Opinión

Cocina Gallega

 “En sucesivas oleadas de lino y de centeno / descendimos de los barcos con los ojos bien abiertos, / pero ninguna campana tocaba a rebato denunciando el arribo / de tantos hijos de Breogán desembarcando descarados en el río / oscuro, con los ojos y las rodillas y los muslos hundidos / finalmente en el barro que rodea tanta quimera, / esa ciudad argentea que se intuye hospitalaria y sin candados.

 “En sucesivas oleadas de lino y de centeno / descendimos de los barcos con los ojos bien abiertos, / pero ninguna campana tocaba a rebato denunciando el arribo / de tantos hijos de Breogán desembarcando descarados en el río / oscuro, con los ojos y las rodillas y los muslos hundidos / finalmente en el barro que rodea tanta quimera, / esa ciudad argentea que se intuye hospitalaria y sin candados. / Garabatos nerviosos y torpes inventan apellidos / nombres ajenos / para los futuros habitantes de los mil conventillos / que remedan paraísos soñados, campos de trigo / como mares inasibles. // ¿En que mástil quedo atrapada la luna? // Ahora, sábanas primorosamente bordadas / se agitan en el aire sin vestigios de sangre. / Y un eclipse, inesperado aun para el profeta, tiño de negro la espalda llena de barro y espigas / y la nuca y los ojos y la boca líquida de la doncella / que emite con pudor la primera palabra en al diáspora: / casi un gemido del cuerpo que tiembla al recibir / el afilado acero, / la espada y el sol y la semilla y la flor. // ¿En que camarote olvidamos la luz? // Y las praderas por alambrar se dejan hacer, / ofrecen la tierra húmeda y el agua y la sombra, / y sostienen las paredes que crecen por doquier. / Ven, junto a los horneros consternados, como otros arquitectos / alteran el horizonte y disputan las nubes / el territorio del sol, el crepúsculo y hasta la lluvia, / atrapada en cisternas y distorsionada en los tejados, / canta otra melodía a coro con otras voces / de cachorros bilingües que juegan / como juegan desde siempre los niños. // ¿Quien habrá quemado las naves?”. El poema se llama ‘De los barcos’, está incluido en mi libro bilingüe ‘La tierra en la piel’ editado hace unos años. Comencé a escribirlo mientras recorría el antiguo Hotel de Inmigrantes, y pensaba en los sentimientos contradictorios de tantos jóvenes que pasaban su primera noche en ese edificio enorme, y en las historias, no siempre felices, a partir del momento en que transponían sus puertas para enfrentar el enigma de la ciudad soñada, la Reina del Plata.

En las mujeres, especialmente las adolescentes que llegaban solas, muchas veces engañadas por los contratistas que recorrían las aldeas. Muchas de sus historias están por contarse, apenas las soslaya algún tango, las habrá murmurado alguna comadre mientras asaba las castañas o lavaba ropa en el río, en gritos ahogados engordaron secretos de familia. Hoy es 6 de Diciembre, vísperas de un 7D que divide a una sociedad inmersa emocionalmente en un eterno Boca-River; mediodía en Buenos Aires y el cielo está negro como una pena lorquiana, amenaza granizo, llueve, y el silencio en casa me recuerda otras tormentas y otros sueños. Releo, entonces, otro poema: “Se balancean como olas las copas de los árboles / y se alargan en lánguida las hojas libres / que el viento transforma en lágrimas / de un imaginario mar silencioso, verde / como el deseo animal de alejarse / con las brillantes alas de albatros extendidas. / Verde como los ojos del celta, el íbero, el gallego / con cuerpo de dorna glotona y quilla viajera, /  paisano, marinero en tierra, playa desierta tras los montes. / Y de pronto el agua y la sal, colinas líquidas / llenando el pecho vacío, recibiendo el pie desnudo / y los dedos, raíces temblorosas / penetrando distancias con ansias de remos suicidas. / Un gesto casual, una rama delgada / o la corteza de un roble milagrosamente a flote / inician la aventura y quedan en la arena / huellas vacilantes, sumadas a otras huellas / como hilos de una urdimbre para tejer caminos / de mantas infinitas cubriendo el océano / que tanto amaba el ave en las tardes sedientas / del profundo valle”. ‘El mar soñado’, se llama este segundo poema, y es del mismo libro, un libro que seguramente no figurará en las listas de Best Sellers, ni tendrá valor para editorial gallega alguna, ¿a quién le interesa la poesía de un cocinero? El valle, el profundo valle es el Val de Quiroga. El mar soñado sigue en su lugar, puede separarnos, también unirnos. Matarnos o darnos de comer, depende de nosotros. Podemos esperar en la orilla la llegada del pescador, o ser nosotros pescadores. Lo sabían muy bien nuestros mayores cuando se hicieron a la mar, sin más capital que sus dos brazos y una férrea voluntad de vencer a la adversidad. Lo sabemos nosotros, viajeros solitarios y ligeros de equipaje que llevamos la patria en la suela de los zapatos, en los rincones de la memoria y en los actos cotidianos. Que no olviden la lección de los emigrantes y de los actuales “residentes ausentes”, los conciudadanos que deben luchar para salir de la crisis allí mismo, en los profundos valles de nuestra querida Galicia.

Rodaballo al horno-Ingredientes: 1 rodaballo (filetes con la piel), limón, aceite, rama de tomillo, hojas de laurel, sal, pimienta, ajo, vino blanco, manteca.

Preparación: Limpiar los filetes de rodaballo, pocharlos 2 minutos en agua o caldo caliente, marinar con todos los ingredientes (los ajos aplastados) 15 minutos. Poner en una fuente enmantecada y llevar al horno 180° 10 minutos. Servir con papas hervidas con aceite y pimentón.