Opinión

Cocina Galega

Florentino Cuevillas nació en 1886 y falleció en 1958; en el mismo periodo se concretó la masiva emigración que desangró a Galicia y creó miles de “viudas de vivos” a las que Rosalía de Castro dio voz en sus poemas. El ilustre orensano fue investigador de nuestra prehistoria y miembro prominente de la revista ‘Nós’.
Florentino Cuevillas nació en 1886 y falleció en 1958; en el mismo periodo se concretó la masiva emigración que desangró a Galicia y creó miles de “viudas de vivos” a las que Rosalía de Castro dio voz en sus poemas. El ilustre orensano fue investigador de nuestra prehistoria y miembro prominente de la revista ‘Nós’. Oportunamente la editorial Galaxia editó ‘Prosas Gallegas’ con diversos textos de este autor; en el capitulo ‘Emigrantes’ leemos, en nuestra propia traducción libre del gallego: “Un día Breogán, rey de Galicia, en tiempos en que se comenzaba a utilizar los metales, subió a la cima de una alta torre que mandara construir a orillas del mar Cantábrico. El día estaba libre de niebla, y así pudo ver muy lejos una tierra que surgía azul en el confín del horizonte. Y el rey Breogán, sintiendo el llamado de países lejanos, llamó a su hijo Ith y le ordenó que reuniera hombres y alistara barcos para ir a conquistar aquellas tierras lejanas. Y fue así como los gallegos entraron en la isla de Irlanda, e hicieron grandes hazañas que, a pesar del tiempo  transcurrido, todavía se pueden rememorar leyendo el ‘Leabar Gabale’ o el ‘Book of Invasions’. Es ésta la primera emigración gallega de que se tienen noticias. Vinieron luego otras: la de los montañeses que recorrían el sur de Texo, la de los soldados que fueron con Aníbal, la de los legionarios de las cohortes lucenses. En esos tiempos combatir era trabajar (…). Cuando el oficio de soldado ya no fue el único oficio, los hombres de esta tierra no dejaron de emigrar. Fueron para Madrid, Portugal, Andalucía, (…) las dos Américas. Llevaban consigo un oficio o simplemente sus fuertes brazos pegados al cuerpo. Pero nunca se les ocurrió llevar los productos de Galicia. Un valenciano o un balear se marchan a Francia o Alemania, e instalan un almacén de frutos de su país. En la época de actividad de los telares de Segovia o Béjar, los castellanos iban con sus paños por toda España; los extremeños pregonan aun las excelencias de las cerámicas en el mismo corazón de París. Nunca un gallego instaló fuera de Galicia un almacén con vinos de Avia, o de jamones de Pontevedra.
Un balear o un valenciano (…) son agentes esparcidos que colocan mercaderías, que aumentan la demanda y que, por conocer directamente los deseos de los consumidores regulan y empujan producciones específicas; conservan con su país de origen una relación de mutua conveniencia. Un gallego, en cambio, al irse de su tierra no queda unido a ella más que por un sentimiento de saudade…” ¿No tendrá que ver con esta conducta el atraso de nuestro país a mediados del siglo pasado?, se pregunta Cuevillas, quien entiende que seguramente no se debe a un promocionado complejo de inferioridad, sino a un exceso de individualismo provocado por una ciega confianza en la propia capacidad de trabajo, la natural inteligencia y, sobre todo, la facilidad de adaptación propia de nuestra raza.
El emigrante gallego, en todo caso, sabía que no podía esperar ayuda oficial de su país; que, al igual que sus antepasados reclutados por Roma, dependía de su coraje y su lanza para sobrevivir.
No deja de ser curioso que las grandes obras dentro del colectivo fueron concretadas en épocas donde Galicia era una tierra arrasada, olvidada por el poder central en un rincón del noroeste de España. Los emigrantes autogestionaron todos sus emprendimientos con éxito, y lograron mantener viva la cultura propia a miles de kilómetros de la Torre de Hércules.
Duele ver que actualmente hay signos de debilidad, poca confianza y dependencia de las ayudas que llegan del exterior. Hoy, parafraseando a Cuevillas, podemos ser eficaces agentes esparcidos en el mundo que promuevan y vendan los productos gallegos, que aporten su experiencia y conocimientos en las diversas áreas del comercio, la industria y la creación artística. ¿O es menos poeta o peor artista plástico el que elabora su obra lejos de la tierra? ¿No era arte español lo que creó Picasso en París, lo que escribió Rafael Alberti en Buenos Aires, o inspiró a Varela en México? Las editoriales creadas en Buenos Aires por los exiliados publicaron a los paisanos que vivían en Galicia, las actuales editoriales en Galicia apenas tienen ojos para unos pocos, ceguera para la producción artística de la diáspora. Debemos construir un camino de ida y vuelta, de mutuo respeto con los conciudadanos que viven en el territorio y no consideran que sus paisanos en el exterior sean menos gallegos que ellos por el simple pecado de lejanía involuntaria. A propósito: en reciente declaración a este semanario, el amigo Castelao Bragaña, ex diputado y actual director gerente de la Fundación Galicia Emigración expresó que  “…el futuro pasa por un mayor acercamiento y un mayor conocimiento de la realidad de la diáspora y de Galicia y de su verdadero sentir hacia la emigración. No estoy convencido de que la sociedad española y la gallega esté consustanciada con la gente que está afuera…” ¿Con más emigrantes en el Parlamento cambiaría la historia?
Una canción setentista enunciaba que “todas las voces, todas” eran necesarias para ser oídos. Muchos sabores, amalgamados, logran el mejor guiso.

Arroz con habas verdes y cerdo: 300 grs. de habas verdes/ 300 grs. de bondiola de cerdo/ 200 grs. de arroz/ 3 tomates maduros/ 1 litro de caldo de ave/ 4 cdas de aceite de oliva/ Azafrán/ Pimentón.
Preparación: Calentar el aceite en una cazuela, cortar la carne en dados pequeños y dorarla, añadir las habas y el tomate pelado, sin semillas y picado. Dar unas vueltas, echar un cucharadita de pimentón y luego incorporar el caldo caliente. Cocer unos 20 minutos. Añadir el azafrán diluido en un poco de caldo, probar el punto de sal, echar el arroz distribuyéndolo en toda la superficie y cocer primero a fuego vivo y luego lento otros 20 minutos. Dejar reposar unos minutos y servir.