Opinión

Cocina Gallega

Alguna vez escribió Serrat: “No hago otra cosa que pensar en ti / y no se me ocurre nada”. A mí se me ocurre que no hay páginas totalmente en blanco delante de un creador; las palabras bullen en desorden, pugnan por ser paridas, se apresuran para que el olvido no genere silencio, páginas estériles, frustración de no decir. La página aparentemente vacía está escrita a priori en la mente del creador, útero ocupado por pensamientos nonatos en su cerebro preñado. El escritor, el poeta, o periodista son la voz, la huella y los surcos que impregnan el papel blanco con ideas, datos, metáforas, utopías. No es una responsabilidad menor sembrar palabras que seguirán su vida, tomarán incluso otro sentido, en los lectores u oyentes; serán disparadores para acciones futuras. Por ello el peor pecado es la auto censura. Pero, claro, vivimos en una sociedad, somos producto de una civilización que basa buena parte de la supervivencia en no mostrarse desnudos, que condena los instintos, y la verdad, cualquier opinión que ponga en peligro el sistema. No es aceptable un Gauguin que deja un sólido futuro como agente de Bolsa, una familia bien constituida, una mansión parisina, admiración de sus amigos burgueses, por una vida en un medio salvaje perdido en el lejano Océano Pacífico. No se permite crear nuevas formas de convivencia fuera de las normas morales establecidas. Por ello en las obras de arte, literatura, música, intuimos los deseos reprimidos socialmente, nominados y liberados por el creador. Y sentimos que su voz es nuestra voz, nos identificamos con los personajes, los amamos u odiamos, admiramos o despreciamos. Cuando se trata de periodismo el mecanismo es similar. El lector u oyente le cree al periodista, y toma partido a favor o en contra de tal o cual persona, de tal o cual idea. No podemos ser ingenuos, no existe la objetividad absoluta, ni la neutralidad; no hay personas apolíticas: todos, por acción u omisión fijamos una posición política. En ese contexto, me animo a arriesgar que el periodista militante es más confiable en tanto y en cuanto escribe con la etiqueta en la frente; sabemos que su opinión es interesada, defiende determinada posición, asume un relato impuesto, por convicción o simple vicio de escriba mercenario (que no todo lo que brilla es idealismo). Al leerlo, somos libres de aceptar sus términos, o cotejarlos con otras campanas, otros puntos de vista. Otros colegas, en apariencia independientes, pueden con una poética distante y toma de posiciones un tanto elípticas, seducirnos y hallar terreno fértil que acepte sin muchos recaudos la información presentada. Me dirán: ¿Qué tienen que ver estas divagaciones con el apacible clima de una cocina? Pues, aquí llegan no solamente pescados y mariscos, cordero y cerdo al vacío, papas y grelos, aceite y azúcar. Aquí mismo, al pie del fogón, también nos llegan las noticias. Leemos ahora mismo: la corrupción mata. Y nos preguntamos, ¿qué bien nacido puede estar en desacuerdo? Nos llegan noticias de la Península que hablan de actos corruptos de miembros de la Casa Real, el PP, de otros partidos, y concluimos con dolor y vergüenza: la corrupción está enquistada en la sociedad, y los políticos son parte y reflejo de esa sociedad. Aquí mismo vemos algunas alianzas que parecen imaginadas por García Márquez, o semejan la bolsa de gatos que alguna vez mencionó el veterano Antonio Cafiero al referirse a su querido movimiento peronista. ¿Somos los ciudadanos convidados de piedra al banquete eterno de los poderosos? Si en los siglos XVIII y XIX se criticaba a los poetas que creaban encerrados en su “torre de cristal”, ajenos a la realidad que los circundaba, hoy podemos decir que muchos políticos, jueces, legisladores, gobernantes, viven en un mundo virtual, en una ficción sin el dolor, ni los densos olores, ni la angustia, ni la inseguridad del mundo real. Solo así se entiende la ausencia permanente de mea culpa, autocrítica, y la inveterada manía de culpar siempre a terceros de los errores cometidos, de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, no soportar el disenso, evitar el diálogo. Estoy escribiendo estas líneas el 13 de junio. En Argentina se celebra el Día del Escritor. Lo instituyó la Sociedad Argentina de Escritores recordando el natalicio de Leopoldo Lugones, escritor polémico si los hay entre los intelectuales argentinos. Admirador de Mariano Moreno, y Domingo Sarmiento, a quien hubiera querido emular como escritor y Presidente de la Nación, propulsor de “la hora de la espada”. Su ferviente adhesión al golpe militar de Uriburu en 1930, inició de una malsana costumbre del Partido Militar argentino de hacerse del poder por la fuerza, lo ubica en un sitial de personaje por lo menos controvertido. El suicidio también lo ubica como mártir para los exegetas de sus textos. En fin, vamos a cocinar, porque parece, siguiendo al Nano, que “hoy las musas han “pasao” de mi / andarán de vacaciones”.
 

Sopa de ajos-Ingredientes: 200 grs. de pan, 4 dientes de ajo, 1 cucharada de pimentón, 4 huevos, 1 ½ litro de caldo de verdura, sal, aceite para freír.

Preparación: Sofreír el pan cortado en cubos pequeños. Disponer en una cazuela. Aplastarlos ajos y dorarlos, retirar del fuego y añadir el pimentón, revolver. Verter esta salsa sobre el pan. Añadir el caldo, salar y cocer 30 minutos. Batir los huevos, incorporar a la sopa y en cuanto levanta hervor servir.