Marisa Navarro analiza el Estado laico y los derechos de las mujeres en Buenos Aires

La investigadora e historiadora española Marisa Navarro Aranguren ofreció en la sede del PSOE Buenos Aires, una conferencia titulada ‘Estado, democracia y los derechos de las mujeres’. Es un tema en el que está trabajando desde hace un tiempo, junto a otros investigadores. En este sentido, Marisa Navarro señaló que, aunque es un tema que ha dado mucho que hablar desde el siglo XVIII, aún en el siglo XXI se estudia lo que tiene que ser un estado laico, cómo funciona y cuáles son las relaciones en una sociedad plural, que impliquen que haya gente que es católica y gente que no lo es, gente que no tiene religión o que es agnóstica.
“La democracia –afirmó Navarro– reconoce que tiene que haber un gobierno que acoja a todos y a todas y que promueva la convivencia a pesar de las diferencias para el bienestar de toda la sociedad”. “Una sociedad plural –subrayó– tiene que ser sociedad laica, una sociedad que permita la convivencia de la gente que no piensa como uno, que tengan costumbres y creencias diferentes”. En este marco, explicó, las mujeres tienen un problema particular: “la Iglesia –en referencia a la Iglesia Católica– conserva todavía una concepción de las mujeres que es muy diferente a la vida que llevan las mujeres ahora”.
Por otra parte, agregó que otras sociedades como la musulmana ni siquiera toman en cuenta a las mujeres; como tampoco lo hace la religión judía. “Yo no quiero Estados confesionales”, reafirmó la investigadora durante su intervención, y agregó: “Esos son Estados en los cuales la religión y el Estado están muy unidos”. Por último, la historiadora Marisa Navarro reiteró que “no quiere un Estado confesional, sino un Estado que permita a todos convivir de la mejor manera posible”.
Por otra parte, señaló que todavía hay mucho por hacer en relación a los derechos de las mujeres. “Estos son derechos –precisó– que se han ido refinando y moldeando, sobre todo a partir de los años 90, tras las reuniones que organizó Naciones Unidas; por ejemplo, la conferencia internacional de Beijín, la conferencia sobre derechos humanos que hubo en Viena y la conferencia que sobre población en El Cairo (Egipto), que nada tenía que ver con los derechos de las mujeres, en principio, pero que se incluyó en este apartado por la temática de desarrollo de población. Ahí empezaron a aparecer una serie de derechos que tienen que tener las mujeres y que no habían sido contemplados, como el derecho a saber que existen anticonceptivos y a usarlos”. “Con eso de que son políticas públicas aceptadas internacionalmente, la Iglesia tiene problemas”, denunció e instó a las organizaciones de mujeres a “hacer uso de los derechos que les reconoció el derecho internacional en los últimos 20 años. Por último, indicó que es necesario para las mujeres negociar con la Iglesia de una manera distinta y la Iglesia tiene que tener un lugar en la sociedad que no sea el que impone los valores de la Iglesia a todas las mujeres y a todos los hombres católicos o no.
Historias de vida de la guerra civil española
Marisa Navarro Aranguren nació en España, el 12 de octubre de 1934. “Soy muy vieja, pero tengo muy buen humor”, dice a modo de presentación con una sonrisa que le ilumina la cara. Es historiadora, docente e investigadora visitante en la Universidad estadounidense de Harvard.
Vive en Boston, pero también tiene casa en Buenos Aires, visita a su hermana en Montevideo (Uruguay) y pasa algunas temporadas en Navarra, donde reside parte de su familia, y visita el Archivo General de Navarra donde también realiza investigaciones.
El mes que viene piensa jubilarse aunque continuará a pleno con su actividad intelectual. “Estoy escribiendo algunos libros de historia y una historia de mi vida, o de la vida del exilio de mis padres”, nos cuenta. Una historia, reconoce, que hasta ahora nunca pudo contar porque le “dolía mucho”. “Eran cosas –relata– que no se hablaban en la casa y ahora que estoy sola con mi hermana creo que ha llegado el momento de enfrentar los recuerdos”.
Fue una ‘niña de la guerra’. Su padre salió de España tres días después de que empezó la guerra civil. A su madre, a ella (que en ese momento tenía dos años) y sus hermanos los encerraron en la cárcel, en Pamplona. “Yo tenía dos añitos y obviamente era una criminal”, dice sin perder su sonrisa. Allí los intercambiaron por prisioneros fascistas y fueron a Bilbao donde sufrieron los bombardeos a la ciudad. Un día antes que Bilbao cayera, su hermana mayor fue evacuada a Rusia y ella junto a su madre y los demás hermanos se refugiaron en Santander primero y de allí partieron a Francia. Su padre, mientras tanto, se había reunido con ellas en Bilbao. De Francia, él volvió a España e intentó salir por Cataluña cuando los republicanos perdieron la guerra, pero lo detuvieron y lo enviaron a un campo de concentración del que pudo salir gracias a las gestiones del Gobierno vasco. Se reunieron en Francia donde pasaron toda la Segunda Guerra Mundial porque sus padres no querían irse de allí hasta que pudieran recuperar a su hija mayor, exiliada en Rusia. Ella volvió en el 48 y en el 49 todos partieron para Uruguay, donde su padre falleció en los años 60.
“Mi padre –cuenta– fue un exiliado hasta que se murió” y su madre, que vivió 20 años más, volvió a España sólo de visita. “Nunca quiso regresar a vivir allá porque le dolía mucho que no estuviera también mi padre”, apuntó.
“Es una historia que todavía me duele mucho, mucho”, asiente y recuerda: “durante años no se podía hablar de eso. Los exiliados no existíamos y lo que habíamos hecho era malo; es decir, la República era lo más infame que había para el gobierno de Franco”.
Luego vino la Transición, un proceso, dice, con el que confiesa que tiene “desacuerdos”. “Diría simplemente –explica– que es una cosa extraña porque, en 1936, España era una República, pero cuando se terminó el Régimen resulta que España de nuevo milagrosamente se convirtió en monarquía”. “Me parece –continua– que hay un problema gordo ahí que hay que desentrañar y del cual no se habla, pero que la transición fue una extraña transición me lo ha demostrado ahora el juez Garzón”.