Opinión

Cocina Galega

En el libro ‘El destierro de la Reina’, Ana Bisignani relata la vida de su propia abuela desde que el padre, patriarca y minero en un pueblo de Almería, dijo a su familia en la primavera de 1908, como si tal cosa y sin admitir reproches, “preparaos, que en veinte días nos vamos a América”, hasta su muerte en Buenos Aires.
En el libro ‘El destierro de la Reina’, Ana Bisignani relata la vida de su propia abuela desde que el padre, patriarca y minero en un pueblo de Almería, dijo a su familia en la primavera de 1908, como si tal cosa y sin admitir reproches, “preparaos, que en veinte días nos vamos a América”, hasta su muerte en Buenos Aires. Pero el bisabuelo de la autora no guió a los suyos a la ansiada Reina del Plata, no, después de una dura travesía de un mes y medio que incluyó el entonces peligroso cruce del Estrecho de Magallanes, llegaron a la región chilena de O´Higgins. La abuela Eugenia, la reina, recordaría luego que lo primero que vio en tierra americana fue a un grupo de inmigrantes que les gritaban “¡Volveos, no os quedéis aquí!”.
Muchos años después, el 3 de septiembre de 1939, llegaría al puerto de Valparaíso el buque ‘Winnipeg’ con 2500 refugiados españoles, y los vencidos de la Guerra Civil fueron recibidos con los brazos abiertos por paisanos asentados en el país trasandino y muchos chilenos que intuyeron que los recién llegados contribuirían de manera decisiva para incentivar la actividad cultural y comercial. La epopeya que protagonizaron esas 2.500 almas en un barco diseñado para transportar apenas 70 personas, tuvo un guía: el poeta, a la sazón cónsul chileno en España, Pablo Neruda.
Neruda, a instancias de Rafael Alberti, consiguió que el presidente de su país lo autorizara a elegir la mayor cantidad de refugiados posibles y los transportara a Chile. Unos meses después a bordo del ‘Formosa’, recuerda Edmundo Moure, llegarían José y Joaquín Machado, hermanos del poeta. Junto a ellos venían profesionales y artistas como el escultor Claudio Tarragó. Al año siguiente también llegan a Chile Ramón Suárez Picallo, Antonio Aparicio, Pablo de la Fuente.
Moure cita a Julio Gálvez Barraza, que dice: “Los inmigrantes (del Winnipeg) organizaron o reorganizaron la pesca del atún, la pesca del camarón e, incluso, varios de ellos derivaron en la industria conservera, con lo que abrieron otros caminos y contribuyeron a mejorar la economía del país”. Igualmente es relevante la participación de los desterrados en el proyecto y construcción del puerto de Arica, Punta de Lobos, Mejillones, Punta Arenas, Puerto Williams, entre otras obras públicas de envergadura.
Al igual que lo harían en Buenos Aires y otras ciudades americanas, los recién llegados también influenciaron en la gastronomía trayendo nuevos platos y profesionalizando la hostelería, e incursionaron con éxito en la impresión y edición de libros y revistas. La editorial ‘Orbe’, creada por Joaquín Almendros editó ‘Biografía Emotiva’, libro sobre Neruda escrito por Efraín Szmulewicz. Como la obra contiene un prólogo de Vicente Mengod, y un artículo de opinión de Antonio Rodríguez Romera, resulta que tres de aquellos desterrados colaboraron en un merecido homenaje al poeta que, cual dios marino, los eligió apenas terminada la cruenta contienda para iniciar el camino hacia la libertad allende los mares, bajo la sólida protección de la ‘cruz del sur’. Se lamenta el amigo Edmundo Moure, poeta y galaico-chileno, que las nuevas generaciones, herederas de aquellos pasajeros de la esperanza, desconozcan la epopeya; lo mismo que la historiografía española, tan desmemoriada de lo que debiera investigar a fondo y difundir. En La Prensa, en 1910, se piden niñas inmigrantes de 12 a 14 años, para servicio doméstico. O señoritas para casamiento, preferentemente huérfanas.
Buenos Aires fue un puerto al que arribaron también muchos exiliados; aquí se vivió intensamente lo que sucedía en España desde las dos aceras. Emblemáticas fueron las trifulcas entre los parroquianos del ‘Bar Iberia’, republicanos, y los del ‘Español’, enfrentados en ambas aceras de la Avenida de Mayo y Salta. Y a propósito de la memoria, leyendo un ejemplar de ‘Todo es Historia’ de Julio de 1976, en la revista creada y dirigida por Félix Luna encontramos una lista de personalidades que estuvieron a favor de uno de los bandos. Del lado de la República se ubican Pedro López Lagar, Enrique Muiño, Diego Luís Molinari, Libertad Lamarque, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges; enfrentados y apoyando a Franco estaban Leopoldo Marechal, Lola Membrives, Tita Merello y Julio Cortázar. Años después Borges sería tildado de “gorila” y hasta fascista por sus detractores, y Cortázar fue uno de los más férreos defensores de la Revolución Cubana.
Quien mantuvo una postura firme fue Antonio Pérez-Prado, de cuyo reciente fallecimiento todavía no nos repusimos. En nota firmada por Rebeca Caride, fechada en Vigo y publicada en este semanario, leemos que (en el año 2000) el ilustre gallego de Buenos Aires “tenía una postura pesimista con respecto a la colectividad gallega en Buenos Aires”, y consideraba que en alguna institución “el poder estaba en manos de la burguesía inmigrante que siente vergüenza de su origen, y reniega de las principales señas de identidad de Galicia”. Más que las placas y bustos, el homenaje mayor es recordar. Como expresara Don Miguel de Unamuno: los pueblos sin memoria no merecen pervivir.
Ingredientes-Sardinas en vinagre: 12 sardinas grandes / 1 vaso de vinagre / 1/2 litro de agua / Jugo de 1 limón / Sal / 3 dientes de ajo / Perejil picado / 6 cucharadas de aceite de oliva / 6 aceitunas negras sin carozo.
Preparación: Limpiar bien las sardinas, eliminar cabeza y espina central. Separar los dos lomos y lavarlos. Colocarlos en una fuente honda y cubrirlos con el agua bien fría. Dejar unos 30 minutos. Escurrir el agua, y cubrir con el vinagre, un poco de agua y jugo de limón. Salar ligeramente y dejar marinar no menos de 8 horas. Retirar la marinada, colando para que las sardinas pierdan todo el líquido y disponer en una fuente plana. Picar los ajos y cubrir el pescado. Espolvorear perejil picado, rociar con aceite de oliva y adornar con las aceitunas.