Opinión

Juegos

Habría mucho que hablar sobre la organización de unos Juegos Olímpicos en unos tiempos en los que el profesionalismo, las grandes ligas y los matrimonios de conveniencia han eliminado la esencia de las selecciones deportivas nacionales.
Habría mucho que hablar sobre la organización de unos Juegos Olímpicos en unos tiempos en los que el profesionalismo, las grandes ligas y los matrimonios de conveniencia han eliminado la esencia de las selecciones deportivas nacionales. Es sorprendente que los más neoliberales, que promulgan el negocio sin fronteras y sin límites, piensen cuando les conviene en acotar a un grupo de deportistas bajo una bandera de ocasión (como los barcos que llevan pabellón de conveniencia para esquivar impuestos en su país) en representación de un determinado nacionalismo intervencionista. Y tramposo, comprando atletas foráneos cuando se tiene dinero. Al margen de esto y de la enorme mentira de vender estos acontecimientos como un negocio, lo más bochornoso es observar el discurso oficial y cómo el nacionalismo –el nacionalismo español, el que todos tenemos asumido– impone la orden de hacer el papanatas en torno a la candidatura de Madrid para organizar los Juegos de 2016 ignorando el coste de estas campañas publicitarias en medio de la crisis creciente. Si damos un pasito atrás para ver con perspectiva el teatro montado nos daremos cuenta del ridículo nacional y mediático de ensalzar la actitud del Comité Evaluador que visitó estos días la ciudad aspirante. Se han llenado portadas de triunfalismo porque los inspectores “se han mostrado felices” y han comentado que todo está muy bonito. ¡Pero coño, si esto es lo que dicen en todas las ciudades que visitan, rodeados de todo tipo de lujos!