MáS DE 800 CHICOS DE 24 NACIONALIDADES CONVIVEN EN EL CENTRO ‘LA INMACULADA’ DE ARMENTERIOS

Mucho más que un colegio

Nació en los años cincuenta y en dos ocasiones ha estado al borde de la extinción. Su historia camina de forma paralela a la de España. Fue hogar de los hijos de españoles inmigrantes en el extranjero en la década de los sesenta, centro de acogida de huérfanos e hijos de beneficiarios del servicio de Reaseguro y Accidentes de Trabajo en los 70, familia para el ‘niño pelota’ de los divorcios de los 80, y desde los 90 y hasta el momento actual, morada de inmigrantes procedentes de más de veinte países diferentes.
Mucho más que un colegio
El padre Juan Trujillano, rodeado por niños del colegio ‘La Inmaculada’ de Armenteros.
El padre Juan Trujillano, rodeado por niños del colegio ‘La Inmaculada’ de Armenteros.

Nació en los años cincuenta y en dos ocasiones ha estado al borde de la extinción. Su historia camina de forma paralela a la de España. Fue hogar de los hijos de españoles inmigrantes en el extranjero en la década de los sesenta, centro de acogida de huérfanos e hijos de beneficiarios del servicio de Reaseguro y Accidentes de Trabajo en los 70, familia para el ‘niño pelota’ de los divorcios de los 80, y desde los 90 y hasta el momento actual, morada de inmigrantes procedentes de más de veinte países diferentes.
Tras más de seis décadas de vida, puede presumir de ser un colegio bilingüe, trilingüe, o más bien multilingüe, no por el tipo de enseñanzas que en él se imparten sino por sus alumnos. El colegio La Inmaculada de Armenteros (Salamanca) es el hogar de casi 800 chicos procedentes de 24 países diferentes, una gran familia donde no existen fronteras, razas, ni diferencias por el color, y sí un objetivo común, desarrollar en estos niños “lo único que Dios no les negó”, la inteligencia, según asegura el ‘alma mater’ del proyecto, el padre Juan Trujillano.
Pese a ser una obra social prácticamente “desconocida” por cuyas aulas han pasado más de 40.000 chicos, su labor ha saltado repentinamente a los medios de comunicación tras conocer que los últimos en llegar, bautizados en el centro como ‘niños cayucos’, son menores inmigrantes de origen africano que han llegado a este hogar procedentes de Canarias gracias a la colaboración suscrita entre el Gobierno de la Comunidad Autónoma insular y la Fundación Armenteros, que está dispuesta a recibir a jóvenes mientras sea necesario afrontar la situación provocada por la llegada masiva de jóvenes inmigrantes.
Las máximas educativas de Trujillano parten de una premisa fundamental: “educar es tolerar” y sobre todo no herir sensibilidades. Por este motivo, los recién llegados cuentan con un espacio propio al que no accede nadie del centro, salvo ellos, con un espacio reservado para mezquita e incluso con un privilegio que no existe en ningún otro centro de España, un traductor de ‘wolof’, un dialecto que se habla en Senegal.
Desde el nacimiento del colegio, que arrancó su actividad alquilando viviendas que quedaban vacías en el municipio de Armenteros, La Inmaculada ha ido creciendo hasta convertirse en un ejemplo de convivencia multirracial extensible en un total de 18 hectáreas. Un espacio suficiente para que los chicos no pierdan la sensación de libertad y en el que, entre otras instalaciones, cuentan con siete comedores, una sala de informática, un taller formativo en mecánica del automóvil, clases donde los ‘niños cayuco’ acceden a sus primeros conocimientos de cultura española y un servicio de guardería donde más de medio centenar de niños entre los dos y los siete años pueden disponer de una formación sin que sus padres, muchos de ellos con recursos económicos muy limitados, no se vean obligados a renunciar a sus pequeños.
“Lo que ahora está tan de moda, la convivencia y la integración, aquí se lleva practicando 30 años”, sostiene Pedro Merayo. Es el presidente de la Asociación de Padres del colegio y su vida camina unida a la de La Inmaculada. En él creció, formó una familia que también estudió en el centro, trabaja en el colegio y al mismo tiempo, desde su cargo, trata de “hacer un poco de padre de todos”. Desarrolla su labor desde la propia experiencia, porque es un trabajo que no sólo “tiene que gustar” sino que además “hay que haberlo vivido”, destacó.
Merayo recuerda perfectamente cuándo llegó el primer estudiante negro al colegio ‘La Inmaculada’, “fue hace 30 años y se llamaba Diamantino”, desde entonces sus aulas han cambiado notablemente y han dejado de estar ocupadas por hijos de españoles para dar formación a menores extranjeros e hijos de la inmigración.
Guineanos, senegaleses, latinoamericanos, rumanos, búlgaros… hasta jóvenes de casi 25 nacionalidades conviven en el centro. La mayoría no son españoles, un 30 por ciento procede del África subsahariana, un porcentaje similar son latinoamericanos, mientras que chicos de países del Este y españoles cuentan con una representación más pequeña.
