Opinión

Cocina Galega

Cuentan que a fines del siglo XIX, en la pequeña aldea de Valga, Pontevedra, una niña de once años era iniciada como mujer (al estilo de las sociedades primitivas) por un malnacido que aprovecha el estado de abandono de una de las tantas hijas de la mendiga y el borrachín del pueblo, un paragüero que abominaba del trabajo, y le desgarra el alma y un cuerpo en desarrollo que jamás podrá tener hijos ni amar de verdad a un hombre.

Cuentan que a fines del siglo XIX, en la pequeña aldea de Valga, Pontevedra, una niña de once años era iniciada como mujer (al estilo de las sociedades primitivas) por un malnacido que aprovecha el estado de abandono de una de las tantas hijas de la mendiga y el borrachín del pueblo, un paragüero que abominaba del trabajo, y le desgarra el alma y un cuerpo en desarrollo que jamás podrá tener hijos ni amar de verdad a un hombre. Deshonrada, inicia la ruta del amor rentado hasta que en un tugurio de Marsella, impidiendo tal vez un destino rioplatense inevitable para jovencitas en su condición, la encuentra Ernest Jungers, un yanqui rico que se enamora y le paga estudios artísticos con el renombrado profesor Bellini, quien intuye que a falta de talento, las medidas de su cuerpo y una sensualidad sin límites le aseguran el éxito en años de desenfreno como los de la llamada ‘Belle Epoque’. A ésta altura ya la mozuela adopta la identidad de andaluza y triunfa en Nueva York como bailarina y cantante. En remolino endemoniado acopia amantes entre los hombres más poderosos, príncipes y reyes incluidos, engrosa su cuenta bancaria, y lleva al suicidio a su mentor, que no soporta verla en camas ajenas. De gira por Buenos Aires, genera un pequeño escándalo en plena función cuando un gallego le recrimina hacerse pasar por andaluza; algunos cronistas afirman que el emigrante exaltado no era otro que el violador que destruyó la niñez de la ahora idolatrada artista/cortesana.
El párroco de Valga recibe, de tanto en tanto, regalos extraños como lujosos vestidos o capas bordadas en oro que generalmente terminan (¡vaya paradoja!) engalanando a las imágenes de la Virgen que tiene la iglesia gallega.
Perdida su fortuna en los casinos de Montecarlo, y la belleza en innumerables orgías y romances clandestinos, se recluye en Niza antes de cumplir 50 años. Al fallecer, casi centenaria, deja lo poco que le queda para los pobres de su aldea natal. Así, Agustina Carolina, conocida como la Bella Otero, cierra su viaje circular recuperando la identidad que negó toda su vida de cortesana de lujo en permanente peregrinar.
No en vano, el patriota cubano, José Martí, luego de verla bailar en Nueva York en 1890, cuando era exiliado político, escribió: “El alma trémula y sola/ padece al anochecer/ hay baile; / vamos a ver/ la bailarina española. / Han hecho bien en quitar/ el banderón de la acera; / porque si está la bandera/ no sé, yo no puedo entrar. / Ya llega la bailarina: / soberbia y pálida llega: / ¿Cómo dicen que es gallega?/ pues dicen mal, es divina…”.
El cubano, fascinado por la belleza de la Otero, quería verla bailar, pero los organizadores habían puesto una gran bandera española y el prócer decidió no ir al teatro. Finalmente, en la última función alguien retiró la enseña rojo-gualda y Martí no sólo disfrutó de los movimientos seductores de la pontevedresa sino que escribió los inspirados versos precedentes.
El odio de un hombre como Martí a un símbolo español no era casual, especialmente en una época en que Cuba y Puerto Rico aún eran colonias. Si Estados Unidos, luego de corta guerra, logra el inmediato reconocimiento de Londres; y Brasil, que se independiza de la metrópoli liderado por el hijo del rey de Portugal, también es aceptado como nación independiente de manera inmediata por Lisboa, España libra una guerra cruenta de tres lustros (que podía haber continuado de no mediar la sublevación de Riego), seguida de un largo periodo de casi medio siglo donde obstinadamente no reconoce la soberanía de las nuevas naciones. Este orgullo ciego de los monárquicos españoles, impulsa a las naciones hispanoamericanas a renegar de sus orígenes y crear una especie de leyenda negra que mostraba a España como un modelo de atraso, fanatismo, ignorancia y superstición. Los ejemplos a seguir serian Inglaterra y Francia, entre los europeos; Estados Unidos en América. Las tres potencias hicieron buenos negocios con las flamantes repúblicas, mientras la nobleza borbónica veía cómo su poderoso imperio se convertía en un castillo de naipes que cayó con mínimas brisas libertarias provocadas por españoles nacidos en América, comerciantes prósperos formados en una Europa donde germinaban las nuevas ideas que dan lugar a la Revolución Francesa. Los hijos de éstos pronto despilfarraron sus fortunas en los cabarets de París donde brillara la Otero y vieron con asombro cómo los pobres emigrantes ocupaban su lugar en el manejo económico de los jóvenes países. Pero la rueda de la fortuna no se detiene, y nuevamente da ganadores a nuestros paisanos allende el Atlántico. Tenían razón los abuelos con aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.


Ingredientes-Migas: 250 grs. de pan de campo/ 4 dientes de ajo /200 grs. de panceta ahumada /100 grs. de manteca /1 pimiento morrón


Preparación: Cortar el pan, hacerlo ablandar en agua y envolverlo en un paño por varias horas. Derretir la manteca en una sartén, e incorporar la panceta cortada en daditos y los ajos enteros sin pelar. Añadir el morrón en tiras delgadas y remover. Retirar los ajos y echar el pan bien desmenuzado. Bajar el fuego y seguir removiendo para que no se peguen las migas. Si se quiere, pueden agregarse unas rodajas de chorizo y unos huevos revueltos. Servir caliente, acompañando cada plato con un racimo de uvas.