Opinión

Cocina Gallega

Uno quisiera, en mágico instante, sentarse como Álvaro Cunqueiro en banco de centenarias piedras cruzando las piernas en actitud displicente, y sonreir con sorna y cierta melancolía mientras observa, los ojos entrecerrados por la lluvia menuda, los hechos que acontecen en los valles lucenses, las rías atlánticas y cántabras y los difusos confines de la Galicia exterior.

Uno quisiera, en mágico instante, sentarse como Álvaro Cunqueiro en banco de centenarias piedras cruzando las piernas en actitud displicente, y sonreir con sorna y cierta melancolía mientras observa, los ojos entrecerrados por la lluvia menuda, los hechos que acontecen en los valles lucenses, las rías atlánticas y cántabras y los difusos confines de la Galicia exterior. Desear, como le pide a Dios León Greco “que el dolor no nos sea indiferente, que la reseca muerte no nos encuentre vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente; que lo injusto no nos sea indiferente, que no nos abofeteen la otra mejilla; que el engaño no nos sea indiferente y si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente; que el futuro no nos sea indiferente, ya que desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”.
Cunqueiro no emigró físicamente, pero sí con la imaginación. En una de sus novelas un viejo marino sueña con volver a los mares de su juventud e inventa, más que recuerda, para deleite de sus amigos las aventuras vividas; cuando el destino lo pone ante la realidad de tener que buscar una nave para volver a embarcar en ella, descubre que en su momento dicha nave, absolutamente real, había zarpado sin él, queda desolado. Muchos paisanos, de pie en los muelles mientras despedían a sus seres queridos que emigraban con lágrimas en los ojos, habrán querido embarcar, irse con ellos y habrán viajado a tierras extrañas mientras leían las cartas que recibían de allende los mares, con tantas verdades como mentiras, ilusiones que mantenían vigente el lazo invisible entre las dos orillas del océano. En ‘Merlín e Familia’ el vate de Mondoñedo ubica al mago en una especie de apacible retiro en un pazo de Galicia ejerciendo con desgano sus poderes sobrenaturales. En Crónicas del Sochantre, Premio Nacional de la Crítica en 1959, se inspira en una tradición bretona similar a nuestra Santa Compaña, la de la carroza fúnebre en que viajan las animas en pena. El protagonista es el sochantre Charles Anne de Crozon, músico soñador algo pusilamine que un día es raptado por una banda de difuntos para que los entretenga con su música. Una vez recuperado de tamaño susto como es convivir con unos muertos que de día parecen personas y de noche son sólo esqueletos, Charles aprende a disfrutar con intensidad las aventuras que se suceden con el telón de fondo de la Revolución Francesa. La obra describe rigurosamente los paisajes bretones sin que el escritor haya tenido oportunidad de recorrerlos, para explicarlo don Álvaro dice que se limitó a pintar los valles y montes de su propia tierra.
Si bien los relatos de Cunqueiro se basan en mitos revisados por su febril imaginación, en ‘Un hombre que se parecía a Orestes’ demuestra que su premonitorio realismo mágico puede abordar la realidad política, el presente de su pueblo. El libro (inspirado en la tragedia de Esquilo) es una crónica que comienza mucho tiempo después de la muerte de Agamenón, asesinado a su regreso de Troya por su mujer, Clitemnestra, y su amante Egisto. En Micenas, una ciudad casi fantasmal, todos esperan la llegada del hijo, Orestes, y el cumplimiento de la lógica venganza. Pero Orestes, cuando finalmente se decide y regresa es tarde para todos y para él mismo. La novela, premio Nadal 1968, se leyó como una alegoría sobre la inutilidad de la venganza pasados tantos años de la guerra civil.
Para muchos de los que nunca salieron de Galicia, la emigración masiva y las dolorosas historias individuales y colectivas que generó ya se parece más a un mito que a una realidad histórica. Para otros es una fotografía en la que no se quieren reconocer, ramas del árbol genealógico que prefieren cortar para que no enturbie su presente europeo. Lástima que no quieran ampliar sus conocimientos incorporando las experiencias de los que vivimos en el exterior; no todos tienen la imaginación de Cunqueiro. Lástima que muchos emigrados piensen que necesariamente deben rendir pleitesía a cualquier conciudadano que venga en plan ‘paternal’ a ofrecer ayudas humanitarias a cambio de votos, tanto hoy como ayer. No debemos eludir la responsabilidad de los que nos precedieron, los que demostraron que a 12.000 kilómetros de distancia se puede hacer mucho por nuestra cultura, aportar para la grandeza futura de Galicia. Si son útiles los libros que escriben catedráticos de paso por los países con colectivos gallegos, más necesarios serán los escritos por quienes experimentan en carne propia la impronta del exilio, por lo menos más realistas. Si los dirigentes de nuestro colectivo al margen de sus desvelos por construir edificios modernos, atraer nuevos socios con actividades deportivas, rescatan del olvido los imprescindibles archivos y apoyan la actividad cultural de los más jóvenes el futuro será posible para la valiosa ‘quinta provincia’.
Vamos a los fogones, porque, como dijo Cunqueiro, “ha sido en la cocina donde el hombre (el civilizado, el que viene de Platón hasta Proust, para quedarse solo con dos P; el que construyó las catedrales, fundó las universidades, hizo las cruzadas e inventó el soneto) puso más imaginación, mucha más que en el amor, o que en la guerra”.


Ingredientes-Pimientos morrones rellenos: 4 pimientos morrones rojos/ 300 grs. de carré de cerdo/ 4 tomates redondos maduros/ 1 cebolla/ 250 grs. de arroz/ Orégano/ Sal/ 1 cdta de azúcar/ Aceite de oliva.


Preparación: Lavar los pimientos, cortarles la tapa y quitarles las semillas. Calentar el aceite, picar la cebolla y rehogarla. Cuando se empiece a dorar añadir la carne de cerdo bien picada, dar unas vueltas e incorporar los tomates pelados, picados y sin semillas. Sazonar con la sal, el orégano y el azúcar. Freír a fuego lento unos minutos. Incorporar el arroz y un poco de agua, dejar cocer 10 minutos. Rellenar con esta mezcla los pimientos, colocar nuevamente el casquete y sujetar con un palillo. Disponer los pimientos envueltos en papel aluminio en posición vertical en una fuente y llevar al horno precalentado a 200º. Dejar una hora aproximadamente. Servir partidos en mitades, cortándolos verticalmente.