Opinión

Cocina Gallega

No se me ocurriría decirle a un paisano: bueno, hombre hace tanto tiempo que eres parte de Europa que ya ni debes sentirte gallego, ni español, sino europeo, vamos que muestras con particular orgullo tu pasaporte con el símbolo de la Comunidad, la prestigiosa UE, y estás más apegado a la cocina molecular y el sushi que al Pote aldeano.

No se me ocurriría decirle a un paisano: bueno, hombre hace tanto tiempo que eres parte de Europa que ya ni debes sentirte gallego, ni español, sino europeo, vamos que muestras con particular orgullo tu pasaporte con el símbolo de la Comunidad, la prestigiosa UE, y estás más apegado a la cocina molecular y el sushi que al Pote aldeano. Sin embargo sigo oyendo a menudo, con disgusto: Tantos años por el mundo, ya eres extranjero, no debes sentirte gallego. Nunca como ahora ser gallego, vasco, catalán, español o argentino, fue un acto de fe, de querer ser uno en medio del mar inmenso, angustiosamente impersonal que representa la globalización; nunca como ahora fue tan necesario defender nuestra identidad nacional. Y si hablamos de pertenencia, parece más natural para nosotros sentirnos parte de Latinoamérica y no de Europa. Por historia, cultura, idioma, afinidad, incluso por compartir errores y debilidades. En ese contexto, podemos estar muy tranquilos, los gallegos de ultramar; aquí se luchó con éxito para sostener una identidad casi perdida en medio del terror y el desamparo, aquí se escribió casi un siglo de nuestra historia contemporánea. Cuando se emigra a Latinoamérica, uno llega a países donde ser gallego en la mayoría de los casos es sinónimo de español, y en ocasiones mote descalificador. Entonces uno se sabe gallego porque no pronuncia bien el castellano, porque generalmente se llama Manuel-Manolo, porque come diferente, y gusta de la música propia, porque los demás hacen sentir la diferencia, y porque era (¿y es?) necesario explicar que Galicia no es una provincia, que el gallego no es un dialecto parecido al portugués sino un idioma propio. Después de la Guerra Civil y por varias décadas todavía Argentina, por ejemplo, era un país rico comparado con la empobrecida España, y la misérrima Galicia, región olvidada hasta por los turistas en el noroeste de la Península. Pero la tortilla dio su vuelta cíclica en el aire y las cosas se invirtieron, proliferaron las parrillas rioplatenses en Coruña y Pontevedra, las Rías se convirtieron en meta de turistas, y aquí Manuel paso a ser un nombre de moda; largas colas de gente buscando el pasaporte europeo pasaron a ser comunes en el paisaje porteño. Y, como en los sainetes de Vaccarezza, casarse con un gallego una manera de ascender socialmente y eventualmente emigrar. Ajenos a estos avatares, aquí de este lado del mar seguimos siendo gallegos, llevábamos en la suela de los zapatos, sobre la espalda, en el corazón, la patria gallega, una suerte de Galicia portátil, móvil. Una patria compartida con muchas otras personas afincadas en la diáspora. Ahora bien, esa Galicia construida en base a tópicos entrañables, ¿es menos real (en términos de identidad) que esta Galicia que vemos cuando viajamos y está a medio camino entre aquella aldea propia y la europeizada ciudad global que vende la televisión? Los de allí y los que aquí seguimos teniendo el mismo equipaje: lengua común, afectos, paisajes, sabores y aromas. La diferencia estriba entre los que se movieron toda su vida dentro de las breves fronteras de su terruño, y los que tienen la perspectiva del que ha viajado, el que reside en el extranjero sin perder de vista la tierra lejana. Se corre el riesgo de que políticos que han crecido mirándose, digo, metafóricamente, el ombligo, vean que están siendo acorralados por inmigrantes de Latinoamérica, África, Europa de Este, y los nativos residentes en el extranjero que con toda razón reclaman sus derechos ciudadanos, una voz para decidir qué patria quieren para el futuro de sus hijos y nietos, también ciudadanos de pleno derecho y embajadores naturales de nuestra cultura, avanzada necesaria (pero aún negada) para la inserción internacional de Galicia en particular y España en general. Y si esos políticos sienten amenazada su renta, su cuota de poder, levantan la voz y claman por la expulsión de los bárbaros que llegaron desde, o viven fuera de las fronteras políticas del país, algo malo puede suceder. La historia se repite, que no se repitan las tragedias. Es casi cómico oír a los mediáticos partidarios del Tea Party yanqui reclamar una América (nombre apropiado indebidamente para uso exclusivo) para los americanos, expulsión de los extranjeros, armas para defenderse. Justo ellos, ciudadanos de un país construido por extranjeros, hijos todos de inmigrantes que ocuparon territorios a sangre y fuego, la famosa ‘ley del oeste’. El presidente Feijoo, con motivo de la visita del Papa a Galicia, se refirió varias veces a nuestra vocación emigrante, puntualizando que si bien los gallegos estamos diseminados por todo el mundo con la visita del Pontífice, el mundo puso por unas horas la atención en el territorio político de la Comunidad Autónoma. Una manera de reconocer que la Galicia real es Universal, global. Los hechos deben demostrar que este reconocimiento no es solo retórico, que se debe gobernar para todos con equidad, eliminando matices en cuanto al grado de calidad ciudadana entre los de allí, los de aquí y de más allá.


Ingredientes-Abadejo con salsa de pimientos: 1,5 Kg. de filete de abadejo, 2 cebollas, 3 pimientos morrones rojos, 2 dientes de ajo, 1 vaso de vino blanco, aceite de oliva, sal, pimienta, 500 grs. de papas cocidas.


Preparación: Cortar el abadejo en trozos de 5 centímetros. Salpimentar, pasar por harina y freír unos minutos. En una cazuela, poner 3 cucharadas de aceite y rehogar las cebollas picadas y los ajos. Dejar dorar, y echar unas gotas de vino para que no se quemen. Incorporar los pimientos en trozos grandes. Incorporamos el vino y dejamos guisar a fuego suave. Cuando estén blandos, triturar con el mixer en la misma cazuela hasta obtener una salsa. Ponemos los trozos de pescado cubriendo el fondo, bajamos el fuego y cocinamos moviendo la cazuela para que no se pegue y ligue la salsa. Presentar acompañado con las papas al natural.