Opinión

Tractor

Esperando el verano, estos días me armé de curiosidad para buscar en las hemerotecas de la prensa gallega sobre un suceso que se produce con cierta frecuencia pero del que apenas se habla: los gallegos que mueren en su tractor, faenando en su leira, ese pedaciño de tierra que encarna el símbolo del minifundio de nuestro país y de la insana costumbre de no compartir con los vecinos un vehículo que siempre queda grande para tan poco suelo.
Esperando el verano, estos días me armé de curiosidad para buscar en las hemerotecas de la prensa gallega sobre un suceso que se produce con cierta frecuencia pero del que apenas se habla: los gallegos que mueren en su tractor, faenando en su leira, ese pedaciño de tierra que encarna el símbolo del minifundio de nuestro país y de la insana costumbre de no compartir con los vecinos un vehículo que siempre queda grande para tan poco suelo. Sólo Andalucía, con sus inmensas tierras, nos supera en número de tractores, pero ningún lugar del mundo supera a Galicia en tractores por hectárea. No hay mejor modo de explicar nuestra cultura de desconfianza casi genética que empleando la contundente estadística que nos revela tan reacios a compartir. Y vuelvo al asunto: he comprobado que siguen muriendo en Galicia alrededor de diez personas al año, generalmente de edad avanzada, debido al vuelco de su ‘New Holland’ o su ‘John Deere’. Toda esta información me ha llevado a reflexionar sobre cómo sigue en pie una Galicia rural y agrícola a la que la clase política y urbana ha dado la espalda de malos modos, como si por ignorarlos hubieran dejado de existir. Y aunque dependemos de ellos para comer y para respirar aire limpio, ignoramos nuestros vecinos del campo a golpe de falso progresismo. Por eso los niños de Vigo y A Coruña piensan que la leche nace en un cartón y no sale de una teta de campo.