Opinión

Cocina Gallega

A nosa terra, miña terra nai, expresiones habituales entre nosotros. A propósito, por estas playas el ‘Día de la Madre’ se celebra cada tercer domingo de octubre. Pero el culto a la madre es de origen milenario. En la Antigua Grecia se celebraban fiestas para agasajar a Rhea, madre de los dioses Neptuno, Júpiter y Plutón.
A nosa terra, miña terra nai, expresiones habituales entre nosotros. A propósito, por estas playas el ‘Día de la Madre’ se celebra cada tercer domingo de octubre. Pero el culto a la madre es de origen milenario. En la Antigua Grecia se celebraban fiestas para agasajar a Rhea, madre de los dioses Neptuno, Júpiter y Plutón. La celebración se conocía como ‘La Hilaria’, y tenía lugar cada 15 de mayo en el templo de Cibeles, cuyo culto se extendía desde Asia Menor hasta la mismísima Roma. Entre los celtas era muy fuerte la adoración de ‘Dana’, la diosa Madre, que dio origen al nombre del río Danubio, cuyo extenso curso podría de alguna manera marcar el camino de estos pueblos hacia Europa.
El cristianismo terminó asimilando el término ‘Dana’ superponiéndolo a la celebración de Santa Ana, madre de la Virgen María. Recién en el siglo XVII, en Inglaterra, se comenzó a festejar un llamado ‘Domingo de las Madres’, en el que los niños después de misa hacían regalos a sus madres. Era la única jornada del año en la que los siervos se tomaban el día para visitar a sus progenitoras cobrando igualmente su jornal. A fines del siglo XVIII se comienza a festejar en Estados Unidos el día de la madre cada 8 de diciembre. Pero en 1914, por impulso de la joven Anna Jarvis, el Congreso de ese país instituye el segundo domingo de mayo. Argentina es el único país que lo celebra el tercer domingo de octubre, nadie supo decirle a este cocinero las razones par elegir esta fecha.
Según Carlos Sánchez-Montaña, arquitecto e investigador lucense, el mismo nombre de Galicia tiene que ver con el culto a la madre (la Pachamama de las tierras con influencia quechua o incaica). Se cuenta que en el templo de Pesinonte (en Galatia, actual Turquía) dedicado a Cibeles, había una roca sagrada dedicada a la diosa. Según la tradición habría caído del cielo (¿un meteorito?). Piedra es “callao”, del celta “caliavo”. Según Sánchez-Montaña, la cadena etimológica sería: gallego, Galicia, gallaecia, callaecia, callao.
En nuestra Galicia atlántica, Cáceres, la Galicia aragonesa, la Galacia oriental de Anatolia, la Galia y la Galitzia europea, en todos estos territorios existieron creencias basadas en el culto a la piedra como representación de la gran diosa Madre. Pero la tolerancia a la religión del ‘callao sagrado’ cambia a partir del siglo IV, y desaparece en el siglo VI al ser sometidas las creencias paganas por la nueva religión cristiana. La Galicia atlántica fue la que sufrió la transformación de manera más profunda. La invisibilidad histórica de Prisciliano, druida devenido obispo, mártir de esa época de cambios bruscos es solo un ejemplo de cómo los gallegos poco a poco fueron quedando fuera de la historia oficial, occidental y cristiana, y su nombre paso a significar incultura.
Recién en 2013, cuando vea la luz la vigésima tercera edición del diccionario de la Real Academia Española, ‘tonto’ ya no será sinónimo de ‘gallego’. En Internet ya se anuncia que dicha acepción fue eliminada. Aunque se reincorpora la expresión ‘mesa de gallegos’, cuyo significado sería “llevarse el dinero de otro en el juego”. En el mismo diccionario se mantiene el término despectivo ‘gallegada’. ¿Qué habremos hecho los gallegos para que los custodios del idioma castellano arremetan contra nosotros con semánticas lanzas de fuego?
Francisco Puy entiende la universalidad de Galicia al afirmar que nuestra tierra es una tumba que está cerrada en Compostela para poder estar abierta en todos los caminos, y consigna los versos de Gerardo Diego: “Abierta está, cerrada está la tumba, madre…” y “…La sonrisa tan arcaica, tan ambigua y angélica y galaica de la muiñeira y ribeirana airosa…Esta es la sonrisa que todo lo sabe, toda profecía, rosa que entreabre…”. Gerardo Diego, sin ser gallego, intuye poéticamente la esencia del paisaje y el pueblo.
El templo de Cibeles en la Galacia donde San Pablo escribió su Epístola a los gálatas, era famoso por sus oráculos, sus infalibles profecías. ¿Quién no bajó la cabeza cuando la madre lanzó su lapidario “¡yo te lo dije!” con el gesto adusto de aquella mítica sacerdotisa de Delfos, cuyo magistral manejo de los enigmas permitía que nunca se equivocara al emitir sus profecías, trazar caminos futuros para los que llegaban al santuario inseguros como niños, indefensos como Ángeles caídos que perdieron el rumbo? Celebremos a nuestra madre como sabemos, con alguna de las recetas entrañables, un clásico postre.

Ingredientes-Natillas: 1 litro de leche, 6 yemas, 6 claras, 8 cucharadas de azúcar, 1 cucharada de fécula de maíz, piel de un limón, 2 cucharaditas de canela en polvo.

Preparación: Poner las yemas en un bol y batirlas. Agregar 6 cucharadas de azúcar, y un cuarto litro de leche. Mezclar bien. Incorporar la fécula y volver a batir para eliminar posibles grumos. Aparte, en una cacerola calentar el resto de la leche con la cáscara de limón. Dejar hasta que rompa el hervor. Retirar la cáscara de limón, e incorporar la mezcla reservada en el bol. Hacerlo lentamente, mientras se revuelve sin detenerse. Dejar cocinar 5 minutos, siempre revolviendo. Volcar la mezcla en copas y enfriar. Con las yemas y el resto de azúcar elaborar unos merengues que se doran en el horno, con ellos decorar las natillas y espolvorear canela al momento de servir.