Su idea sobre la emigración experimentó una evolución durante los años que vivió exiliado en la capital argentina

Castelao, el intelectual que defendió el ‘alma gallega’ y la República desde Buenos Aires

Cumplido ya el 75º aniversario del fallecimiento de Alfonso Daniel R. Castelao (Rianxo, 1986-Buenos Aires, 1950), la efeméride se prolongará durante todo el año 2025 con una serie de actos a desarrollar por organismos e instituciones deseosas de remarcar tanto la figura del ilustre galleguista como su amor a la patria (Galicia) y su sentimiento republicano, conceptos ambos que procuró alejar de intereses partidistas que le hicieran perder un ápice de autenticidad a su ideal.
Castelao, el intelectual que defendió el ‘alma gallega’ y la República desde Buenos Aires
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Castelao, pintando las máscaras para la representación de su obra teatral ‘Os vellos non deben de namorarse’.

Castelao falleció el 7 de enero de 1950 en el Centro Gallego de Buenos Aires, ciudad en la que vivió como exiliado el tiempo suficiente como para modificar su percepción sobre las causas que empujan a abandonar casa y entorno (por muy Galicia que este sea) para zambullirse en un océano de nuevas experiencias que aporten algo más que certidumbres, así como para valorar las consecuencias de esa decisión.

Con experiencia en la emigración y en el exilio, la primera de estas circunstancias le alejó de Galicia a la edad de 10 años con rumbo a La Pampa argentina, donde permaneció hasta cumplidos los 14. Ello le proporcionó una visión negativa de ese fenómeno social, tanto por las consecuencias que ello podría tener para Galicia como para los propios ciudadanos. Sin embargo, el tiempo que vivió exiliado –alrededor de 10 años y también en Argentina– le aportó una nueva perspectiva sobre la que evaluar la presencia de gallegos en espacios más abiertos que el dispuesto para intelectuales y mentes inquietas en la España franquista.

Las vivencias del célebre Castelao en la extensa e inhóspita Pampa –entre 1896 y 1900– lo devolvieron tan desencantado de la válvula de escape que los gallegos habían elegido para ampliar horizontes –“A nosa emigración paréceme o erro máis terrible que cometeu Galiza”, llegó a dejar plasmado– como descreído de la posibilidad de éxito personal que pudiera llevar implícita la aventura de cruzar el Atlántico –cuando “veñen pobres, entran de noite”–, al tiempo que crítico con los considerados triunfadores, a los que calificaba de “petulantes, fanfarrones, perjudiciales para el país, porque desprecian sus tradiciones y su lengua y cantan mentiras acerca de su éxito”, recoge el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas en su trabajo ‘Emigración y exilio antifascista en Alfonso R. Castelao: de la Pampa solitaria a la Galicia ideal’. Indiferente incluso a la incidencia que el fenómeno americano pudiera tener en la regeneración de Galicia, mostraba igual desdén hacia el aporte de las entidades constituidas por impulso de ese movimiento migratorio.

Su percepción, por el contrario, experimentará un giro significativo a partir de 1938 una vez establecido de nuevo en América –esta vez como exiliado–, con Buenos Aires como principal lugar de residencia. Y es que el Castelao republicano y defensor de la autonomía de Galicia constituía, como otras muchas figuras relevantes del momento, una amenaza para el régimen franquista, que cercenó cualquier intento por mantener la identidad territorial más allá del concepto de España como única patria.

La derrota final que los nacionales infligieron a los republicanos, en 1939, le sorprende en Estados Unidos, y son sobre todo diferencias idiomáticas las que le disuaden de quedar asilado en ese país. Tampoco México, donde le falta arropamiento, se le presenta como alternativa de acogida. En su lugar prefirió Argentina –donde “haría muchas cosas si me dejaran entrar”, aseguró entonces– sabedor de que en Buenos Aires residían parte de sus amigos de juventud y de que en el Grupo Galeguista de esta capital había recaído la jefatura del Partido Galeguista (PG), al que pertenecía.

Castelao y la “Galicia ideal”

Castelao fue percibiendo Buenos Aires como el lugar idóneo para liderar su proyecto de la “Galicia ideal” americana, convencido de que la colectividad –los ‘antiguos emigrados’, ‘nuevos exiliados’ y los ‘emigrados de éxito’– abrazarían sus postulados, basados en la defensa de la República y la autonomía de Galicia. La capital argentina le mostró entonces las bondades de la emigración que La Pampa le había negado en sus años jóvenes y le permitió advertir y justificar las razones de unos y otros para dejar su tierra –políticas o para huir del servicio militar o de la Guerra de África– y también el compromiso y solidaridad con la República y con su país de origen de los que habían alcando el éxito.

