no hay más”, asegura.
Con el tiempo, las cosas le empezaron a ir mejor. Abrió una pequeña tienda en Salamanca, una web en la que recibe algunos pedidos de otros países y pudo traerse a sus hijos e incluso encargar trabajos a los cuatro empleados que mantuvieron su empresa activa en Argentina. Ellos fueron quienes hicieron más de 1.500 máscaras de los Príncipes de Asturias, con motivo de su boda.
En el discurso de Aldo, siempre existe el binomio España-Argentina. “Siempre trato de generar una comunión entre mis dos países y espero en algún momento poder hacer dos comercios juntos. Mantengo mi empresa en Argentina gracias a los euros que logré en España. Es una ida y vuelta, porque ahora mi hijo, Kevin Beltrocco, está allá, al frente de la empresa que mantuvieron viva mis trabajadores mientras yo intento abrir puertas acá”, indica.
Aldo no oculta que “emigrar es una espina en el corazón. Es algo que todos los días te está pinchando. Tiene un peaje grande pero también te permite ver a tu país, y al mundo, de forma diferente. Tienes dos culturas y te planteas la vida con otros conceptos. Se aprende tanto de uno como de otro. Rescatamos lo bueno de España, que me acogió muy bien, y el negocio, a pesar de la crisis, nos va medianamente bien. Sólo así podemos ayudar y dar trabajo a españoles y argentinos”.
“Emigrar duele, y los que se van a otro país, que tengan en cuenta que es muy doloroso, que uno no termina nunca de emigrar porque siempre se quiere volver. Los jóvenes que ahora emigran a otro país deben ir preparados, pero no solamente con un título debajo del brazo. Tienen que ir preparados para lo que sea, para trabajar, para entender, entrar con los pies descalzos para no hacer ruido, no molestar, respetar las normas de convivencia, no incomodar al nativo, no tratar de ofender”, aconseja Aldo.
Desde su experiencia asegura que “soy argentino y si hay algo que me incomoda de los españoles, me retiro y me quedo en mi casa, porque hay que tratar de no ensuciar a quien te da de comer. Hay que tratar de tener un equilibrio para que no se olviden tus costumbres pero también coger las del otro país. Es muy difícil, sobre todo en aquellos que forman familia porque los padres tienen un pensamiento y los hijos se crían en otro país, con otras ideas”.
También tiene consejos para los jóvenes españoles que ahora están viajando a Argentina para intentar salir adelante ante la crisis que hay en España. “Hay una afinidad de muchos años, que lo hace fácil. Los que se van a Argentina, van a tener trabajo, porque el país está creciendo pero no tienen la libertad que yo tengo aquí”, asegura.
En España, Aldo trabaja junto a su esposa, su hija Astrid y su yerno David Mildes. “Mi intención es dar trabajo a la gente de Endrinal pero la cosa esta difícil”, asegura, antes de explicar que “no puedo acceder a créditos para respaldar a cuatro o cinco empleados, y realmente tengo la posibilidad de darle trabajo a gente del pueblo. A algunos directores de los bancos tendrían que levantarle la cola de la silla y hacerles ir a ver las fábricas y las pymes que funcionan, para que le den el crédito que necesita para generar movimiento. En el mundo tiene que haber movimiento, poco o mucho, pero tiene que haberlo”, sentencia.