Uno de los rasgos que ha marcado la vida del colegio de La Inmaculada ha sido su constante apoyo a los chicos más desfavorecidos. Según asegura el director, Juan Trujillano, es un centro que siempre está “a la escucha” y tiende su mano allí donde se produce una desgracia. Así lo hizo en caso de los huracanes que asolaron Honduras o la República Dominicana, en el terremoto de Perú y ahora con la llegada masiva de inmigrantes a la Península en cayucos, lo que ha convertido el colegio en un ejemplo modélico de convivencia. A estas alturas de la vida y en el momento actual, “nadie estaría tan loco como para poner en marcha esto”, sostiene Trujillano.
El hecho de que muchos de los chicos mantengan sus raíces a miles de kilómetros atribuye a este colegio otro rasgo diferencial respecto a cualquier centro convencional y es que en Armenteros la actividad no cesa durante las 24 horas de los 365 días al año, precisa Pedro Merayo. Aquí no hay vacaciones, ni puentes, ni festivos, es más, los veranos se convierten en un “desfile” de antiguos alumnos que viajan a Armenteros junto a sus familias para enseñarles el lugar donde crecieron.
Este rasgo exige al profesorado que además de ser profesional sea vocacional. Según afirma el director del centro, Juan Trujillano, al principio vienen “encantados”, pero a medio plazo quieren “estar como en los institutos”, un tipo de centro que es referencial desde el punto de vista profesional pero no desde el vocacional.
Uno de los profesores más singulares del centro es Yeng Selle, tiene 47 años y llegó a España hace 20. Aunque conoce la labor del colegio desde hace una década ha comenzado a trabajar aquí recientemente, con la llegada del primer envío de ‘niños cayuco’ desde Canarias hasta la Península.
Su cometido es funcionar como enlace entre los jóvenes recién llegados y el centro a través del ‘wolof’, un dialecto que se habla en Senegal. En sus clases los recién llegados conocen sus primeras nociones de español y aprenden cuestiones básicas para comunicarse, como las partes del cuerpo o aspectos básicos de la geografía española.
Entre el profesorado, hay quien ha vivido toda su vida en el centro. Rocío Sánchez tiene 25 años y reside desde los dos años en ‘La Inmaculada’. Según recuerda, su madre se vino a trabajar al colegio y la trajo a ella y a sus hermanos, que poco a poco se han ido marchando. Sin embargo, ella no imagina cómo puede ser su vida fuera del colegio donde forma parte de una “gran familia” junto a los más pequeños, que le dan “alegría y mucho cariño”.
Por su parte, Alejandro González lleva más de 20 años al frente del taller de electromecánica y mantenimiento de vehículos del colegio. Tiene una veintena de alumnos, sobre todo guineanos, y el orgullo de que en los talleres “los cogen en cuanto van de prácticas”, apunta.
Gumersindo Ndong tiene 19 años y nació en Guinea. Lleva cinco años en ‘La Inmaculada’ y llegó aquí porque a su padre le habían comentado que en él podría estudiar junto a otros muchos jóvenes guineanos. Su objetivo es estudiar Ingeniería y volver a su país para “sacarlo adelante”.
Toda su familia, salvo un tío, reside en Guinea, donde regresó el año pasado por Navidad. Según asegura, pese a que en ‘La Inmaculada’ son “una gran familia, donde no hay problemas de discriminación”, echa de menos la comida y la forma de vida su país natal, que “no tiene nada especial, pero es diferente”, precisó.
El caso de Constantino Emvoro, también guineano, es similar. Llegó hace tres años, su madre residía en Valencia y se vio obligada a regresar a Guinea, por lo que le dejó en el centro. Pretende estudiar informática y regresar a su país, donde echa de menos a su casa y a sus cinco hermanos.
José Manuel Rueda es extremeño y lleva en el centro cuatro años. Según asegura “aquí se estudia más”; además, “la convivencia es muy buena y no hay racismo aunque aquí encuentras gente de Latinoamérica, África, China…”.
Para el madrileño José Polo éste es su primer curso en ‘La Inmaculada’. Para él lo mejor “es la educación y los profesores, que son muy buenos” y entre las cosas mejorables está la comida, que cuando “es buena, se acaba rápido, sobre todo los jueves, que se come paella y pollo”, afirma.
Felipe Mairlot del Rey es belga y llegó a ‘La Inmaculada’ hace un año. Al principio de su estancia en el colegio hablaba mal el español, sin embargo, dominaba perfectamente francés, por lo que hizo amistad con la gente de Senegal. A su llegada “no imaginaba que hubiese gente de tantos países diferentes”, recuerda.
Pese a su encomiable labor social y a que el colegio de ‘La Inmaculada’ da trabajo a casi cien personas, entre profesorado y otro tipo de personal, el director del centro no oculta su malestar con que el centro sea “el gran desconocido” y con que viva con grandes carencias. Así, Trujillano atribuye esta situación a que el colegio supone un “bofetón para la sociedad burguesa en que vivimos”.
Entre las carencias del centro, el director denunció el aislamiento que sufre gracias a una carretera que es todo un “ejemplo” de infraestructura viaria de “comienzos de siglo”, la carencia de médico, los problemas con la depuración del agua o el déficit en comunicaciones gracias que sólo solventan con una deficiente conexión a internet.