Opinión

Cocina Galega

Dicen que la historia que llevó al cine Steven Spielberg con el título de ‘En busca del arca perdida’ (la búsqueda del Santo Grial por los nazis), que diera inicio a la saga de Indiana Jones, pasaría por Galicia, especialmente por Coruña.

Dicen que la historia que llevó al cine Steven Spielberg con el título de ‘En busca del arca perdida’ (la búsqueda del Santo Grial por los nazis), que diera inicio a la saga de Indiana Jones, pasaría por Galicia, especialmente por Coruña. Es una historia compleja, pero lo cierto es que jerarcas nazis estuvieron en Santiago en 1939, y también en Montserrat, Cataluña, corroborando leyendas recogidas por los integrantes de la orden Martinista, buscando el poder misterioso de un objeto rodeado de misterio, pocas certezas y muchas dudas. Tal vez siguieron, sin buscarlo, la ruta de los acólitos del druida gallego Prisciliano, obispo titulado hereje y decapitado en la alemana Tréveris; traído cadáver por sus fieles a su tierra por el camino que luego harían los peregrinos al Finisterre atlántico, al país mágico que podría ser hogar natural de sufís, templarios, masones, carbonarios, ashashins, garduñestes, cátaros, priscilianistas, y cuanto integrante de sociedad secreta se planteara un terruño acogedor, hospitalario y amable, mudo y silencioso.
Como decían los señores: país de buenos siervos. Hombres y mujeres sometidos tanto al lema de “ver, oír y callar”, como al más sonoro de “antes mortos que escravos” acuñado por Castelao.
Según Valín Fernández, en Galicia se encuentran masones organizados en cualquier sitio de su amplia y dispersa geografía (es común en nuestra tierra la toponimia “casa soa”). Hubo logias en muchas ciudades y grandes villas, pero también hubo hiramismo en pequeños pueblos y hasta en pequeñas parroquias. Llamando poderosamente la atención el particularísimo ejemplo de la provincia lucense con su excepcional caso monfortino. En efecto, el ejemplo que reúne en sí las características más excepcionales y a la vez más arquetípicas de masonería rural es el que conformará el círculo geográfico formado por las entidades de población de: Vilaesteve, O Saviñao, Pantón, San Clodio, Pobra de Brollón, y Rubian, teniendo como centro irradiador a Monforte de Lemos. Es aquella masonería que llega a esta rústica zona de la provincia lucense gracias a la construccion del ferrocarril, y que acabará siendo denunciada por el obispo de Lugo, asociándola este prelado, Gregorio Maria Aguirre y García, con el propio tren y su avance.
Sin haber leído a Valín Fernández, recorrí las poblaciones mencionadas, y sin edad para integrar logias secretas, intuí en Monforte lo diferente. Allí vi por primera vez una locomotora infernal y conocí la milagrosa luz eléctrica. Supe, también, que las metálicas vías del tren podían sustituir las nerviosas corrientes del Sil a la hora de salir de la aldea en busca del Pote de Ouro.
No es intención de este cocinero ahondar en la historia de las numerosas sociedades secretas que surgieron en nuestra tierra, pero sí detenerse en un rasgo de nuestra raza: el fomento del silencio, la sacralización del secreto, la tendencia a separar lo privado de lo público, a plantear las manifestaciones tradicionales entre propios, lejos de miradas extrañas y a puertas cerradas. Cada familia guarda celosamente un secreto.
Los actos por el llamado Mes de la Hispanidad se desarrollaron, en su totalidad, en las instalaciones de los grandes Centros del colectivo. Allí convergieron los funcionarios de turno, se otorgaron medallas y distinciones (la mayoría merecidas, como la del director de este semanario, Luís Vaamonde, la de la prestigiosa escritora Maria Luisa Lojo o el gran amigo Pedro Bello). Se comió, se bebió y se bailó lejos de miradas indiscretas. Como en una ceremonia secreta oficiada por antiguos druidas en un bosque de encinas, al claro de luna.
Los últimos druidas, poseedores de los secretos de los celtas, cedieron a la tentación y temerosos de que se diluyera su legado en la noche de los tiempos, transmitieron a los dueños de la nueva luz, los monjes cristianos, sus historias y leyendas. Fueron traicionados, y el rey Arturo terminó persiguiendo un Santo Grial y participando de Cruzadas nunca imaginadas por un guerrero bretón.
Es tiempo de transmitir a las nuevas generaciones, aquellas que crecieron lejos de las instituciones, nuestro legado cultural. Dar a conocer de manera masiva nuestras tradiciones.
Tengo en mis manos el último numero de la prestigiosa revista ‘Cuisine & Vins’, que está dedicado a España. De Galicia, prácticamente no se habla. Es inconcebible, en la llamada quinta provincia gallega, el desconocimiento que hay de todo lo concerniente a nuestro país. Es tiempo de reaccionar, el manto del olvido viene arropando a los niños por nacer. Y el legado de nuestros mayores, parte de la historia de Galicia, quedará sepultado dentro de edificios vacíos, sombras de una epopeya sin sentido, rumbo de barcos sin destino. Vamos a la cocina con una botella de sidra de nuestros primos allende los Ancares.


Ingredientes-Lenguado con manzanas: 1 lenguado en filetes / 100 grs. de manteca / 1 vaso de sidra / 1 manzana verde / 1 limón / Harina / Aceite de oliva / Sal.


Preparación: Salar los filetes de lenguado y pasarlos por la harina, dorar en la sartén con un poco de aceite de oliva. Disponer en una fuente de horno enmantecada. Echar por encima unos bollitos de manteca, zumo de limón y la sidra. Llevar a horno 160º unos 10 minutos.
Aparte, cortar la manzana en rodajas muy finas y freírlas en aceite, ponerlas sobre papel absorbente. Servir el lenguado con las manzanas fritas como guarnición.