Opinión

Cocina Gallega

Escribíamos la semana pasada sobre las atrocidades en la Franja de Gaza, la poesía de los poetas palestinos Ibrahim Nesrallah y Mahmoud Darwich; de la vocación por la reincidencia de ciertos fundamentalistas que siguen creando ghettos en pleno siglo XXI, identificando al demonio con el Otro, el diferente, el extraño.

Escribíamos la semana pasada sobre las atrocidades en la Franja de Gaza, la poesía de los poetas palestinos Ibrahim Nesrallah y Mahmoud Darwich; de la vocación por la reincidencia de ciertos fundamentalistas que siguen creando ghettos en pleno siglo XXI, identificando al demonio con el Otro, el diferente, el extraño.
    Nos llamó la atención un debate televisivo aquí, en Santa María de los Buenos Aires, entre un rabino y un sheik. La primera sorpresa fue el inconfundible acento porteño de los dos, luego comprobar que les fue imposible tratarse de usted y pronto cayeron en el amigable ‘vos’ y en la utilización de los nombres de pila de cada uno; a pesar de mantener posiciones contrapuestas no tuvieron inconveniente en dialogar y aun llegar a puntos de coincidencia. Un día antes, en el mismo canal habían convocado al embajador de Israel y al representante de la Autoridad Nacional Palestina; el odio mutuo y las posiciones irreductibles hicieron imposible el diálogo de los dos vecinos con una historia común.
    La diferencia en el comportamiento no está en que unos son representantes religiosos de los contendientes y los otros responden al poder político, sino en la perspectiva con que observan el conflicto. En Buenos Aires, israelíes y palestinos suelen convivir, hacen negocios entre ellos, hasta pueden compartir un café en algún bar del barrio de Once o San Cristóbal, alentar codo a codo al mismo equipo de fútbol; pueden, en definitiva, encontrar más puntos de convergencia que conflictos. Conocen los beneficios de la Paz, sus genes recuerdan las atrocidades de la guerra y no están dispuestos a cometer los mismos errores del pasado. Allí, en los mínimos kilómetros cuadrados que ocupan el Estado de Israel y la fragmentada Palestina, lo inminente es el ataque del enemigo, no hay margen para la reflexión; la duda se puede pagar con la vida, el miedo paraliza, la oscuridad se impone a la luz, la esperanza muere.
    Sin embargo, nuestro Miguel Hernández, campesino y soldado, esposo y amante, militante y poeta, supo escribir los versos más bellos en la trinchera, escapar al estruendo de las bombas con la imaginación, derrotar al odio con amor, curar con besos las heridas, sobrevivir a los verdugos.
    El hijo de Orihuela lloró a su amigo Ramón Sijé con elegíacas palabras de labrador esperanzado en la cosecha: “Yo quisiera ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano.// Alimentando lluvias, caracolas/ y órganos mi dolor sin instrumento, / a las desalentadas amapolas// daré tu corazón por alimento. / Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento. (...)”. La poeta israelí grita desde una patria en guerra permanente: “Callados, en silencio,/ con los ojos cerrados,/ son arrojados los bebés al mundo/ como granos de lluvia/ por la mano gigante/ en la oscuridad/ de las pipetas,/ de las telas de arañas,/ de las frías manzanas.// (...)”. Leemos que Vaan Nguyen, hijo de refugiados vietnamitas nacido en Israel en 1979, es uno de los poetas más promisorios del país; que los sefardíes descendientes de aquellos judíos españoles expulsados de España en 1492 por los llamados Reyes Católicos, luchan por mantener su idioma, el ladino, y las tradiciones de sus ancestros desterrados.
    En definitiva, si los poetas fueran a la batalla sin más armas que la palabra otro sería el destino de la humanidad. Desgraciadamente, como escribió nuestro admirado Rodolfo Alonso en este mismo semanario: “...me temo que sin habernos dado cuenta se ha ido produciendo ante nuestros ojos, en las últimas décadas, primero lentamente y luego en forma cada vez más acelerada, una verdadera y profunda mutación cultural: la desaparición del lenguaje como centro de la civilización”. Algunos desprevenidos no se dan cuenta, pero si perdemos el rasgo distintivo como seres humanos, el lenguaje, no serán necesarias las bombas ni los Ángeles vengadores para un final apocalíptico de nuestro mundo. Nos preguntamos, con Alonso ¿no habrá llegado el momento de plantearse también una ecología del espíritu, de la condición humana? ¿Qué poesía puede haber si se secan las fuentes del lenguaje vivo?
    En fin, ya cerca de los fogones, recordamos que en unas semanas votamos un nuevo gobierno para nuestra patria gallega. Manipulando las palabras todos dicen que el voto emigrante no incidirá en los resultados, pero aquí comienza la batalla con dos actos masivos. El presidente Touriño reunirá a sus seguidores en La Rural, y su oponente Núñez Feijoo lo hará en Costa Salguero. Es nuestro deber ejercer el derecho de voto, pedir la palabra para que no sigan tomando decisiones por nosotros sin conocernos, para que nuestros bisnietos no tengan que recordar a Galicia como una lejana Separad.


Ingredientes-Piernas de cordero rellenas: 2 piernas de cordero/ 2 cdas de harina/ 1 taza de leche/ 2 huevos/ 6 papas/ 2 zanahorias/ 1 taza de crema/ 2 lenguas de cordero/ 100 grs de champiñones/ 1 vaso de vino blanco/ 1/2 litro de caldo de carne/ 1 copa de coñac/ 6 cdas de aceite.


Preparación: Deshuesar las piernas de cordero, quitar un poco de carne del medio y picarla. En una sartén con un poco de aceite rehogar la carne picada, los champiñones y las lenguas también picadas. Salar y añadir la harina. Revolver, incorporar la leche y seguir removiendo hasta que espese. Añadir los huevos, y mezclar hasta obtener una mezcla homogénea. Rellenar con esta mezcla las piernas, sazonar y cerrar el hueco con palillos. En una cazuela colocar las papas peladas y cortadas en trozos grandes, las zanahorias partidas al medio. Echar un poco de aceite, poner sobre fuego vivo y dorar la carne por todos lados. Rociar con el coñac, el vino blanco y el caldo. Cocer a fuego medio. Cuando la carne esté tierna añadir la crema y terminar la cocción.