La filósofa congoleña Antoinette Kankindi
“Isaías es el padre de Antoinette Kankindi. La filósofa congoleña aprendió de él y de la comunidad en la que nació el valor de la gratitud. Por eso suele emplear la palabra ‘gracias’ cuando arranca sus intervenciones. ‘Él decía que las palabras más pobres son las que empleamos para decir las cosas más importantes’, explica. Nacida en la República del Congo, pero unida vital y profesionalmente a Kenia, donde imparte clases de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Strathmore, en Nairobi, sus primeros años de vida no distaron mucho de los de tantos niños y niñas en su país natal o en muchas otras naciones africanas, ya que cada día tenía que recorrer muchos quilómetros para ir a la escuela”, leemos en las páginas de la obra Africanas (50+1 mujeres en el mundo) –editorial ‘Mundo Negro’, Madrid, 2024–, cuyos autores son Carla Fibla García-Sala y Javier Fariñas Martín, acompañada de las espléndidas ilustraciones a cargo de Tina Ramos Ekongo, con diseño y maquetación de José Luis Silván Sen.
Porque, en efecto, la lejanía de la escuela se convirtió en la enorme traba para ir escalando los grados de estudiante. Desde luego que aún quedaban décadas para que la gente como la periodista Caddy Adzuba denunciara constantes violaciones y que los cuerpos de mujeres y niñas –no pocas de ellas cuando iban camino de la escuela– se habían transformado en un siniestro campo de batalla en el Este del Congo. “Esas cosas no son parte de la cultura congoleña –explica la filósofa Kankindi–. Es algo que se introdujo con las guerras de fines de la década de 1990, con la gente que participó en el genocidio de Ruanda”. A ella le horroriza la violencia sexual contra las mujeres en su país, agregando: “El énfasis que se pone en la denuncia de este crimen hace que otros dolores que padecen las congoleñas se mantengan ocultos para la opinión pública”.
Antoinette Kankindi, ciertamente, denuncia el ímprobo trabajo que han de asumir las mujeres, al igual que sus mínimas posibilidades de mejoras académicamente, además de las barreras a fin de obtener una independencia económica. Acerca de la responsabilidad de tal mutismo, ella centra el foco en las empresas periodísticas: “Me duele que todo en África se estereotipe durante todo el tiempo. Esto acontece en los medios informativos, pero antes ya lo hicieron los que designamos como antropólogos”. ¿Quién es capaz de poner en duda la inacabable expansión de la corriente corrupta?
La valiente filósofa congoleña –en aras de aquellas explicaciones que escapen de la mera superficialidad– desglosa así dos ideas. Sobre la primera de ellas expresa: “Es un problema de falta de ética personal, y no queremos enfrentarnos a la responsabilidad personal”. En cuanto a la segunda, no le duelen prendas al afirmar que la acusación va contra Occidente: “No tendríais solamente que acusarnos, sino que tendríais que averiguar hasta qué punto contribuyen los modelos de raíz occidental”. En torno a la incesante corrupción, Kankindi cautivó en 2013 al “Fondo de Acción Urgente-África” merced a una conferencia impartida en Malaui bajo el título de “Liderazgo de las mujeres en África”. Ella asegura que la “globalización” quiere destruir la familia. “Me gusta Platón –dice–, porque escribe como hablan los viejos de mi tierra”.