Opinión

Cocina Gallega

En el número anterior de este semanario son reseñados libros que tienen en común la emigración dentro de Europa, se trata de “Un siglo de inmigración española en Francia”, “Galiza en Suiza. 50 anos de presenza galega en Suiza (1960-2010)”, y “A vida do emigrante Tiberio Ávila”.
En el número anterior de este semanario son reseñados libros que tienen en común la emigración dentro de Europa, se trata de “Un siglo de inmigración española en Francia”, “Galiza en Suiza. 50 anos de presenza galega en Suiza (1960-2010)”, y “A vida do emigrante Tiberio Ávila”. Me detuve especialmente en este último, porque se trata de un paisano que emigra sin salir de la Península Ibérica, recordando que los gallegos desde tiempos remotos han repoblado, en traslados a veces forzosos, zonas arrasadas por guerras sangrientas autodenominadas “santas”, o emigrado por razones económicas a otras comunidades españolas (tristes momentos describió Rosalía de Castro vividos por muchos paisanos en Castilla).
Una rama de mi familia, precisamente, es emigrante en Cataluña, el lugar elegido por Ávila, nacido en Viana do Bolo en 1848, para sentar reales. Otro ítem que llamó la atención de este cocinero es que el autor de la crónica, Antonio Díaz, resalta que en el libro se demuestra que el biografiado, llamado siempre “decano da emigración galega en Cataluña” en los medios gráficos de su época, había tenido muchos predecesores, gallegos que fueron señalado la huella con anterioridad. Para documentar la afirmación se publica en el libro un contrato de trabajo que en el año 1391 (¡cinco siglos antes!) le hicieron a Maria de Triacastela como ama de cría con Gullerme de Fonollet, comerciante de Barcelona.
Aquí, recuerdo que mi propia abuela fue a su vez contratada como ama de cría, o de leche, en más de una oportunidad en la primera década del siglo pasado por familias acomodadas de Barcelona. Ella se había casado casi adolescente, y muchos de sus hijos se malograron; con leche abundante, juventud, y vocación de servicio endémica, ejerció amamantando niños ajenos para procurar unas monedas demasiado necesarias en la aldea.
Nada de eso quita meritos a don Tiverio Ávila, un personaje que estudió farmacia, derecho civil y canónigo en Madrid, carreras que compaginó con estudios de pintura en la famosa Academia de Bellas Artes de San Fernando, llegando a pintar el retrato del rey Amadeo de Saboya (de quien se hace amigo). Dedicado a la política, llegó a ser Diputado por Barcelona en la II Republica, e integrante del Concello de Barcelona, lo que demuestra una de las cualidades propias del emigrante: su integración al lugar donde es acogido, y su capacidad para superarse y triunfar.
Estas reseñas, sin embargo, llevan a otra reflexión: es improbable que Maria de Triacastela, o mi abuela Estrella Marcos, tengan una biografía. La historia se nutre de nombres de hombres y mujeres que destacan profesional, o económicamente, cuando no triunfan en política o militarmente. La historia la escriben los vencedores. Los perdedores, y los seres anónimos carecen de escritores interesados en sus fatigas y anhelos, en sus pequeños triunfos, son notas de color en novelas realistas.
Sin embargo, en las precarias naos que cruzaron los mares para llegar a América, Africa u Oceanía, en los estrafalarios ejércitos que concretaron las “Cruzadas”, en las guerrillas que hostigaron incansables al ejercito napoleónico, en los barcos con bodegas propias de naves transportadoras de esclavos que arrancaron a millones de emigrantes de la patria, los protagonistas eran verdaderos desheredados de la tierra, gente humilde, valientes.
Ellos fueron los artífices de las grandes epopeyas de la historia de la humanidad, pero ninguno tiene nombre; y si algunos tienen apellido es porque sus descendientes por motivos diversos se dieron a la tarea de bucear en árboles genealógicos poco confiables tratando de encontrar blasones que dieran lustre a su presente de prosperidad. Las más de las veces terminaron inventando, o comprando, un pasado glorioso inexistente (¿a quien le interesa un tatarabuelo pobre y analfabeto que se animó a cruzar el Atlántico hacia un destino incierto, y poblar ciudades en medio de la nada?). Con metodologías propias del INDEC muchos llegaron a tener escudo de armas, algún titulo nobiliario, o, por lo menos descender de un Obispo, un Marqués, o un Jurisconsulto de fuste. El que no lo lograba tenia la alternativa de llegar por vía matrimonial al mismo lugar, que en todo tiempo y lugar “poderoso caballero es don Dinero”.  
Nos resistimos a creer que nacimos en un país que padece amnesia colectiva, que no aprende las lecciones de la historia, ni aprovecha el valor agregado que representa una emigración que logró mantener la cultura propia, extender las fronteras. Los historiadores, novelistas y artistas en general pueden darse el lujo de ver solo la faceta dramática de la emigración que comienza en el siglo XIX, y culmina entre 1939 y 1960.
Los dirigentes, los funcionarios a cargo de la cultura, turismo, comercio exterior, etc., deben ver con otros ojos lo que supone tener tantos embajadores “ad honorem” en el mundo entero, darles voz.

Ingredientes- Cazuelitas de riñones con tomate:
1 riñón de ternera, 250 cc de salsa de tomate, 50 grs. de manteca, 1 cucharada de aceite de oliva.
 
Preparación: Limpiar el riñón, cortar en trocitos aprovechando para ir sacando grasa y venas. Poner en un colador y cubrir con sal gruesa. Dejar unas dos horas y pasar luego por agua fría corriente hasta que pierdan toda la sal y queden bien limpios. Escurrir. Sofreír los riñoncitos en la manteca y el aceite. Al empezar a dorarse, añadir la salsa de tomate y dejar cocer unos 30 minutos. Servir en cazuelitas individuales.