La Irmandade Galega –organización galleguista con la que pretendía superar la ideologización partidaria– y la Xunta de Galiza –consejo representativo de la Galicia emigrada– serían las armas que forjó y de las que trató de servirse para reivindicar desde América la ‘galleguidad’, con un lema: “Todos os galegos libres de América, nunha soa vontade patriótica, poñendo por riba das ambicións de partido o amor a Galicia e a súa liberdade”. Conjuntamente con ellas, apostó también por la reorganización de las asociaciones de índole local y comarcal de emigrantes gallegos para convertirlas en centros provinciales que hicieran más visible los conceptos de cultura y patria gallega que llenaban su ‘alma’, consciente como era del valor de la cultura para galleguizar al colectivo.

La propuesta dio como resultado el nacimiento del Centro Orensano, el de Pontevedra y el Lucense, pero la muerte se lo llevó antes de ver culminado el proceso con el Centro Coruñés.

Una personalidad tan purista en su planteamiento ideológico –“Galicia nunca había cuajado especimen más puro y directo”, escribió Valentín Paz Andrade en el panegírico que le dedicó en el diario vespertino ‘La Noche’, el 14 de enero de 1950, una semana después de su fallecimiento– corría el riesgo de verse abocada a la soledad, y eso fue lo que experimentó Castelao con el transcurrir del tiempo. Querido por la colectividad, bien acogido por las entidades que la representaban y ensalzado por la prensa a su llegada a Argentina, se quedó prácticamente solo en la defensa de una república sin sesgo partidista y vivió contrariado por el giro que dieron las élites dirigentes del Centro Gallego de Buenos Aires, que claudicaron ante las presiones de la Embajada franquista. Pero también por la división que se dio entre los partidos de izquierda, lo que frustró la unidad antifascista en el exterior que tanto anhelaba y permitió que los franquistas volvieran a reconquistar el Centro Gallego de La Habana en 1941.

“Consensuación del alma gallega”, como lo definió Paz Andrade, Castelao concebía su misión en el exilio como una oportunidad para contribuir a la ‘regalleguización’ de las colectividades de América, dándoles visibilidad –“Cando eu cheguei Nova York, Habana, Montevideo e cáseque todo Bos Aires eran pura españolada’, dijo– y salvando a las entidades de las garras del divisionismo partidista al que las quisieron condenar no pocos personajes influyentes del momento.

El exilio le valió para descubrir emigrantes con “virtudes asombrosas”

El primer contacto de Castelao con la emigración se produjo en edad tan temprana –a los 10 años– y en un espacio tan alejado de los grandes núcleos de acogida –La Pampa argentina– que, a su regreso, fue incapaz de reconocer los beneficios que tendría en el desarrollo de su querida Galicia un movimiento social de tamaña envergadura.

Su padre había dejado el territorio al poco de nacer Castelao y éste embarcó con su madre rumbo al nuevo continente diez años después con intención de preservar la unidad familiar. Regresaron en 1900 con pretensiones diferentes –comercial la de su padre, artística la de él– y pronto despuntó en el joven su amor por Galicia y la necesidad de defenderla de los que la abandonaban, que la dejaban poco menos que a merced de la suerte. Sus óleos –‘El emigrante’ o ‘Regreso del indiano’–, así como caricaturas y escritos comenzaron a ofrecer una imagen de la emigración poco digna de ser secundada, ni siquiera cuando comenzó a enviar sus colaboraciones a periódicos porteños que le granjearon cierta fama, incluso fuera de los círculos de la colectividad gallega.

Mostraba, eso sí, empatía con el retornado fracasado y denunciaba las penalidades de los emigrados en América, así como el sufrimiento de los que quedaban aguardando, convencido de que la única salida que les quedaba a los que partían rumbo a América era el regreso a la tierra. “El emigrante debe volver si quiere hacer algo por Galicia”, escribió, antes de reclamar la contribución de los gallegos emigrados, sobre todo de los asentados en Buenos Aires, a la causa, a su causa (autonomía y república) una vez implantada la dictadura franquista.

Castelao se exilió en América, concretamente, en Estados Unidos dos años después del estallido de la guerra civil (1936) y, a partir de entonces, comenzó a conocer a la colectividad gallega en ese país, pero también en Cuba, Brasil, Argentina, Uruguay y México, y a difundir sus ideas de amor a Galicia y defensa de la República y la cultura. Fue la capital bonaerense la que le ayudaría a promover su concepto de la Galicia ideal y a ella se rindió, como a los emigrados –“En conxunto trasuntan virtudes asombrosas’–, hasta el día de su fallecimiento, el 7 de enero de 1950.

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