CARLOS KRAVETZ, PINTOR ARGENTINO

“La cercanía con Galicia no la puedo explicar; cuando llegué acá todo me era familiar”

Cuando Argentina abrió sus ‘ampulosos’ brazos a la emigración, el país se pobló de italianos, gallegos, judíos... Y tal amalgama de razas y pueblos dio como resultado la Argentina actual: un país cosmopolita y teñido por el colorido con el que cada una de estas culturas ha dejado marcada a sus gentes.
“La cercanía con Galicia no la puedo explicar; cuando llegué acá todo me era familiar”
 El pintor, junto a uno de los cuadros que expone en la galería Chroma, en Vigo.
El pintor, junto a uno de los cuadros que expone en la galería Chroma, en Vigo.

Cuando Argentina abrió sus ‘ampulosos’ brazos a la emigración, el país se pobló de italianos, gallegos, judíos... Y tal amalgama de razas y pueblos dio como resultado la Argentina actual: un país cosmopolita y teñido por el colorido con el que cada una de estas culturas ha dejado marcada a sus gentes. Pero ha sido la sensibilidad lo que ha permitido a esos pueblos mezclarse y permanecer unidos. La sensibilidad une más que el cemento, por eso, cuando un pintor argentino, de origen judío, viene a Galicia con la intención de mostrar su obra, todo le suena familiar. “¿Dónde habré percibido yo antes esta sensación?”, se pregunta. En las calles de Buenos Aires, tal vez, donde los gallegos se mezclan desde finales del siglo XIX con individuos de otras latitudes, pero con la suficiente sensibilidad para percibir la cara amable de otros pueblos.

 

Su sonrisa es amplia y suena franca y con fuerza en su cuerpo grandote. Se diría que se siente cómodo mientras explica el significado de su obra: cuadros que recrean lo más emblemático de la arquitectura de su ciudad, Buenos Aires. Pero el concepto que se quiere plasmar en estas obras no es sólo eso. La ciudad se ve ahí reflejada, porque la llegada de emigrantes a Argentina entre 1880 y 1930 permitió crear “construcciones bellísimas”, pero los cuadros dicen algo más, incluso del artista. “Cuando pintas estás mostrando quién sos, aunque no lo sepas”. Carlos Kravetz parece tenerlo claro. Lleva más de treinta años en este ‘negocio’, y el haber sido nominado para optar al ‘Mejor Artista 1996’ por la Asociación Argentina de Críticos de Arte (AICA) le permite hacer aseveraciones como ésa.
Pero, ¿por qué mezcla mapas imaginarios con elementos ornamentales de emblemáticos edificios bonaerenses? La pregunta surge al instante sin que exista necesidad de formularla, porque el autor lo explica de un modo espontáneo. “Hay mapas en muchas de estas obras, son geografías inventadas que juegan con la relación entre la naturaleza y el arte”. Por eso, frente a una figura arquitectónica de ciudad, coloca un mapa con la misma forma pero de modo invertido, para poner al espectador en contacto con la naturaleza y trasladarlo más allá de las calles y de los coches, que, “nos gusten o no”, son los paisajes de la ciudad.
Su idea de trabajar con mapas es para emular a aquellos navegantes que cartografíaban los lugares por los que pasaban. “Sus descubrimientos los iban plasmando en el mapa, yo, como artista, mis descubrimientos los voy plasmando en la tela”, dice Kravetz, quien tiene mucho de navegante.
De joven, en sus años de estudiante, vivió en Israel y Alemania y la experiencia le dejó el “corazón partido”. Y eso lo refleja en su obra ‘Ensueño de navegante’, una de tantas a las que hace referencia a lo largo de la entrevista.
“Parte de lo que soy tiene que ver con esto de haber andado por el mundo”, reconoce, por eso, sus afectos están “a caballo entre dos realidades”. Pero “esto es muy bueno”, dice el artista, porque “te abre la cabeza, te hace pensar distinto, mirar con otros ojos, y al tiempo te da un dolor y una nostalgia que se refleja en todas partes”.
Los artistas gallegos que en otros tiempos contribuyeron con sus obras a hacer de Buenos Aires un lugar de encuentro de culturas parecen fijados en su memoria, aunque reconoce que, en su caso, no se puede hablar de influencia.
Le sosprende de manera especial Luis Seoane, porque era un transgresor del momento y “su obra creativa es atractiva” a sus ojos. Por eso, lo considera un artista que ha sabido desarrollar “su propio juego más allá de lo que estaba en boga”. Además de Seoane, también nombra a Colmeiro y Laxeiro, dos grandes del arte gallego que, al igual que aquel, dejaron su impronta de artistas en la capital argentina en aquellos años del exilio español masivo hacia Buenos Aires.
Su visita a Galicia –ésta es la segunda vez que pisa la comunidad autónoma– para dar a conocer sus ‘ensoñaciones’ lo dejó sorprendido. En Galicia reconoció lo que tanto había “mamado” en su Buenos Aires natal y así lo relata: “La cercanía con Galicia no la puedo explicar. No sabía que existía ni que estaba tan cerca. Cuando llegué acá todo me era familiar, más que en otras ciudades de España, y pensando me di cuenta de pronto de que ésta es la presencia española que yo mamé desde chico; el modo de hablar...no sé, es muy loco porque no me lo imaginaba”.
De los gallegos destaca su parte sentimental y reconoce que “la gente tiene algo del orden de lo sentimental” que le “gusta mucho”; la gente en Buenos Aires “es más ampulosa, pero también es sensible” y esa sensibilidad “está a flor de piel”, pero la gente en Galicia es “muy sensible y muy generosa. Me encanta la gente generosa y esto no lo encuentras en todas las partes”, dice.
Consciente de que “la mejor obra de arte que puedes construir es tu propia vida, cuando encuentras algo así te sientes muy bien”, reconoce.
Incluso reconoce más cosas. Por ejemplo, que no tiene problema en trabajar por encargo siempre y cuando se le deje libertad para hacerlo. Y él se siente bastante libre a la hora de crear. Si acaso, aclara, “las faltas de libertad son internas”, porque “no se trata de hacer todo lo que uno quiere, sino de elegir”.
Entre los peligros que acechan al artista destaca la debilidad de “dejarse llevar por lo que debe ser, lo que va a gustar”, porque vivimos “en un mundo muy dominado por el dinero: vales lo que tienes y yo no estoy de acuerdo”, asegura, porque si te enganchas de esa teoría “vas a hacer ‘marketing’ en lugar de arte”.
En su caso, lo que busca es “que la obra tenga magia”, “que se juegue con el misterio”. Lo que una obra nos dice “no debe acabar con la primera mirada, porque con el tiempo es como llega la obra al fondo”. Si acaso, la dificultad estriba en lo que se quiere decir y en el modo para decirlo, por eso, es importante que “cada uno encuentre su sitio; hay que escuchar quién es uno”, pero en el momento de crear “la sensibilidad tiene que estar en la piel”, porque “si lo que sale del alma es serio, va a encontrar su camino”.
Lo bueno, para este pintor argentino, es que “uno dialogue con el arte”. En su caso, se pasó un año dialogando interiormente con Rembrandt, porque su sensibilidad de artista así se lo permite.
Al público gallego que estos días se pase a ver su obra –que se expone en la galería Chroma, en Vigo– le pide que la entienda a su manera, “porque cada quien tiene que verla y vibrar con lo que vibra”.