Opinión

Abancay, la gozosa flor peruana en el reposo

Abancay, la gozosa flor peruana en el reposo

“Abancay es una población tranquila y recogida, con casas de colores claros y calles que se tienden a la caricia blanda de un clima templado y agradable –nos describe el reconocido historiador peruano Aurelio Miró-Quesada–. El radio de la ciudad es poco extenso, porque se halla como reclinada al extremo de un valle, limitada por los altos flancos de los cerros, las curvas de los ríos Mariño y Pachachaca y los amenos campos de cultivo de las haciendas y ‘chacras’ cercanas”. Ahora estamos en el “círculo verde”, que es muy angosto. El espacio del campo a la ciudad tan extremado, que la hacienda Patibamba –la más señalada y próxima– se vio obligada a ceder sus tierras para el desarrollo de Abancay.

En verdad, la accidentada topografía de esta comarca había mantenido a Abancay, durante muchos años, al modo de una simple “pascana” en el camino. Mas, desde el 28 de abril de 1873, al considerársela ya ciudad y ser nombrada capital del Departamento de Apurímac, la población comenzó a ser estimada. Ahora bien, la capitalidad de Abancay encendió la emulación de otra ciudad en pleno florecimiento: Andahuaylas. Vinculada ésta a Ayacucho, al igual que Abancay al Cuzco, su forma de vida y sus condiciones, no obstante, han sido en todo tiempo muy diferentes. Abancay posee mayor relación con las otras provincias del Departamento: Aimaraes, Grau –antes Cotabambas– y Antabamba.

“El nombre de Abancay procede, al parecer, de “amancay”, la flor rústica y gozosa con que se engalanan los cerros vecinos”, me comenta Don Florentino, entusiasta de su origen en Chiclayo, Departamento de Lambayeque. Así lo afirma el escritor criollo el Inca Garcilaso, el célebre autor de los Comentarios Reales, Lisboa, 1609, si bien algunas investigaciones quieren derivar tan hermosa palabra –acaso para rendir pleitesía a la literatura– de “samanancay”, esto es, lugar de reposo. Mas, en todo caso, ambas etimologías le vienen como anillo al dedo, pues la atmósfera es suave, florida y de gran sosiego. Como asevera nuestro guía, el ensayista Miró-Quesada, evocando aquel verso de Gonzalo de Berceo –el primer poeta castellano de nombre conocido–: “logar cobdiçiadero para ome cansado”.

En la sencilla Plaza Mayor se halla la Iglesia, en la cual sobresale una torre con un campanario; en su interior, resalta el frontal de plata del altar mayor, que asciende, asimismo en planchas de plata, hasta el tabernáculo. A la búsqueda del paisaje más placentero, discurrimos por las rutas del campo. Dejamos las calles empedradas, para ir en pos de las huertas amparadas por “pircas”, es decir, los pastizales donde se regocija el ganado. He aquí algunos autos vocingleros y elegantes caballos de paso. A la sombra de los sauces y los oscuros “patis”, los indios se detienen para deleitarse –en medio de perfumados eucaliptos– con la “triple frescura” del maíz: hervido en el mote, molido en la mazamorra, y tostado y sonoro en la “cancha”. Más allá, magueyes de altas varas, cañaverales de lindo color verde o dorado, molles, tunas, naranjos, cultivos de “panllevar”, cafetales…

Ante nosotros, muchachas que lavan ropa en las acequias o en el río. Extraño es encontrar a alguien en Abancay que no sepa tocar algún instrumento musical como guitarra, bandurria o “charango”. En Carnaval, el son de las “quenas” y las “tinyas”.