Opinión

Cocina Gallega

Ya en la Antigua Grecia se producen movimientos migratorios del campo a las ciudades, y de éstas al exterior. Las costumbres de las familias de repartir tierras a partes iguales entre los descendientes reducía el margen de subsistencia. La solución era enviar a los hijos a las ciudades en crecimiento como Atenas, Argos o Corinto. También enrolarlos en el ejército o venderlos como esclavos fueron soluciones coyunturales.
Ya en la Antigua Grecia se producen movimientos migratorios del campo a las ciudades, y de éstas al exterior. Las costumbres de las familias de repartir tierras a partes iguales entre los descendientes reducía el margen de subsistencia. La solución era enviar a los hijos a las ciudades en crecimiento como Atenas, Argos o Corinto. También enrolarlos en el ejército o venderlos como esclavos fueron soluciones coyunturales. Pero el aumento brusco de la población en las ciudades empujó a los gobernantes a estimular la instalación de colonias en tierras lejanas, primero en las islas, la Jonia, Elida y Dorica. Luego Sicilia, y todo el sur de Italia. Así se extendió la cultura griega por todo el Mediterráneo, y se fundaron ciudades como Siracusa, Nápoles, Bizancio, Mileto y Alejandría. La diferencia entre aquellas migraciones y las actuales, es que se producían desde territorios desarrollados a otros inexplorados, y no de países subdesarrollados a naciones del llamado primer mundo.
La emigración española es un fenómeno histórico que comienza a insinuarse masiva ya en la Edad Media, y en los procesos de repoblación de norte a sur en tiempos de la Reconquista. Hay un caso curioso de inmigración en este proceso (la repoblación de Sierra Morena por labriegos católicos alemanes durante el reinado de Carlos III), y dos de salidas forzosas (expulsión de los judíos españoles en 1492, y de los moriscos en 1609). La emigración política que siguió a la Guerra Civil tiene antecedentes en la salida de los ‘afrancesados’ en 1814, y luego de los liberales. Pero la gran epopeya de la gran emigración masiva se da entre 1860 y 1960, cuando millones de españoles emigran a América y Europa, aunque en 1930 había 300.000 españoles en África.
Hay autores que consideran que la emigración sirve de válvula de escape a tensiones internas, pero otros señalan que este fenómeno de exclusión priva del mejor capital humano a los países de origen, toda vez que los más aptos y audaces son los que se animan a emigrar e iniciar una nueva vida en tierras extrañas. Según los antropólogos, las migraciones humanas comenzaron desde tiempos remotísimos, y fueron un elemento de desarrollo social, al tener como objetivo conocer nuevos mundos, ser descubridores, aventureros, fundadores de ciudades y naciones. Se dice que el ser humano es el único ser viviente que ha migrado y adaptado a todos los rincones del mundo, una cualidad que permitió que la humanidad se extendiera por todo el planeta.
Si en el pasado muchos países lograron un fuerte crecimiento gracias al aporte de los emigrantes (pensemos en Estados Unidos, Australia, Canadá, Argentina), en la actualidad la población autóctona percibe al inmigrante como un intruso peligroso, alguien que puede quitarle el trabajo, amenazar su nivel y estilo de vida. Alambrados electrificados, muros, leyes represivas son alguno de los recursos que los países ricos oponen al ingreso de extranjeros, actitudes que son caldo de cultivo de irracionales sentimientos xenófobos, actos de injusticia. En vez de de inyectar recursos para solucionar las causas que provocan la emigración en los países de origen, ¿nos limitamos a levantar muros? Mientras Roma asimiló poblaciones a su cultura se expandió y promovió su cultura, creció; bastó que iniciara una línea de fortificaciones para impedir el ingreso de los bárbaros (extranjeros) al Imperio, para que los hombres del Norte invadieran y destruyeran a la inmortal águila romana. Los que reciben las precarias pateras repletas de hacinados africanos en las costas españolas, ¿sabrán que muchos canarios llegaron de manera similar e ilegal a Venezuela?
En la actualidad hay 1.600.000 españoles en el exterior. De los cuales el 60% se encuentra en América, especialmente en Argentina (322.000) y Venezuela (167.000).
Hay una estatua de tamaño natural en Tocón, Granada, dedicada al emigrante. Tiene una actitud de tensa expectativa, la maleta de cartón aferrada con fuerza en la mano derecha, la vista fija en el horizonte, y el cuerpo fibroso a punto de erguirse con rapidez, y lanzarse cual corredor de maratón hacia una meta tan lejana como ansiada. Pensaría, tal vez, si sería bien recibido en el país de acogida.
Pero los emigrantes, ¿estaban tan ansiosos por dejar su terruño, o como las figuras de Castelao ascendían a los barcos con una angustia difícil de describir, con el corazón partido? Nadie puede imaginar que desterrarse se da en un marco de felicidad. Tampoco nadie imagina, de ser ciertas las crónicas periodísticas, que una docente e investigadora argentina embarazada, invitada por la Universidad Complutense de Madrid por dos meses, haya sido vejada con maltratos, y expulsada de España por cavernícolas con uniforme que no merecen llamarse españoles. Son de la misma clase de ignorantes que piensan a sus propios conciudadanos residentes en el exterior como extraños. La grandeza de nuestro país requiere de mentes más amplias, imbuidos del principio de hospitalidad que es parte de nuestra esencia.

Ingredientes-Natillas: 2 vasos grandes de leche, 30 grs. de levadura, 4 huevos, 1 taza de crema de leche, 4 cucharadas de azúcar, ralladura de un limón, harina, cantidad necesaria.

Preparación: En la leche templada deshacer la levadura, y añadir los huevos batidos, la crema y la ralladura de limón. Incorporar el azúcar. Mezclar bien e ir añadiendo la harina hasta obtener una masa que no se pegue. Hacer dos cilindros largos de 2 cms. de espesor y trenzarlos. Unir en forma de rosca sobre una placa de horno enharinado. Dejar levar una hora y media. Pintar con huevo batido, y echar encima azúcar mojado en agua. Llevar a horno fuerte hasta que está dorada.