Opinión

Cocina Galega

En reciente conferencia, Ramón Villares, presidente del Consello da Cultura Galega, planteó que “los inmigrantes de hoy son los gallegos que hace 100 años llegaban a América, donde eran tratados como inmigrantes y que obligaron a cambiar a las sociedades de sus países de destino”, y añadió: “lo que hoy es América, Sudáfrica, Oceanía…es una obra de la emigración europea, ya que llevaron su

En reciente conferencia, Ramón Villares, presidente del Consello da Cultura Galega, planteó que “los inmigrantes de hoy son los gallegos que hace 100 años llegaban a América, donde eran tratados como inmigrantes y que obligaron a cambiar a las sociedades de sus países de destino”, y añadió: “lo que hoy es América, Sudáfrica, Oceanía…es una obra de la emigración europea, ya que llevaron su historia y crearon un relato…”. Tal vez pensando en un Gauguin y en sus pinturas de Tahití observaríamos este último comentario, ante la evidencia de una gran influencia del arte maorí sobre los posimpresionistas que heredaron la visión del atormentado pintor francés. También reflexionó Villares sobre si la emigración fue positiva o negativa para Galicia, partiendo de la base de que “en los países de destino los inmigrantes fueron vistos con lupa pero de forma optimista, como una riqueza, y, por el contrario, en los países de partida fue enfocada de manera pesimista, ya que algunos consideraban que el fenómeno era un instrumento de desgaleguización, una pérdida del sentimiento de pertenencia a la tierra”. Con esta última postura el funcionario identificó la obra de Rosalía de Castro, Vicente Risco, Otero Pedrayo y el mismo Castelao, que llegó a difundir una viñeta con la frase “en Galicia no se pide, emígrase”. Desgarrado entre las dos orillas del océano, el guieiro entendía muy bien el dolor del que se queda, la morriña del que se va; y trabajó como nadie para mantener en la diáspora nuestra cultura y construir una identidad nacional pasible de ser transferida a la Patria cuando la noche de piedra diera paso a la luz de la libertad.
En este contexto, el presidente del Consello da Cultura Galega, ante la pregunta de si el fenómeno de la emigración masiva efectivamente destruyó la identidad gallega, fue categórico al opinar que, al contrario, “fue un instrumento esencial para construir sobre nuevas bases la identidad de Galicia”, ya que los emigrantes tomaron conciencia de que eran gallegos cuando marcharon al extranjero y fundaron asociaciones en cuyo seno se creó una nueva identidad transferida para Galicia.
En una época en que los jóvenes descendientes de aquellos emigrantes irrumpen con fuerza en la vida política y cultural del colectivo, lejos de tópicos superados y añoranzas vanas, para mantener y profundizar la identidad y la cultura gallega con acciones interactivas entre la Comunidad Autónoma y, la tal vez mal llamada, Galicia Exterior, nos llamó la atención la última columna publicada en este semanario por Manuel de Castro.
Con la mirada original que lo caracteriza, de Castro descubrió en hemerotecas de la prensa gallega un suceso del que pocos hablan: los paisanos que mueren en su tractor, labrando la leira, símbolo del minifundio que pervive en nuestro país. Se trataría de una insana costumbre: no compartir con los vecinos un vehículo que siempre queda grande para tan poco suelo. El periodista hace notar que en ningún lugar del mundo hay tantos tractores por hectárea, y ese sería el motivo por el que fallecen por año no menos de diez personas, generalmente de edad avanzada, debido al vuelco del moderno ‘John Deere’ que reemplazó al familiar boi o la dócil vaca amarela que este cocinero llegó a conducir detrás del arado romano. Paradoja cruel para una Galicia rural que se desangró en los puertos donde embarcaban sus mejores hombres, los más fuertes, y hoy es ignorada por los mismos citadinos “progresistas”, cuyos padres se reían antaño de los labriegos que no sabían hablar el “civilizado” castellano.
Y hablando de paradojas, ¿será que los emigrantes y nuestros descendientes miramos hacia una Galicia moderna con una fuerte identidad nacional, y muchos de los ciudadanos que viven desde siempre en el territorio se encandilan con Europa en una suerte de emigración virtual que llevaría finalmente a una desgaleguizacion de nuestra patria?
En ese caso, consustanciados con el axioma que nos aconseja pintar la aldea para pintar el mundo, vamos a la cocina a elaborar alguno de los platos que permitió curar el mal de lejanía a los primeros emigrantes que, vadeando su río, cruzaron el Atlántico para hacer la América, y en el intento reinventaron recetas e identidad.


Ingredientes-Guiso de falda:1 y 1/2 Kg. de falda sin hueso/ 2 cebollas/ 4 tomates/ 3 dientes de ajo/ 2 hojas de laurel/ 5 cucharadas de aceite/ Perejil picado/ Sal / Pimienta/ Nuez moscada/ Azafrán/ 1/2 litro de caldo de carne/ 1 vaso de vino blanco/ 500 grs. de papas


Preparación: Cortar la falda en filetes gruesos. Poner el aceite a calentar en una cazuela, dorar la carne. Reservar. Rehogar en el mismo aceite las cebollas picadas, incorporar la carne, los tomates pelados y sin semillas, cortados en trozos. Añadir unas cucharadas de perejil picado, los ajos machacados, el laurel, la pimienta, la nuez moscada y el azafrán disuelto en un poco de caldo. Rociar con el vino, mover un poco y tapar. Cuando rompa el hervor, bajar el fuego y seguir la cocción una hora. Cuando la carne esté tierna agregar las papas cortadas en cubos y dejar que se guisen con la carne.