Opinión

Cocina Gallega

Llega Fin de Año, y por razones incomprensibles todos estamos corriendo, tratando de llegar rápidamente a una meta que se acerca de todas maneras a nosotros: el año Nuevo, un 2011 que ofrece más dudas que certezas. Entre apuros y sofocones, preparamos cenas pantagruélicas que no siempre tienen comensales, saludos que a veces no son correspondidos, cumplidos de rigor.

Llega Fin de Año, y por razones incomprensibles todos estamos corriendo, tratando de llegar rápidamente a una meta que se acerca de todas maneras a nosotros: el año Nuevo, un 2011 que ofrece más dudas que certezas. Entre apuros y sofocones, preparamos cenas pantagruélicas que no siempre tienen comensales, saludos que a veces no son correspondidos, cumplidos de rigor. Inmersos en tanta banalidad, y sin poder salir del río torrentoso apelamos a pluma ajena para llenar la columna de hoy con un relato sobre emigrantes. En la sombra de una mariposa, Paco Ruiz, residente en Madrid, nos cuenta que es la primera vez que Obadé ve el mar, pero maldita la hora. Toda esa extensión de espuma amenazante parece querer comérselos a todos. La luna tirita sobre el agua, al igual que su mandíbula. A su espalda alguien vomita, y más de uno tiene que sujetarse la arcada entre los labios porque el estrecho está muy picado. Es muy ancho el estrecho. El viejo motor Evinrude tose un espasmo de viejo fumador desahuciado y se para. Ahora están a merced de la suerte. Obadé reza a sus Dioses entre dientes. De su pelo ensortijado cuelgan anhelos de salitre. Sus manos, como las de los otros veinte desgraciados achican agua del viejo cascarón, zarandeado por el Mar como un peluche en la mano de un niño. Parece que el agua salga de la barca y ellos pretendan llenar el Mar… Obadé cierra los ojos para escapar del miedo y del frío. Tan sólo sacar agua y esperar que la corriente se apiade de ellos. Prohibido pensar. Pero no puede evitarlo, y recuerda los tiempos antes de la hambruna, antes de la imbécil guerra que dinamitó su vida con Dihara, su mujer, que contoneaba por el camino su delicada pelvis africana con el cesto de ropa limpia sobre la cabeza, y con su pequeño Rachim, que perseguía la sombra de una mariposa por el patio sin percatarse de donde procedía, ajeno a la sonrisa de sus mayores y a la guerra que se cernía sobre su corta vida. Eso es la vida de Obadé ahora, la sombra alocada de una mariposa que tropieza por las paredes. Es cruel el estrecho. El agua fría corta los dedos como una radial, pero no pueden rendirse ahora. Después de tanto esfuerzo no. Un hombre desfallece atrás. Alguien vuelve a vomitar, esta vez en su misma espalda, y el maldito viento corre en paralelo a la costa. Sin motor ni viento apropiado no hay posibilidad de llegar. Palean en el agua fría a manos limpias, intentando alargar el suplicio unas horas más, obstinados en el fracaso que está por venir. Alguien ha caído al agua, de puro cansancio. Nadie pregunta nada. Menos peso. Más opciones. Frente a sus ojos vuelve a pasar el fatídico día. Los milicianos entrando en la granja, pisoteando su mijo y robando sus vacas. El asesinato de Dihara y Rachim ante sus propios ojos mientras a él le daban por muerto en la acequia, con un machetazo hondo en el hombro. Las dos heridas aún palpitan, escuecen, una supura odio en forma de líquido amarillo y pútrido, la otra le corroe las entrañas: Nunca más la sonrisa noble de Dihara iluminando el zaguán, nunca más su Rachim de ébano y caña cabalgando la perra. Nunca más. La espuma ataca la barca con fiereza, la zarandea con saña. El viento vira apenas unos grados, suficientes para comprender que el único escape posible pasa por volver a África. Esta noche no puede ser. El paraíso se ha vuelto a alejar, quien sabe si para siempre. Es infranqueable el estrecho. Los hombres, extenuados, manotean el agua con menor convicción. Ya no hace falta. Con la patera viento a favor el agua golpea en la popa, más alta que el resto, y les devuelve a la costa de Marruecos con una insolencia tiránica, con un desprecio por la ilusión que no parece propio de la naturaleza, si no del hombre.Ya en el bajío, a un cuarto de milla de la costa, Obadé canta con amargura su desdicha. Es tal el silencio en la playa que toda África parece escuchar su voz combada por el Destino: Voy buscando el paraíso/ Que ayer vislumbré entre sueños./ Voy buscando el paraíso/ Lugar sin hambre ni dueños. Todos fuimos, somos. Obadé.


Ingredientes-Habas con jamón serrano: 1 Kg. de habas verdes, 3 cucharadas de aceite de oliva, 150 grs. de jamón serrano cortado en dados, sal, pimienta negra, 1 ajo picado.


Preparación: Sacar las habas de la vaina, y quitarles la piel dura. Pasar por agua hirviendo. Calentar el aceite en una sartén, agregar el ajo picado y las habas. Sartenear 5 minutos. Añadir el jamón. Cocinar otros 3 minutos y servir caliente.