Opinión

Cocina Gallega

En una época en que finalmente se dejaron de lado hipocresías milenarias, y no sólo se habla de violencia de género, sino que se logran condenas reales y efectivas para los que cometen ese tipo de delitos, nos resulta extraño enterarnos de algunos detalles referidos al amor en la época colonial de esta ciudad de los Buenos Aires dominada entonces por los criterios de los contemporáneos de don Ruy Díaz de Vivar, rudos caballeros

En una época en que finalmente se dejaron de lado hipocresías milenarias, y no sólo se habla de violencia de género, sino que se logran condenas reales y efectivas para los que cometen ese tipo de delitos, nos resulta extraño enterarnos de algunos detalles referidos al amor en la época colonial de esta ciudad de los Buenos Aires dominada entonces por los criterios de los contemporáneos de don Ruy Díaz de Vivar, rudos caballeros castellanos, machistas a ultranza...
En el siglo XVII el matrimonio era el modo de contener al amor que era visto como un exceso a dominar. Eso se lograba a través del casamiento”, sentenció Ricardo Lesser, autor de ‘Hacer el amor. Historias de amor y de sexo entre 1610 y 1810’.
“Sobre Buenos Aires ya habían caído las últimas heladas de 1683. Eran las tres de la tarde. El alférez Juan de Cáceres llamó a su esposa, Polonia Álvarez de Acosta, que acudió despreocupadamente. Sin decir agua va, desenvainó la espada y le tiró una estocada” narran las primeras frases del libro. Más adelante, en sus páginas, se descubrirá que el hombre no fue condenado por su homicidio y que “la sentencia estaba en todo ajustada al derecho castellano, que dejaba al arbitrio del marido matar o perdonar a la esposa y al galán encontrados in fraganti delicto”.
El amor en la época de la colonia era otra cosa. El adulterio, según explica Lesser, no era lo mismo para el hombre o la mujer donde presumía la posibilidad de un hijo bastardo y de serios problemas de herencia. De modo que “en las partidas de Alfonso X se establecía que el marido deshonrado podía tomar la vida de su mujer porque el adulterio perjudicaba el honor, la categoría social central”, explicó el historiador.
El autor del libro se mete entre las sábanas de la Buenos Aires del siglo XVIII y desde allí pinta el imaginario social de la época. “A la historia argentina le está haciendo falta la historia de la vida cotidiana, la de pequeños detalles que dejen ver qué pensaba, qué comía, cómo amaba, cómo moría la gente”, opinó Lesser.
El amor en tiempos del virreinato era un acuerdo, un arreglo de partes, una decisión despojada de pasión. “La categoría central era Dios y en función de ella se pensaba al amor y el matrimonio”, subrayó el autor, que en su investigación revisó sobre todo los archivos del tribunal eclesiástico, porque al no haber, por entonces, una instancia civil que regulara las relaciones, la Iglesia entendía en ellas.
En aquellos archivos aparecen todo tipo de historias, desde compromisos de matrimonio rotos, hasta denuncias de homosexualidad e impotencia de uno de los cónyuges. Se cuentan los avatares de un tal Miguel Calvete, denunciado por su joven esposa de impotencia. Este señor debió someterse a una serie de pruebas poco científicas para que finalmente se confirmara lo suyo.
Estar enamorado, en la Buenos Aires prerrevolucionaria era decididamente un desatino. “Enamoradas se les llamaba a las prostitutas. Y dentro del matrimonio, la fogosidad en la cama era vista como una forma de adulterio”, comentó Lesser.
Sin embargo, aquellos que se habían comprometido y que tenían el consentimiento del padre de la novia, podían tener contacto carnal. “Lo que era realmente un escándalo era que la palabra de casamiento se rompiera porque entonces la mujer quedaba deshonrada. Es el caso de las hermanas Ribadavia, cuyo padre, después de aceptar la unión de sus hijas con dos tenientes, decidió romper el contrato”. La actitud del padre fue amparada por la ley para la cual sus hijas, tanto como sus esclavos, eran: “de su propiedad”.
El resquebrajamiento de ese sistema patriarcal comienza pocos años antes de mayo de 1810. Ejemplo de ello es el matrimonio de Mariquita Sánchez, con su primo Martín Thompson. Ella se enfrentó a su familia y hasta con el virrey para estar con su primo y fue una de las primeras mujeres en llevar el apellido de su esposo, “como una forma de indicar cuán libre había sido su elección matrimonial” se afirma en el libro.
Como sea, todavía faltaba para que el amor adquiriera la forma que le dio el romanticismo y el violento cuestionamiento a la sociedad de los padres que significó la revolución de 1810 termina comiéndose a sus hijos con la posterior restauración de la ley del padre. Mucho agua corrió debajo de los puentes, pero sólo algunos se dan por enterados (basta leer los periódicos de nuestra querida patria).


Ingredientes-Tarta aldeana de almendras: 500 grs. de almendras, 500 grs. de azúcar, 10 huevos, 1 cucharada de canela.


Preparación: Pelar las almendras y molerlas. Batir las claras punto de nieve. Añadir las yemas, el azúcar y las almendras. Echar todo en un molde enmantecado y enharinado y llevar ahorno hasta que la tarta este dorada.