Opinión

Cocina Galega

Mencionamos alguna vez el desprestigio de España en América a partir de los movimientos de emancipación de hace doscientos años, debido a la tozudez de la monarquía en no reconocer a los nuevos países como independientes; y el avance de otras potencias como Inglaterra, Francia y los jóvenes Estados Unidos que logran una gran influencia política y concretan fecundos negocios con las ricas (en materias primas) naciones latinoamericanas,

Mencionamos alguna vez el desprestigio de España en América a partir de los movimientos de emancipación de hace doscientos años, debido a la tozudez de la monarquía en no reconocer a los nuevos países como independientes; y el avance de otras potencias como Inglaterra, Francia y los jóvenes Estados Unidos que logran una gran influencia política y concretan fecundos negocios con las ricas (en materias primas) naciones latinoamericanas, cuya clase dirigente se apresuró a aprender inglés y francés, copiar modas, importar arquitectos, ingenieros, modistos y cocineros; mandar a sus hijos a estudiar al extranjero, pasar las vacaciones en París. Si bien los descendientes de los otrora poderosos españoles asentados en el Nuevo Mundo, los criollos, formaron la elite que terminó gobernando y enriqueciéndose con la adquisición de tierras ganadas al indio, y vendiendo alimentos a las potencias mencionadas, los nativos de la Península Ibérica de bajos recursos no la pasaron nada bien en la primera mitad del siglo XIX en una Argentina convulsionada por guerras intestinas que recién en 1853 promulgó su Constitución.
Cuenta Eduardo Gutiérrez que Juan Manuel de Rosas tenía especial inquina contra los españoles, a los que, generalizando, llamaba ‘gallegos’ (costumbre que se mantuvo hasta nuestros días). Dice Gutiérrez que Rosas tenía en su quinta de Palermo (donde vivía y desde donde ejercía el gobierno) unos cuatrocientos gallegos en estado de semi esclavitud; divididos en ‘tropillas’ para que quedara claro que para él eran simples animales (concepto que en cierto sentido mantuvo otro dictador, paradójicamente nacido en Galicia, cien años después). Cada tropilla tenía un capataz y tarea fija: cuidar los avestruces, cuidar de los patos, gansos y cisnes que moraban en el gran lago, limpiar la jaula de los monos, sacar diariamente las hojas secas de los árboles, lustrar las hojas de los naranjos, destruir los hormigueros. Según Gutiérrez, al capataz de esta última cuadrilla, de apellido Ortega, al encontrar hormigas en su habitual paseo por el parque, el Restaurador lo hizo torturar y atar sobre un hormiguero hasta que perdió la razón. Internado años después en el antiguo Hospital de Hombres, los residentes recogieron las anécdotas que recordaba el pobre loco de su paso por el caserón de Palermo.
Tal vez por esos antecedentes, los primeros inmigrantes, casi todos hombres y solteros, trataban de ‘acriollarse’ y casarse con mujer nativa; asumir pautas y costumbres de los hombres del país de acogida para no ser discriminados. Con el tiempo, muchos a quienes les sonrió la diosa Fortuna después de arduos sacrificios, casaron a sus hijos con “niños” y “niñas” de las familias patricias venidas a menos para unir dinero y prestigio, ¡las vueltas de la vida!
En 1860 comenzó la inmigración masiva de origen europeo que, con algunos altibajos, se mantuvo hasta 1960. Millones de gallegos integraron esa oleada de hombres y mujeres que buscaron en tierras americanas un futuro mejor para ellos y sus hijos; su trabajo y abnegado amor a la patria de origen contribuyeron a paliar el hambre y la miseria que se vivía en toda Europa, y especialmente en el Finisterre Atlántico, tan lejos de Madrid, casi a oscuras y sin poder salir de la Edad Media feudal, clerical, injusta con los hijos de la tierra.
¿Cómo se entiende que estos emigrantes, la mayoría casi analfabetos, llevaran adelante una tremenda tarea cultural, levantaran instituciones señeras, mantuvieran las tradiciones a miles de kilómetros de distancia del hogar primigenio, sin olvidarse de los paisanos que habían quedado allí? ¿Cómo es posible que nuestros conciudadanos, la mayoría con educación superior, no tengan noción del significado de la emigración para el presente de nuestra Galicia? Me cuentan que hay escuelas creadas con el dinero aportado por emigrantes, que ni tienen una placa que recuerde su origen.
En estos días el Club Español de Buenos Aires cumplió 157 años. Su origen se remonta a 1852, cuando cae Rosas tras la batalla de Caseros, se deroga la ley de extranjería, y el colectivo español puede salir de su ostracismo político y desarrollar una intensa actividad social y comercial desde la Sala Española de Comercio, primera denominación de la institución.
Mientras vamos a la cocina, recordamos a quienes hinchan el pecho cuando ven flamear la bandera, o escuchan el himno, que un humilde gallego emigrado a Cuba, logró con su férrea voluntad divulgar la música de Veiga y el poema de Pondal que constituyen nuestra canción Nacional, hizo lo propio con la bandera y propuso la creación de la Academia de la Lengua Gallega. Su nombre es José María Benito Fontenla Leal, nacido en Ferrol y fallecido hace 90 años en La Habana pobre y totalmente olvidado. ¡A no repetir historias, paisanos!


Ingredientes-Morrones rellenos: 4 pimientos morrones rojos/ 300 gramos de carré de cerdo/ 4 tomates redondos maduros/ 1 cebolla/ 1 taza de arroz/ Orégano/ Sal/ 1 cucharadita de azúcar/ Aceite de oliva.


Preparación: Lavar los morrones, cortar la tapa y sacar las semillas. Calentar el aceite, picar la cebolla y rehogarla. Añadir la carne de cerdo picada, dar unas vueltas e incorporar los tomates pelados, picados y sin semillas. Sazonar con sal, orégano y el azúcar. Sofreír a fuego lento unos minutos. Incorporar el arroz, dos tazas de agua caliente y dejar cocer 10 minutos. Rellenar con la mezcla los morrones, colocar el casquete y sujetar con un palillo. Envolver los pimientos con papel aluminio y disponerlos en una fuente; llevar al horno precalentado a 200º y dejar unos 45 minutos. Servir partidos en mitades, cortados verticalmente, acompañados con ensalada verde.