Diego Velázquez, el cuellarano que colonizó la isla de Cuba

El segoviano se embarcó en la segunda expedición de Colón al Nuevo Mundo y, con la ayuda del vallisoletano Pánfilo Narváez, fundó las primeras siete villas desde Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa a San Cristóbal de La Habana.
Diego Velázquez, el cuellarano que colonizó la isla de Cuba
 Interior de la casa de Diego Velázquez.
Interior de la casa de Diego Velázquez.

El segoviano se embarcó en la segunda expedición de Colón al Nuevo Mundo y, con la ayuda del vallisoletano Pánfilo Narváez, fundó las primeras siete villas desde Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa a San Cristóbal de La Habana.

 

Diego Velázquez nació hacia 1464 en la segoviana villa de Cuéllar, donde uno de los palacios en la calle San Pedro perteneció en otros tiempos a su noble familia. Cuando espigó y se hizo mozo, luchó en la guerra de Granada. Como regresó enfermo y sin blanca, apostó por segunda vez la vida con el ejército español en Nápoles. Esquivó de nuevo a la muerte y, ya en Sevilla, escuchó la increíble hazaña de Cristóbal Colón. Ávido de oro y gloria se embarcó el 25 de septiembre de 1493 en la segunda expedición del almirante de la mar océana con destino a La Española, la extensa isla que hoy se reparten entre la República Dominicana y Haití.
Hastiado de guerrear, el corpulento hidalgo castellano sobresalió en el Nuevo Mundo como hombre de empresa. Más colonizador que conquistador, a juicio de prestigiosos historiadores como el inglés Hugh Thomas. Pero a diferencia de la gran mayoría de sus compañeros de viaje, el segoviano no tardó en enriquecerse como teniente gobernador de las cinco villas que fundó en La Española.
Según el indigenista Bartolomé de las Casas, que le conoció bien, Diego Velázquez “era hombre apacible y de buen carácter que, aunque dado a los arranques de ira, sabía perdonar. Muy amado porque tenía condición alegre y humana y toda su conversación era de placeres y agasajos”. El mismo buen carácter que motivó su elección para colonizar Cuba en 1511.
La isla la había divisado dos décadas antes Cristóbal Colón, quien desembarcó en Bariay, bahía cercana a la ciudad de Holguín, el 29 de octubre de 1492. “Nunca tan fermosa cosa vide”, relató a los Reyes Católicos. Pero el genovés estaba convencido de que Cuba era una de las tierras descritas por Marco Polo y puerta del continente asiático hasta los dominios del gran Khan. “Yo tenía esa tierra por firme y no isla” confesó, y el equívoco perduró hasta ya muerto el descubridor, porque hasta 1508 no la circunnavegó el gallego Sebastián Ocampo.
Tres años más tarde, Diego Velázquez partió a su conquista con trescientos hombres. Los arcos y flechas de los indígenas no fueron rival para aceros y arcabuces españoles. Desde el extremo oriental, donde fundó la primera capital cubana, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, extendió la colonización a otras seis villas hasta San Cristóbal de La Habana con la ayuda del vallisoletano Pánfilo de Narváez.
El segoviano celebró también el primer matrimonio cristiano al desposar en Baracoa a Isabel de Cuéllar, dama de la aristocracia ibérica. Pero, como dio fe Bartolomé de las Casas, apenas la abrazó seis días: “Y un domingo celebró sus bodas con gran regocijo y aparato, y el sábado siguiente se halló viudo, porque se le murió la mujer, y fue la tristeza y luto, más que la alegría había sido, doblada”.
Cuando la capital se trasladó desde Baracoa a Santiago, Diego Velázquez se asentó en la ciudad del son y levantó la histórica casa que hoy es museo y el edificio más antiguo que sigue en pie en Cuba, tras sobrevivir durante cinco siglos a toda suerte de huracanes, terremotos y revoluciones.
Sin embargo, y a pesar de que la isla no podría explicarse sin su aportación, el castellano no es recordado con cariño en Cuba: “¡Odio Velázquez, que en su tumba fría cadáver yace, pero no reposa!”, le escribió el héroe independentista José Martí.
Entre las razones del desencuentro recuerdan el martirio de Hatuey, cacique enemigo de la colonización al que quemó vivo en la hoguera, y sus enfrentamientos por amasar más riqueza con Hernán Cortés, su antiguo secretario y al que encomendó la conquista de Nueva España (actual México). Cuando se arrepintió, ya era tarde. El pacense partió en rebeldía contra el organizador de la empresa y, como es sabido, tuvo éxito. “Cortés se convirtió en el protagonista de la historia, mientras el ambicioso Velázquez no trascendió del estatus de corista”, a juicio del escritor cubano Leonardo Padura.
Bajo el suelo sagrado de la Catedral de Santiago, en la misma plaza donde ahora se levanta su antigua casa, hallaron en enero de 1988 los más que probables restos de Diego Velázquez. Sólo tuvo descendientes colaterales, a través de su hermana, y en un apartamento madrileño aún se conserva una valiosa mesa de madera que, según la tradición familiar, perteneció a Diego.
Hasta su fallecimiento en 1524 continuó como gobernador de Cuba. Le gustaba departir con sus amigos en las calurosas noches santiagueras fumando la nueva hierba americana. También bromear que volvería a casarse con una de las dos pudientes sobrinas del obispo de Burgos, su protector. Pero jamás regresó al altar, ni tampoco a Castilla. Pese a dilapidar gran parte de su fortuna en sus bélicos enfrentamientos con Cortés, dejó a su muerte un patrimonio de 19 estancias, 3.000 cerdos y 1.000 reses.