Opinión

Poemas Humanos, última obra del poeta peruano César Vallejo

Tras la honda oscuridad, la desgracia y la constante ceguera de los hombres que se nos revela en Los Heraldos Negros como en Trilce, el poeta peruano César Vallejo persigue, a través de las obras postreras, una nítida conciencia de sus orígenes y causas. Evoquemos cómo aquel “fósforo y fósforo en la oscuridad” mostrará las proporciones de un incendio “demasiado humano”, pues toda su esencia arderá semejante a una “zarza sin quemarse”: “Al pie del frío incendio en que me acabo”. He aquí la “alienación” humana, la “deshumanización” dentro de una historia más que social, de raíz natural. Una geografía “inhumana” que el propio Vallejo asume en primera persona durante todo el tiempo.

Poemas Humanos, última obra del poeta peruano César Vallejo

Transcurridos muchos años alejado del Perú, confiesa: “Adonde no volverá hasta que quede piedra sobre piedra”. Fructíferos, dramáticos años en que su breve existencia se sentirá estremecida por los bélicos acontecimientos de su época. Vallejo refleja el permanente conflicto de la “lucha de clases” así como su ética revolucionaria. Recordemos aquel inconmensurable cántico dedicado al pueblo español: “España, aparta de mí este cáliz”. Se expresa así: “Más acá de la cabeza de Dios, / en la tabla de Locke, de Bacon, en el lívido / pescuezo de la bestia, en el hocico del alma”.

El poeta peruano –entre el empirismo y la notoria experiencia– nos indica que “el hombre procede suavemente del trabajo”. En medio de la sociedad en que se debate, señala que el hombre “repercute jefe, suena subordinado”. Es “desgraciado mono” y “Señor esclavo”. Hasta ese instante, el ser humano no es sino “un inmenso documento de Darwin” o “cautivo en su enorme libertad”. Golpe tras golpe, Vallejo ha sentido que debe luchar contra otros “heraldos”. He ahí al hombre combativo: “¡Hacedlo por la libertad de todos, / del explotado y del explotador!”. Mediante su “batalla de pasiones”, liberarán a sus propios opresores, otorgándoles su preciso tamaño de “hombres reales”. Aquel antiguo amor –dialécticamente de índole platónica– lo encontrará en el movimiento “consciente de los procesos inconscientes”: “Obrero, salvador, redentor nuestro, / ¡perdónanos, hermano, nuestras deudas!”. Y ante sí mismo –su “cuadrúpedo intensivo”– se extraña y se desdobla, también se objetiva: “Hombre mío, en rechazo y observación”.

Un procedimiento “poético” como es la locura del ser “enajenado” se transparenta en: “Sé que hay una persona compuesta de mis partes / a la que integro cuando va en mi talle”. O bien en: “A lo mejor soy otro: andando al alba”. Constantemente dolorido, va a la búsqueda de la “fraternidad”. No obstante, sabe que no es capaz de remediar a todo: “¿Cómo ser/ y estar, sin darle cólera al vecino?”. Vallejo no será ajeno a la tragedia de la guerra civil en España: “Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo/ por la lucha de los hombres”. Convendría constatar que César Vallejo, antes de su muerte, arrojará una letanía admonitiva, previniendo a los “niños de España”, a quienes serán hombres, contra los futuros “traidores y farsantes, redentores y cobardes”: “¡Cúidate, España, de la propia España!”.

César Vallejo moriría en París “de vida y no de tiempo” el 16 de abril de 1938.