Opinión

Casas

Hubo un tiempo en que las casas eran sencillamente los lugares en los que habitaban las personas, como las piezas de arte eran una simple herramienta para comunicar el talento creador de nuestra especie. Hoy son ambos, antes que nada, un negocio en sí mismos sin más valor que el de intercambio económico y, por tanto, sin ningún valor real como arte o como hogar.
Hubo un tiempo en que las casas eran sencillamente los lugares en los que habitaban las personas, como las piezas de arte eran una simple herramienta para comunicar el talento creador de nuestra especie. Hoy son ambos, antes que nada, un negocio en sí mismos sin más valor que el de intercambio económico y, por tanto, sin ningún valor real como arte o como hogar. El arte es, no obstante, un bien de segunda necesidad, especialmente para los que tienen que pensar en hacerse con una vivienda digna, que es la necesidad por excelencia. En España estudia ahora la Administración la posibilidad de convertir algunas promociones de viviendas privadas en pisos de protección pública alegando que hay que animar el mercado y ayudar a la compra de vivienda. En realidad, lo que se está haciendo es la trampa de siempre: cuando las constructoras ya han desarbolado medio país y se han forrado con la burbuja inmobiliaria y la especulación de suelo que un día fue público, resulta que ahora ya no pueden vender más humo y el Ejecutivo les subvenciona para que sigan en las mismas. La subvención la recibe en realidad el promotor, no el comprador, porque el piso seguirá teniendo un precio que ahora no sería aceptado en ese mercado libre del que hacen gala cuando les favorece. Cuando en España se sufría la euforia de la construcción salvaje ya existían dos millones de pisos vacíos en todo el Estado. Y ahora, en lugar de buscar nuevos sectores productivos, volvemos a meter el dedo en la llaga porque todavía no escuece lo suficiente.