Opinión

Alacranes

El secuestro del Alakrana es la consecuencia trágica de lo que las grandes potencias han hecho con los países pobres, que las devuelven como pueden. Si las flotas son ‘Occidente’ para pedir ayuda a los Estados, también lo son para asumir su parte de responsabilidad en los vertidos tóxicos y la cuestionable pesca de Europa en el cuerno de África.
El secuestro del Alakrana es la consecuencia trágica de lo que las grandes potencias han hecho con los países pobres, que las devuelven como pueden. Si las flotas son ‘Occidente’ para pedir ayuda a los Estados, también lo son para asumir su parte de responsabilidad en los vertidos tóxicos y la cuestionable pesca de Europa en el cuerno de África. Por mucho que ‘Occidente’ legisle dónde está el límite de las aguas jurisdiccionales de cada país, no se puede discutir que esas aguas –que nos hacen ricos sin pagarles por ello y sin cultivar simiente, como haría un agricultor– son más de aquella gente que nuestra, como el Peñón es de España y Melilla es de los africanos. Pero digamos que son piratas y delincuentes, que es como los define el Ejecutivo español. Si esto es cierto, los bandoleros han hecho todo lo que han querido: se les ha pagado por encima de lo previsto, se ha negociado y hasta se han acelerado procesos judiciales con dos ‘terroristas’ detenidos. Si todo ha salido según el guión de los piratas, no se puede comprender qué ha hecho de bueno este gobierno atacado de arrogancia. No olvidemos que en España no se acepta negociar con ETA, pero tampoco con sus afines políticos, hasta el punto de que se cierran periódicos y se encarcelan representantes políticos no violentos por meros delitos de opinión. Ahora bien: todos los 20-N se juntan franquistas de toda España, con el saludo fascista en ristre, y vuelven a casa tan tranquilos tras enaltecer al último gran terrorista español.